«No debo pasar en
silencio que una pieza de tierra olivar en el predio Sa Coma, del señor Marqués de Vivot, no paga diezmo; ignoro su
privilegio.» Así escribió en su informe, a principios del siglo XIX el
escrupuloso vicario de Valldemossa, Pedro Estarás. El cura des-conocía los
motivos que eximían a Son Pancuit
del pago de sus contribuciones pero si, en lugar de investigar rebuscando en
polvorientos archivos, hubiera consultado a cualquiera de sus paisa-nos, se
habrían disipado rápidamente sus dudas al escuchar esta historia:
Son Pancuit estaba -está- en el
camino que seguía habitualmente el rey Sancho en sus desplazamientos desde
Valldemossa hasta, sus casas del Teix. Era en verano y el sol cargaba sobre la
real comitiva, haciéndole al monarca más insufrible su molesto asma y
acentuando la incómoda sed que, desde hacía rato, venía fastidiándole. Tenían
prisa todos en llegar pronto a Na Ropit
y humedecer sus gargantas con las aguas del manatial, cuando he aquí que el amo
de la finca - un viejo honor, famoso por sus ingeniosas agudezas y por la
seriedad de sus sentencias- advirtió de lejos la llegada del cortejo y salió a
su encuentro, afreciéndole a su rey y señor lo mejor que tenía: un cuenco rebosante
die fresquísima agua. Don Sancho bebió hasta saciarse y, descabalgando, anduvo
junto al labriego el trecho que faltaba hasta la fuente, entablando una
intencionada charla y deseoso de comprobar la famosa agudeza de su vasallo.
Debió quedar complacido
el rey y, con ánimos de seguir aquel juego de sutilezas, ordena a su
acompañamiento reemprender la marcha pues debía confiar un secreto al
campesino, bajo la promesa de que no podría revelarlo hasta haber visto cien veces
la real cara de su señor. Juró el hombre solemnemente cumplir lo que se le
exigía y recibió la confidencia de Sancho.
¡Bien sabía el buen rey
al alejarse que, muy a pesar suyo, no pasaría cien veces más por Son Pancuit! Los asuntos de palacio,
sus reales obligaciones y sobre todo el asma, el dichoso asma, de cada día más
preocupante. Sonrió pensando el compromiso en el que había metido al viejo honor, y se preguntó si sería capaz de
cum-plirlo.
Un buen día; pensó el rey
que era ya hora de poner a prueba la fidelidad de su súbdito valldemosín y dio
orden a uno de sus caballeros de pasarle visita e intentar, con toda clase de
argumentos, y sin excluir el económico, sonsacarle el secreto real. Pero
fueron inútiles las gestiones del caballero; ni con ruegos, amenazas, sutilezas
o ingenios consigió arrancarle al campesino una sóla palabra. No quedó más
remedio que recurrir al dinero: diez, veinte, cincuenta monedas de oro. Inútil.
El hombre demostraba una inquebrantable tenacidad que obligó a aumentar
fuertemente la oferta al emisario. Setenta, ochenta, noventa monedas, pero ni
aún así se doblegaba la entereza del campesino.
-¡Cien!
-¡Al fin! Mías son.
Vengan las monedas y he aquí el secreto.
Con alguna decepción se
enteró don Sancho del precio que el de Son
Pancuit había puesto a su amistad. Cien monedas era mucho dinero,
ciertamente, pero el cariño de un rey debía valer más, mucho más y la palabra
de un honor no podía tener precio.
Mandó llamar al hombre a palacio y le reprendió duramente.
El anciano aguantó con
calma el real enfado y cuando obtuvo la venia, cuentan que habló, poco más o
menos, así:
-«Señor: ni amenazas, ni
torturas, ni halagos me hubieran arrancado una sóla palabra. Aún la misma vida
hubiera dado, con tal de no revelar el secreto que me confiásteis. Sólo si veía
cien veces vuestra cara estaba autorizado a hacerlo. Decidme, señor, si no es
vuestra real imagen la que está en cada una de estas cien monedas que me
ofreció vuestro enviado. No quise ni una más. Sólo las justas para quedar libre
de la promesa que os hice.»
Ganado una vez más don Sancho
por la agudeza de su vasallo, quiso premiar su honradez, no exenta de una
sutil picaresca, y concedió franquicia perpétua a las tierras de Son Pancuit. A las mismas que
continuaban sin pagar un céntimo en tiempos del desconcertado y reverendo
Estarás, que, o no se fiaba de la historia, o no la conocía.
Fuentes:
Juan Muntaner Bujosa: Tradiciones y leyendas de Valldemossa.
(Separata de Revista núms. XLIII - XLVIII. Palma 1948),
092. anonimo (balear-mallorca-valldemossa)
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