Ella se llama María
Buades Cañellas, es natural de Sa Pobla donde actualmente vive en la calle del
Rosario. María tiene treinta y dos años, es casada y madre de un niño de seis.
De mediana estatura, con una cara expresiva que no abandona en ningún momento
una ancha sonrisa, María gesticula al hablar y lo hace con vivacidad como
subrayando con sus gestos todas las palabras. María Buades está llena de vida,
de espontaneidad, de dinamismo. Ella, misma se de-fine, poco más o menos: som un nirvi.
Pero a los cuatro años
María no era así. Una mañana, al levantarla su madre, se cayó. Sus piernas no
podían sostenerla. Ella no lo recuerda pero de la mente de su madre no se ha borrado
aquel amargo despertar. Poco a poco, el cuerpo de la pequeña fue perdiendo el
movimiento; y la niña quedó totalmente paralítica, rígida. La familia de María
no tenía posibles y no podían permitirse otra cosa que llevarla a Palma e
internarla en el Hospital Provincial. Allí -continúa la madre-, la pusieron en
una especie de caja orto-pédica, sometiéndola periódicamente a un tratamiento
de descargas eléctricas. Pero todo era inútil. Un mes tras otro, hasta cuatro,
constantemente velada por la madre o la abuela, María se iba consumiendo. Sólo
sus abiertos ojos denotaban en ella un atisbo de vida. «Recen para que Dios se
la lleve pronto -decían los médicos- de lo contrario, a ustedes y a ella les
espera un verdadero calvario».
La madre de María
recuerda haberle cosido una pequeña mortaja porque el final era ya, fatalmente,
próximo. Al cabo de cuatro meses y medio, incluso las desesperadas oraciones de
las dos mujeres habían perdido la acometividad de los primeros días y se habían
convertido en un hábito no demasiado lleno de esperanzas.
No muy lejos del
hospital, la abuela encontraba -al final de sus largas veladas junto. a la
pequeña inválida- unos instantes de sosiego en una capilla de la iglesia de la Concepción , a los pies
de una antiquísima imagen de Cristo, frente a la que ardía, perenne-mente, una
lámpara de aceite. Sor Consolación alimentaba a veces la lámpara y, pese a ser
monja claustrada, no vacilaba en acudir a la capilla si veía en ella sola a
aquella abatida anciana. Como paisanas, se conocían desde hacía tiempo y no
eran ajenos a la monja el dolor y la pena de la abuela. Cuando la religiosa
supo que la ciencia había desahuciado ya a la pequeña María y que no existía
remedio humano capaz de salvarla, creyó llegado el momento de comprometer en la
curación a aquel Cristo legendario, en el que tanta fé tenía y al que tanto
amor profesaba: Entregó una botella a la anciana y le dijo: «Es aceite de la
lámpara del Cristo del Nogal. Untad con él las articulacio-nes de la niña y
rezad, sobre todo rezad mucho, con absoluta con-fianza».
Fue como encender una
pequeña luz en las almas de la abuela y de la madre de María; cada día cumplían
con amoroso esmero las instrucciones de la religiosa y los rezos recobraron
aquella agresivi-dad de los primeros días. Se imploraban, se suplicaba, se
exigía, casi, al Cristo que curase a la niña. Y María, una mañana, movió
levemente un dedo, luego otro, luego la mano, un brazo... ¡Se movió! Sí, poco a
poca, aquel desahuciado montoncito de piel y huesos fue recobrando todos sus
movimientos ante el asombro de monjas, enfermeros y médicos.
Diez días más tarde
estaban de nuevo en Sa Pobla. La niña pronto corrió y saltó llenando otra vez
la casa con sus juegos y su alegría. Años después María bailando con la
agrupación regional Marjal en Festa,
participó en un certamen internacional en Bélgica y se trajo para su pueblo el
primer premio. Hoy todo queda atrás, en un recuerdo un tanto lejano y María
tiene los expresivos ojos un poco húmedos cuando dice: «Yo, yo que estaba
paralítica...».
* * *
La leyenda del Cristo del
Nogal, tomada al pié de la letra del manuscrito titulado «Llibre dels miracles del Sant Crucifici de Sancta Margarita» es,
vertida al lenguaje de hoy, poco más o menos así: «La milagrosa imagen de
Cristo que todo Palma venera en el convento de religiosas agustinas de Santa
Margarita y de la que reciben sus devotos grandes favores espirituales y temporales,
fue hallada (no como otras muchas, resultado de la mano del hombre, profanadas
por los infieles, desamparadas por algunos malos cristianos, olvi-dadas
durante mucho tiempo aquellas que los fieles escondieron cuando se vieron
forzados a huir a raíz de la invasión sarracena) en tan especiales
circunstancias que si en unas es admirable su arte, en ésta el arte es milagro
conocido ya que en su fábrica no ha tenido parte la industria humana, por ser
absolutamente obra de la mano divina.
»Para despertar la
vocación en las gentes, dispuso Dios nuestro Señor que, después de largo tiempo
y en medio de grandes necesi-dades, se encontrasen algunas imágenes y figuras
devotas. La de este Santo Cristo tiene su origen en la devoción de una religiosa
del convento que, antes de profesar en clausura, quiso costear una a sus
expensas. Buscando la materia necesaria, pedía continuamente a una amiga suya,
Catalina Nadal, que vivía en la calle de los Olmos, un gran nogal que tenía en
el huerto y del que cogía cada año abun-dante fruto. Catalina remediaba como
podía su pobreza con la fertilidad del árbol y esto le sirvió de pretexto para
negárselo a la religiosa. Al siguiente año, sin embargo, el nogal dio por todo
fruto una sola nuez y en una noche de gran tempestad, el árbol se partió
cayendo al suelo y su propietaria, tomando en sus manos el único fruto lo
llevó a las monjas a la mañana siguiente diciéndoles que enviasen a por el
nogal y se quedasen con él ya que, sin duda, habían sido sus oraciones las que
lo habían arrancado. Haced con él y conforme a vuestra devoción la imagen de
Cristo».
»Mandaron las religiosas
que cortasen el árbol y, cuando aserraron el tronco, encontraron en su
interior el Cuerpo de Cristo y en las ramas sus brazos con la misma perfección
en que hoy se halla. Visto tan portentoso milagro la imagen fue llevada en solemne
procesión a la capilla donde actualmente se venera.
»Causó este prodigio tal
admiración y respeto.en el ánimo de la monja que, sospechando que la nuez
encubriría un tesoro semejante, con toda devoción y en compañía dee las demás
religiosas la abrió, hallando en su interior a una parte, la imagen de Nuestra
Señora de los Angeles y en la otra, la de Cristo crucificado entre las de San
Juan Evangelista y la Virgen ;
y para que comprendieran que era todo obra de un mismo Artífice, eran tan
semejantes la imagen del Cristo de la nuez y la del tronco, que sólo se
diferenciaban en ser grande una y muy pequeña la otra.
»Serían estos hechos
milagrosos difícilmente creíbles si no los avalasen la constante y antigua
tradición y nos los conformasen los que, frecuentemente, obra Dios nuestro
Señor por medio de las imágenes, devolviendo la salud a los enfermos y remediando
infinitas necesidades espirituales y temporales, como sabemos y podemos
testificar todos los habitantes de Mallorca.»
No acaban aquí las
leyendas sobre el Crucifijo cuyo origen no ha podido ser esclarecido aún y que
presenta -¿por qué?- aserrado el pulgar de su mano izquierda. Los estudiosos
sitúan la talla entre los siglos XIV y XV, coincidiendo con el priorato de Sor
Catalina Torrella que se distinguió por la construcción de la espléndida iglesia
de Santa Margarita, recientemente restaurada, y que permanece abierta al culto
en nuestro días.
Tal vez no tan conocida
del público, sea la tradición de que el misterioso Cristo inclina todavía más
su cabeza los días Viernes Santo de aquellos años en que esta festividad
coincide con la de la
Anunciación de Nuestra Señora. En 1633, año en que ambas
conmemoraciones litúrgicas se celebraron el mismo día, solicitaron las
religiosas a su confesor la comprobación de este fenómeno de que tenían
conocimiento por viejas tradiciones orales. Diéronle una cinta al sacerdote con
la que éste tomó la medida desde la barbilla de la imagen a la llaga de su
costado y, repetida la operación el Domingo de Resurrección, comprobó el cura
con grandísimo estupor cómo la misma cinta, pendiendo de la barbilla, venía a
terminar casi un palmo más arriba de la llaga... y espantantse tant d.ª gran maravella restá casi esmeat, que apenes
podía tornar resposta a les Religioses».
Por imperativos de la
leyes desamortizadoras, el Cristo del Nogal tuvo que abandonar su conventual
residencia en Santa Margarita el 26 de Abril de 1837, precisamente miércoles,
el día de la semana en que, según era tradicional, obraba la imagen sus
milagros más importantes. Y no pasó aquel miércoles sin manifestarse su poder
ya que al ir a retirarlo de su capilla, hallaron su cuerpo bañado en un copioso
sudor sanguinolento lo que provocó algunas escenas de histeria entre la
apenada comunidad de religiosas expulsadas por real orden de su convento
secular.
Hoy la venerada imagen,
con su pulgar aserrado, su impresio-nante y ennegrecida belleza y su enorme
carga de historias, milagros y leyendas, está en la iglesia de la Concepción , como
siempre al cuidado de las religiosas agustinas.
«Yo soy la encargada de limpiarlo
y quitarle el polvo, cosas que hago con mucha frecuencia -dice la actual Rda.
Madre Superiora-. No he visto nunca que bajara la cabeza pero he tenido aquí a
monjas que hoy están en la eternidad que me aseguraron haber presenciado este
prodigio. ¿Milagros?, sí; el último fue hace veinticinco años, cuando curó a
una niña de Sa Pobla de una parálisis total. Se llamaba María y nuestra alegría
fue tan grande que al saberlo, cantamos todas un solemne Te Deum. En cuanto, a
su origen, yo que estoy tan cerca de él con frecuencia ¿qué quiere que le
diga?, únicamente que estoy absolutamente convencida de que esta imagen no es,
no, no puede serlo, obra de la mano del hombre...»
Fuentes:
D. Zaforteza y Musoles: Del Puig de Pollensa al Puig del Sitiar.
Rda. M. Superiora del
Convento de la Concepción.
María Buades Cañellas, de
Sa Pobla.
Paula Cañellas Mestre, de
Sa Pobla.
092. anonimo (balear-mallorca-palma)
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