Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

La cabalística de los cuernos de la yesca


La cachimba, la pipa, ya sea de tierra cocida o de ma­dera, requemada y oliendo a tabaco fuerte, ha sido un ad­minículo indis-pensable en la persona de casi todo buen pa­yés, balear. Encenderla, no cuesta hoy mayor esfuerzo que el rascar una cerilla o aplicar la llama siseante de un encen­dedor de butano. Sin embargo, todavía hay quien mantiene a ultranza viejos rituales, justificándolos con explicaciones que, en ocasiones, sorprenden en la mentalidad del campesino.
Es el caso -aunque no venga a cuento- de l'amo'n No­fre, un anciano payés mallorquín que no consentirá jamás que, en su presencia, ningún fumador prenda fuego al taba­co con modernos inventos. Salvo que lo nublado del tiempo lo impide, l'amo'n Nofre sacará de su bolsillo un pedazo de cristal de aumento y, haciendo pasar a través la luz del sol, la aplicará a la punta de vuestro cigarrillo o a la cazoleta de su viejísima pipa, hasta que el tabaco prenda. Según l'amo'n Nofre -que a sus casi noventa años no concede, y es comprensible, ninguna importancia a la nicotina- los vapores de las cerillas, del butano o de la gasolina, son al­tamente nocivos para el organismo. L'amo'n Nofre está particularmente desasosegado los días grises y plomizos y chu­pa su apagada cachimba, mirando hacia el cielo con una mezcla de fastidio e impaciencia.
Tiempo atrás, en Menorca, cuando un payés se detenía en sus faenas para fumar una pipa, desarrollaba invariable­mente el ritual de una secular liturgia: desprendía la ca­chimba de la cinta de su sombrero, abría una bolsa de piel mugrienta y, lentamente, iba extrayendo pellizcos de tabaco -la clásica pota- que prensaba en el interior de la cazo­leta. Con un pequeño cuerno -sa banya d'esca- vertía so­bre el tabaco un montoncito de yesca y empezaba a golpear un pedernal sobre ella, hasta conseguir el fuego deseado. Cuestión de paciencia y buen pulso.
De todo el instrumental, lo más apreciado por el fuma­dor era sin duda sa banya d'esca. Reluciente, pulido por el uso, el pequeño cuerno se convertía, casi, en un talismán, si sobre su superficie llevaba grabada la siguiente inscrip­ción:

/ / / / . . . . . / / . / / / . / . . / / . . . / . . / / .

La colocación de los signos no es caprichosa sino que se explica con la leyenda que cuentan, hoy todavía, quienes guardan entre sus entrañables reliquias una de aquellas banyes.
En una nave viajaba una extraña tripulación compuesta por treinta hombres, de los cuales quince eran moros y quince cristia-nos.La fuerte tormenta que atravesaban hacía temer un final de catástrofe, de no tomar rápidamente una decisión terminante. El patrón, que era moro, expuso lo desesperado del caso a su segundo, un menorquín conocido por la viveza de su ingenio, y le ordenó formar a los hom­bres y que, contados de nueve en nueve, fuera echado al mar sin contemplaciones el último de cada cómputo, hasta reducir la tripulación a la mitad. La cuestión era perder lastre a todo trance.
Sin pensarlo dos veces, el segundo de a bordo formó a la marinería de la manera indicada en el jeroglífico, corres­pondiendo las rayas a los cristianos y los puntos a los mo­ros. Al cabo de contar quince veces, siempre de nueve en nueve, los quince moros -patrón incluido- era pasto de los peces ante el asombro de los cristianos supervivientes que, es de suponer, se desharían en vítores para el agudo menorquín.
¿Como pudo éste ordenar, en tan poco tiempo, la forma­ción de los treinta hombres? Pues bien, los que entiendan en estas cuestiones, afirman sin dudarlo que el marino re­cordaría la frase populeam virgam matrem reginam tenebat, macarrónica versión de un latinajo (populeam virgam mater regina tenebat) que, sabe Dios por qué ignoradas motivacio­nes tenía en Menorca el valor de una sentencia.
El marino echó mano de la frase y, en un arrebato de inspiración, asignó un valor de uno a las sílabas con «a», de dos a las con «e», de tres a las con «i», de cuatro a las con «o» y de cinco a las con «u». Acto seguido, empezó a contar:
«Po» cuatro cristianos. «Pu»: cinco moros. «Le»: dos cristianos. «Am»: un moro... y así sucesivamente. Luego vino el recuento de nueve en nueve y el empezar a echar moros por la borda.
Y bien: ¿qué significado tiene la frase? Pues, algo así como «la reina madre tenía una vara de álamo» o, dicho en menorquín, la reina mare tenía un verdanc de poll.
Buscar analogías entre el significado y la trama de la le­yenda de ses banyes d'esca, es ya labor de los investiga­dores...

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear-menorca)

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