Los desgraciados amores
de la hija del rey de Coves Gardes
con el joven gigante de Calafi,
tienen su réplica en otra historia que, no podía ser de otra manera, terminó
igualmente de forma trágica.
Todo estaba preparado
para ejecutar la sentencia dictada por los jerarcas de Albranca. El reo, un joven gigante de la tribu, había cometido el
imperdonable pecado de enamorarse de una de las doncellas de Calafi. La pena era de muerte y el
castigo se cumpliría públicamente, de forma ejemplificadora.
A la salida del sol, la
procesión formada por la tribu de Albranca,
se encaminó hacia el punto más alto del Barranc
de Sa Cova. El traidor, cuyos inconfesables amores le habían condenado a la
pena máxima, iba en el centro, arrastrándose, casi, bajo el peso de las cadenas
con que le sujetaban. Al mismo tiempo, la gigantesca siluta de una mujer,
embozada en un largo manto, se deslizaba por el borde opuesto de la quebrada
hasta que, llegada junto al precipicio, quedóse sentada, arrebujada en su
manto, con las piernas colgando en el vacío.
Enfrente, la ejecución
estaba a punto de consumarse. Los verdugos colocaron al reo en la bolsa de una
inmensa honda y, volteándola sobre sus cabezas, la dispararon con toda su
brutal fuerza al fondo del barranco. Allá fue a estrellarse el cuerpo del
joven. Las salpicaduras de su sangre tiñeron de rojo las paredes del
desfiladero y enturbiaron durante días el agua del torrente que discurría por
su fondo.
La misteriosa mujer lanzó
un desgarrador lamento y quedó inmóvil. Cuando los gigantes de Albranca se acercaron hasta ella, la
encontraron convertida en piedra y allí la dejaron, como una figura de
mausoleo que vela, eternamente, la tumba de su ser querido.
Esa es la explicación que
la leyenda tenía para una extraña peña basculante, sa dona de penya mabre o sa dona qui seu, que, durante siglos, pudo
ser observada por todos, sentada al borde del barranco. Los que pudieron
verla, han dejado dicho que su composición no era igual a la de las demás
rocas del entorno y que, al tocarla, parecía como si se agitara en un convulso
temblor.
En la pasada centuria,
una tormenta precipitó a la mujer de mármol al fondo del barranco. Allá sigue,
arrodillada en lugar de sentada, con la cara en tierra, sin interrumpir por un
momento su fúnebre guardia.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-menorca)
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