Los aforismos los dichos
populares, los refranes, son patrimonio -¿por qué?- de tiempos idos o de
tiempos que se van. Quien, como el autor, haya tenido la dicha de contar entre
sus mayores con personas amantes de estas bellas expresiones populares, habrá
sentido tal vez, en algún momento, la necesidad de atesorarlos para siempre en
su memoria como recuerdo de unas costumbres perdidas, desbordadas por nuevas
formas, por un progreso y un estilo que son, cuando menos, cuestionables.
No es s'estella de sa barca, sinó sa fe de Madó Marca es frase que oyó quien esto escribe, de labios de una anciana tía
abuela, de la que vive en mi todavía hoy el recuerdo de sus cabellos
absolutamente blancos, una capichuela de lana encarnada y unos hermosos ojos
grises que perdieron, casi al final de sus días, la facultad de ver.
Conocer hoy, al cabo del
tiempo, la leyenda madre del aforismo, es como un homenaje, una reafirmación
de cariño hacia todos aquellos para los que estas frases eran el subrayado
diario de sus conversaciones, la taumatúrgica e indiscutible verdad de sus
senten-cias.
Madò Marca era, ella también,
ciega. Viuda tal vez de algún pescador, calafate o carpintero de ribera, vivía
humildemente cerca del mar, en el marinero y bullicioso barrio de la Lonja desde donde partían y
llegaban las naves uniendo con lazos fuertes e indivisibles el puerto de la
isla con los remotos confines de Oriente, las cálidas riberas africanas o los
tradicional-mente ricos puertos del continente.
Madò Marca «veía» sólo en una de
estas direcciones la segura: curación de su mal. Madò Marca -feminización muy corriente del nombre, Marc, de su
marido- no tenía por qué saber que, a sólo unos pasos de su humilde casa, en
la hermosa catedral que -entonces sí- duplicaba su imagen en las azules aguas
de la bahía, se guardaba el mayor lignum
Crucis que conocía la cristiandad. Madò
Marca no lo sabía aunque de poco le hubiera servido el saberlo. Ella quería
para sí una astillita, sólo una pequeña muestra de la Cruz del Señor porque estaba
segura de que al pasarla con fe sobre sus ojos, iba a recobrar la vista, podría
ver de nuevo el mar y tejería con mayor facilidad los remiendos de aquellas
redes inmensas, siempre rotas después de cada pesca.
Por eso, cuando supo que
partía para Tierra Santa una nave mallorquina pidió la acompañaran jurtto a la
barca y confió a un marinero amigo, con toda vehemencia, su anhelado encargo.
Para la ingenuidad de la anciana es de suponer que cumplir aquel favor no
entrañaba dificultad alguna. El hombre, para abreviar, prometió no olvidarse.
Fasó el tiempo. Madò Marca siguió tejiendo remiendos con
la esperanza puesta en el regreso de aquella nave, con la certeza de ver, tal
vez mañana, cumplido su deseo. Un día le avisaron, la embarcación regresaba
del largo periplo y estaba pronta a rendir viaje en el muelle de Ciutat. Madò Marca voló al amarradero y
allí~al borde mismo del mar, con los brazos extendidos y una esperanzada
sonrisa en su boca, dirigía sus acuosos ojos hacia donde creía estaba la nave
que presentía próxima ya, a punto de abrazar con sus maromas los norays del
espigón.
El marinero comprendió al
punto lo grave de su olvido. ¿Cómo explicar a la vieja que no había vuelto a
acordarse, ni una sola vez, de su encargo? Pero la anciana estaba ciega y no
advertiría el engaño; bien mirado, era cosa fácil contentarla. Despredió con
su navaja una astilla de la borda de la nave, la envolvió cuidadosamente y la
entregó a la mujer con todo el ceremonial que supo improvisar en un momento.
Y, cuentan, que el final
fue así: Madò Marca pasó emocionada
por sus ojos la falsa reliquia y al punto éstos se abrieron, llenándose de
nuevo de luz y de vida. No hubiera podido ver, según ella, de otra manera.
No fue la astilla de mi
barca, no, pensaría asombrado el mari,nero sino la fe de Madò Marca la que obró el milagro.
De este modo, nacieron
hace siglos la leyenda y el refrán, olvidados hoy, casi, o a punto de
olvidarse definitivamente.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-mallorca-palma)
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