Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

sábado, 4 de agosto de 2012

La fe de madò marca


Los aforismos los dichos populares, los refranes, son patri­monio -¿por qué?- de tiempos idos o de tiempos que se van. Quien, como el autor, haya tenido la dicha de contar entre sus mayores con personas amantes de estas bellas expresiones popu­lares, habrá sentido tal vez, en algún momento, la necesidad de atesorarlos para siempre en su memoria como recuerdo de unas costumbres perdidas, desbordadas por nuevas formas, por un pro­greso y un estilo que son, cuando menos, cuestionables.
No es s'estella de sa barca, sinó sa fe de Madó Marca es fra­se que oyó quien esto escribe, de labios de una anciana tía abue­la, de la que vive en mi todavía hoy el recuerdo de sus cabellos absolutamente blancos, una capichuela de lana encarnada y unos hermosos ojos grises que perdieron, casi al final de sus días, la facultad de ver.
Conocer hoy, al cabo del tiempo, la leyenda madre del afo­rismo, es como un homenaje, una reafirmación de cariño hacia todos aquellos para los que estas frases eran el subrayado diario de sus conversaciones, la taumatúrgica e indiscutible verdad de sus senten-cias.
Madò Marca era, ella también, ciega. Viuda tal vez de algún pescador, calafate o carpintero de ribera, vivía humildemente cerca del mar, en el marinero y bullicioso barrio de la Lonja des­de donde partían y llegaban las naves uniendo con lazos fuertes e indivisibles el puerto de la isla con los remotos confines de Oriente, las cálidas riberas africanas o los tradicional-mente ricos puertos del continente.
Madò Marca «veía» sólo en una de estas direcciones la se­gura: curación de su mal. Madò Marca -feminización muy co­rriente del nombre, Marc, de su marido- no tenía por qué sa­ber que, a sólo unos pasos de su humilde casa, en la hermosa ca­tedral que -entonces sí- duplicaba su imagen en las azules aguas de la bahía, se guardaba el mayor lignum Crucis que co­nocía la cristiandad. Madò Marca no lo sabía aunque de poco le hubiera servido el saberlo. Ella quería para sí una astillita, sólo una pequeña muestra de la Cruz del Señor porque estaba segura de que al pasarla con fe sobre sus ojos, iba a recobrar la vista, podría ver de nuevo el mar y tejería con mayor facilidad los re­miendos de aquellas redes inmensas, siempre rotas después de ca­da pesca.
Por eso, cuando supo que partía para Tierra Santa una nave mallorquina pidió la acompañaran jurtto a la barca y confió a un marinero amigo, con toda vehemencia, su anhelado encargo. Para la ingenuidad de la anciana es de suponer que cumplir aquel fa­vor no entrañaba dificultad alguna. El hombre, para abreviar, prometió no olvidarse.
Fasó el tiempo. Madò Marca siguió tejiendo remiendos con la esperanza puesta en el regreso de aquella nave, con la certeza de ver, tal vez mañana, cumplido su deseo. Un día le avisaron, la embarcación regresaba del largo periplo y estaba pronta a ren­dir viaje en el muelle de Ciutat. Madò Marca voló al amarradero y allí~al borde mismo del mar, con los brazos extendidos y una es­peranzada sonrisa en su boca, dirigía sus acuosos ojos hacia don­de creía estaba la nave que presentía próxima ya, a punto de abra­zar con sus maromas los norays del espigón.
El marinero comprendió al punto lo grave de su olvido. ¿Có­mo explicar a la vieja que no había vuelto a acordarse, ni una sola vez, de su encargo? Pero la anciana estaba ciega y no adver­tiría el engaño; bien mirado, era cosa fácil contentarla. Despre­dió con su navaja una astilla de la borda de la nave, la envolvió cuidadosamente y la entregó a la mujer con todo el ceremonial que supo improvisar en un momento.
Y, cuentan, que el final fue así: Madò Marca pasó emocio­nada por sus ojos la falsa reliquia y al punto éstos se abrieron, llenándose de nuevo de luz y de vida. No hubiera podido ver, se­gún ella, de otra manera.
No fue la astilla de mi barca, no, pensaría asombrado el ma­ri,nero sino la fe de Madò Marca la que obró el milagro.
De este modo, nacieron hace siglos la leyenda y el refrán, olvidados hoy, casi, o a punto de olvidarse definitivamente.

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear-mallorca-palma)

No hay comentarios:

Publicar un comentario