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sábado, 4 de agosto de 2012

Las imágenes del calvario


Junto a Pollença, un leve montículo al que se asciende por una larga escalinata tallada en la ladera, con doble hilera de ci­preses, es como un paisaje florentino trasplantado caprichosamen­te a Mallorca. La imagen es, a primera vista, familiar. Uno piensa que la ha visto ya, como fondo de un cuadro de Fra Angélico, del Tintoretto, Veronés o quizá Botticelli. El contorno es suave, de placidez serena y luminosidad equilibrada. Es el Calvari, lugar que concita en los pollensines y aún en los hombres y mujeres de Mallorca, obligados encuentros el día de Viernes Santo, a la lla­mada emotiva de unas procesiones llenas de seriedad y adusta sencillez.
Sin embargo, siglos atrás, toda la serenidad y la dulzura paisajísticas del Calvari, se rompían atlte el destino del promon­torio, habilitado como patíbulo sobre el que se levantaban sinies­tras las siluetas de las horcas. Los caballeros templarios, mitad monjes y mitad soldados, cargados de legenda-rias historias en las que no faltaban nunca el temerario valor ni la nota macabra, eran, por designación real, los propietarios del monte.
Pero no todo era horror en la cima de la colina. Un humilde oratorio guardaba -y guarda aún sobre su altar central, un conjunto monolítico de dos figuras, Cristo en la cruz y su madre en pié, cuya procedencia no tiene, hasta hoy, más justificación que la mantenida durante siglos por una hermosa tradición ma­rinera.
Fueron los pescadores de la bravía Cala de Sant Vicenç que desde hace cientos de años -como hoy, como mañana- salían en sus barcas a retirar las redes. Pero aquel día no consiguieron sacarlas. No fueron suficientes ni sus fuerzas ni las maniobras de aquellos hombres, curtidos y avezados a bregar diariamente con­tra el mar. La red se resistía. Un enorme peso la mantenía fija, como anclada en el agua. Llegaron más hombres y más barcas, aunaron esfuerzos y al cabo, fatigados, rendidos casi, consiguie­ron izar el aparejo a bordo.
La pesca, aquel día no fue de peces. La red había atrapado en el fondo del agua de la cala, las imágenes del crucificado y de su madre, talladas en la misma roca y depositadas allí quién sabe por qué ignorada circunstancia.
Sini dudarlo, los pescadores se declararon allí mismo prote­gidos por el milagroso hallazgo que trasladaron e instalaron en la cima del Calvari. Allí encendieron cada noche y durante siglos un candil de aceite que costeaban con el producto de parte de sus ventas y que, en las noches de faena, les orientaba con su resplan­dor como un faro amigo y protector.
Porque las imágenes del Calvario, que habían querido salir del mar, no podían nunca dejar que se perdieran en él los que las habían rescatado.

Fuentes:
Juan Muntaner Bujosa: Recopilación de costumbres, leyendas y otros te­mas folklóricos, referentes a Palma. (Inédito).
José Mª Quadrado: Historia de la Conquista de Mallorca. Crónicas inéditas de Marsilio y Desclot.

092. anonimo (balear-mallorca)

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