Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

El sant crist del noguer


Ella se llama María Buades Cañellas, es natural de Sa Pobla donde actualmente vive en la calle del Rosario. María tiene trein­ta y dos años, es casada y madre de un niño de seis. De mediana estatura, con una cara expresiva que no abandona en ningún mo­mento una ancha sonrisa, María gesticula al hablar y lo hace con vivacidad como subrayando con sus gestos todas las palabras. Ma­ría Buades está llena de vida, de espontaneidad, de dinamismo. Ella, misma se de-fine, poco más o menos: som un nirvi.
Pero a los cuatro años María no era así. Una mañana, al levantarla su madre, se cayó. Sus piernas no podían sostenerla. Ella no lo recuerda pero de la mente de su madre no se ha bo­rrado aquel amargo despertar. Poco a poco, el cuerpo de la pe­queña fue perdiendo el movimiento; y la niña quedó totalmente paralítica, rígida. La familia de María no tenía posibles y no po­dían permitirse otra cosa que llevarla a Palma e internarla en el Hospital Provincial. Allí -continúa la madre-, la pusieron en una especie de caja orto-pédica, sometiéndola periódicamente a un tratamiento de descargas eléctricas. Pero todo era inútil. Un mes tras otro, hasta cuatro, constantemente velada por la ma­dre o la abuela, María se iba consumiendo. Sólo sus abiertos ojos denotaban en ella un atisbo de vida. «Recen para que Dios se la lleve pronto -decían los médicos- de lo contrario, a uste­des y a ella les espera un verdadero calvario».
La madre de María recuerda haberle cosido una pequeña mortaja porque el final era ya, fatalmente, próximo. Al cabo de cuatro meses y medio, incluso las desesperadas oraciones de las dos mujeres habían perdido la acometividad de los primeros días y se habían convertido en un hábito no demasiado lleno de es­peranzas.
No muy lejos del hospital, la abuela encontraba -al final de sus largas veladas junto. a la pequeña inválida- unos instan­tes de sosiego en una capilla de la iglesia de la Concepción, a los pies de una antiquísima imagen de Cristo, frente a la que ardía, perenne-mente, una lámpara de aceite. Sor Consolación alimenta­ba a veces la lámpara y, pese a ser monja claustrada, no vacilaba en acudir a la capilla si veía en ella sola a aquella abatida ancia­na. Como paisanas, se conocían desde hacía tiempo y no eran ajenos a la monja el dolor y la pena de la abuela. Cuando la re­ligiosa supo que la ciencia había desahuciado ya a la pequeña María y que no existía remedio humano capaz de salvarla, creyó llegado el momento de comprometer en la curación a aquel Cris­to legendario, en el que tanta fé tenía y al que tanto amor profe­saba: Entregó una botella a la anciana y le dijo: «Es aceite de la lámpara del Cristo del Nogal. Untad con él las articulacio-nes de la niña y rezad, sobre todo rezad mucho, con absoluta con-fianza».
Fue como encender una pequeña luz en las almas de la abuela y de la madre de María; cada día cumplían con amoroso esmero las instrucciones de la religiosa y los rezos recobraron aquella agresivi-dad de los primeros días. Se imploraban, se suplicaba, se exigía, casi, al Cristo que curase a la niña. Y María, una mañana, movió levemente un dedo, luego otro, luego la mano, un brazo... ¡Se movió! Sí, poco a poca, aquel desahuciado montoncito de piel y huesos fue recobrando todos sus movimientos ante el asom­bro de monjas, enfermeros y médicos.
Diez días más tarde estaban de nuevo en Sa Pobla. La niña pronto corrió y saltó llenando otra vez la casa con sus juegos y su alegría. Años después María bailando con la agrupación regio­nal Marjal en Festa, participó en un certamen internacional en Bélgica y se trajo para su pueblo el primer premio. Hoy todo queda atrás, en un recuerdo un tanto lejano y María tiene los expresivos ojos un poco húmedos cuando dice: «Yo, yo que esta­ba paralítica...».

* * *
La leyenda del Cristo del Nogal, tomada al pié de la letra del manuscrito titulado «Llibre dels miracles del Sant Crucifici de Sancta Margarita» es, vertida al lenguaje de hoy, poco más o menos así: «La milagrosa imagen de Cristo que todo Palma ve­nera en el convento de religiosas agustinas de Santa Margarita y de la que reciben sus devotos grandes favores espirituales y tem­porales, fue hallada (no como otras muchas, resultado de la mano del hombre, profanadas por los infieles, desamparadas por algu­nos malos cristianos, olvi-dadas durante mucho tiempo aquellas que los fieles escondieron cuando se vieron forzados a huir a raíz de la invasión sarracena) en tan especiales circunstancias que si en unas es admirable su arte, en ésta el arte es milagro conocido ya que en su fábrica no ha tenido parte la industria humana, por ser absolutamente obra de la mano divina.

»Para despertar la vocación en las gentes, dispuso Dios nues­tro Señor que, después de largo tiempo y en medio de grandes necesi-dades, se encontrasen algunas imágenes y figuras devotas. La de este Santo Cristo tiene su origen en la devoción de una re­ligiosa del convento que, antes de profesar en clausura, quiso cos­tear una a sus expensas. Buscando la materia necesaria, pedía continuamente a una amiga suya, Catalina Nadal, que vivía en la calle de los Olmos, un gran nogal que tenía en el huerto y del que cogía cada año abun-dante fruto. Catalina remediaba como podía su pobreza con la fertilidad del árbol y esto le sirvió de pretexto para negárselo a la religiosa. Al siguiente año, sin em­bargo, el nogal dio por todo fruto una sola nuez y en una noche de gran tempestad, el árbol se partió cayendo al suelo y su pro­pietaria, tomando en sus manos el único fruto lo llevó a las mon­jas a la mañana siguiente diciéndoles que enviasen a por el nogal y se quedasen con él ya que, sin duda, habían sido sus oraciones las que lo habían arrancado. Haced con él y conforme a vuestra devoción la imagen de Cristo».
»Mandaron las religiosas que cortasen el árbol y, cuando ase­rraron el tronco, encontraron en su interior el Cuerpo de Cristo y en las ramas sus brazos con la misma perfección en que hoy se halla. Visto tan portentoso milagro la imagen fue llevada en so­lemne procesión a la capilla donde actualmente se venera.
»Causó este prodigio tal admiración y respeto.en el ánimo de la monja que, sospechando que la nuez encubriría un tesoro se­mejante, con toda devoción y en compañía dee las demás religio­sas la abrió, hallando en su interior a una parte, la imagen de Nuestra Señora de los Angeles y en la otra, la de Cristo crucifi­cado entre las de San Juan Evangelista y la Virgen; y para que comprendieran que era todo obra de un mismo Artífice, eran tan semejantes la imagen del Cristo de la nuez y la del tronco, que sólo se diferenciaban en ser grande una y muy pequeña la otra.
»Serían estos hechos milagrosos difícilmente creíbles si no los avalasen la constante y antigua tradición y nos los conforma­sen los que, frecuentemente, obra Dios nuestro Señor por medio de las imágenes, devolviendo la salud a los enfermos y remedian­do infinitas necesidades espirituales y temporales, como sabemos y podemos testificar todos los habitantes de Mallorca.»
No acaban aquí las leyendas sobre el Crucifijo cuyo origen no ha podido ser esclarecido aún y que presenta -¿por qué?- ­aserrado el pulgar de su mano izquierda. Los estudiosos sitúan la talla entre los siglos XIV y XV, coincidiendo con el priorato de Sor Catalina Torrella que se distinguió por la construcción de la espléndida iglesia de Santa Margarita, recientemente restaura­da, y que permanece abierta al culto en nuestro días.
Tal vez no tan conocida del público, sea la tradición de que el misterioso Cristo inclina todavía más su cabeza los días Vier­nes Santo de aquellos años en que esta festividad coincide con la de la Anunciación de Nuestra Señora. En 1633, año en que am­bas conmemoraciones litúrgicas se celebraron el mismo día, soli­citaron las religiosas a su confesor la comprobación de este fe­nómeno de que tenían conocimiento por viejas tradiciones orales. Diéronle una cinta al sacerdote con la que éste tomó la medida desde la barbilla de la imagen a la llaga de su costado y, repe­tida la operación el Domingo de Resurrección, comprobó el cura con grandísimo estupor cómo la misma cinta, pendiendo de la bar­billa, venía a terminar casi un palmo más arriba de la llaga... y espantantse tant d.ª gran maravella restá casi esmeat, que apenes podía tornar resposta a les Religioses».
Por imperativos de la leyes desamortizadoras, el Cristo del Nogal tuvo que abandonar su conventual residencia en Santa Mar­garita el 26 de Abril de 1837, precisamente miércoles, el día de la semana en que, según era tradicional, obraba la imagen sus milagros más importantes. Y no pasó aquel miércoles sin mani­festarse su poder ya que al ir a retirarlo de su capilla, hallaron su cuerpo bañado en un copioso sudor sanguinolento lo que pro­vocó algunas escenas de histeria entre la apenada comunidad de religiosas expulsadas por real orden de su convento secular.
Hoy la venerada imagen, con su pulgar aserrado, su impre­sio-nante y ennegrecida belleza y su enorme carga de historias, milagros y leyendas, está en la iglesia de la Concepción, como siempre al cuidado de las religiosas agustinas.
«Yo soy la encargada de limpiarlo y quitarle el polvo, cosas que hago con mucha frecuencia -dice la actual Rda. Madre Su­periora-. No he visto nunca que bajara la cabeza pero he tenido aquí a monjas que hoy están en la eternidad que me aseguraron haber presenciado este prodigio. ¿Milagros?, sí; el último fue hace veinticinco años, cuando curó a una niña de Sa Pobla de una parálisis total. Se llamaba María y nuestra alegría fue tan grande que al saberlo, cantamos todas un solemne Te Deum. En cuanto, a su origen, yo que estoy tan cerca de él con frecuencia ¿qué quiere que le diga?, únicamente que estoy absolutamente convencida de que esta imagen no es, no, no puede serlo, obra de la mano del hombre...»

Fuentes:
D. Zaforteza y Musoles: Del Puig de Pollensa al Puig del Sitiar.
Rda. M. Superiora del Convento de la Concepción.
María Buades Cañellas, de Sa Pobla.
Paula Cañellas Mestre, de Sa Pobla.

092. anonimo (balear-mallorca-palma)

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