Bajo el título de
«Líbrase una mujer de un salto a que la precipitó su celoso marido», hallamos
en un pequeño opúsculo («Breve compendio del origen y milagros de la prodigiosa
Imagen de nuestra Señora de Lluch» ) compilado por Rafael Busquets en el año
1783, la versión más conocida de una de las más populares leyendas
mallorquinas. Es un argumento sencillo que se convierte en tema obligado de
comentario para todo viajero, en ruta hacia el monasterio de Lluc, al rebasar
el paso conocido como «Sa brexa nova», abierto entre dos breñas para dejar
discurrir a su través la carretera que, sólo en aquel paraje, deja de mantener
por unos metros su constante pendiente. La historia, transcrita literalmente
del pequeño libro dice así:
«Un hombre, falsamente
celoso del proceder de su consorte, que satisfacía rectamente a la ley y
fidelidad del matrimono, resolvió vengar su agravio con la muerte. Para
conseguir sus designios dispuso una peregrinación al Santuario de Nuestra
Señora de Lluc, obedeció la sencilla mujer y hallándose arriba del Grau, a,
derechas de enseñarle el solapado marido la profundidad del valle, la dio un
empellón y la precipitó abajo. Prosiguió con la mayor serenidad su camino muy satisfecho
de haber vengado su honradez de que tanto se blasonaba en el mundo.
»Apenas puso pie en el
sagrado umbral vio a su consorte postrada ante el Divino Simulacro. Reflexionó
aquí el hecho, comprendió su error y pidió perdón rendidamente a la Virgen Nuestra
Señora y a su agraviada esposa quien le dijo que la soberana Reina, atendiendo
a su inocencia, la evitó aquella desdicha y colocó por sus propias manos en su
iglesia.
»De este caso empezaron
los mallorquines a llamar al sitio en que cayó la mujer, en frase del país es salt de la Bella Dona ».
Esta es, sin más adornos
ni fantasías, la tradicional versión de la historia, la que ha llegado hasta
hoy por el simple téstimonio oral de una generación a otra.
Pero existe un relato
paralelo, algo más alambicado é indiscutiblemente mucho más moderno, nacido al
amparo del romanticismo que en Mallorca se dio tardía pero profusamente. En
éste, los protagonistas tienen incluso nombres propios. Ella es Arcenda, la
joven campesina por la que disputan Argot,,conde de Bellvesí y Lluch Torrella,
enigmático señor de Sa Torratxa
-sospechoso de brujería y presuntamente aliado del diablo- que sólo en el amor
de la joven Arcenda, podrá hallar la redención, de sus culpas y la serenidad
para su atormentado espíritu.
El día en que Arcenda y
Argot contraían matrimonio en la parroquia de Selva, se abrieron con estrépito
las puertas del templo y apareció Torrella, montado en un brioso corcel y
revestido con una armadura de plata. Sin reparar en las personas ni en lo
sagrado del lugar, se acercó montado hasta el presbiterio, subió a la grupa a
la hermosa novia y, picando espuelas, desapareció al frenético galope de su
montura que arrancaba chispas de las losas del templo.
Durante días y noches
buscaron el desventurado conde y los habitantes del lugar, al huido caballero y
a la doncella. Recorrieron haciendas, valles, senderos y bosques. Revolvieron Sa Toratxa, dispersaron el ganado y
prendieron fuego a la casa que pronto ardió como una gigantesca tea. Sólo un
perro, un mastín negro y musculoso, salió indemne del incendio huyendo monte
arriba, como si rastrease con seguridad alguna pista. Argot de Bellvesí y los
demás salieron en pos del animal que no paró hasta detenerse frente a una
cueva disimulada por altos matorrales. Allí dentro, como trans-portados a un
mundo irreal, Lluch y Arcenda contemplaban extasiados la pequeña imagen de una
Virgen morena, sentada en un trono de oro sostenido por figuras de ángeles.
Incapaz de contener su furia, Argot desenvainó su puñal y lo lanzó rabioso
contra Torrella que cayó allí mismo, ante los espantados ojos de todos.
Creyéndose
suficientemente vengado, el conde homicida coloca sobre el caballo el
desmayado cuerpo de la joven Arcenda y emprende la bajada hacia el pueblo, por
el tortuoso camino de la montaña. Y es allí, en un recodo del sendero y al
borde mismo de la barranca que se abre a sus piés, cuando la muchacha vuelve en
sí de su desmayo. Argot frena en seco el galope de su montura, des-cabalga, y,
lejos de mostrar la menor clemencia con la que fuera su prometida, la acosa a
preguntas y la mortifica con malévolas insinuaciones. Arcenda confiesa
entonces que su amor ha de ser sólo para el de Torrella, al que conseguirá
librar de esta manera de las ominosas ataduras que le unen a los poderes del
averno. Cegado por los celos, Argot desenvaina su espada pero la doncella,
antes que morir a sus manos, salta al vacío encomendándose a la Madre de Dios.
Al caer la tarde, rendido
y destrozado, regresa Argot de Bellvesí a la cueva de la montaña; frente a la
que se agolpa un gentío que canta y danza alegremente. Al trasponer el umbral,
el espanto le deja clavado en el suelo, incapaz de dar un paso ni de articular
palabra. Es ella, la hermosa Arcenda, la
bella dona, la que momentos antes viera despeñarse por el precipicio, que
ante el trono de la Virgen ,
está siendo desposada con Lluc Torrella, limpio de la sangre y de la herida
que su puñalada le había inferido.
Los novios -sigue el
relato-, ordenaron levantar en aquel lugar un hermoso templo al que dotaron
espléndidamente de tierras, rentas y albergue para recogimiento de pobres y
ricos. En cuanto a Argot de Bellvesí, su cuerpo, reducido ya a carroña, fue encontrado
pendiendo de una sóga, ahorcado en la rama de una encina. A sus pies, escuálido
y medio muerto, un mastín negro montaba una fúnebre guardia...
Fuentes:
Llibre de la Iavenció i miraclea de la
prodigiosa figura de Nostre Señora de Lluch.
Anuario del Diario de
Palma.
092. anonimo (balear-mallorca-lluc)
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