La cachimba, la pipa, ya
sea de tierra cocida o de madera, requemada y oliendo a tabaco fuerte, ha sido
un adminículo indis-pensable en la persona de casi todo buen payés, balear.
Encenderla, no cuesta hoy mayor esfuerzo que el rascar una cerilla o aplicar la
llama siseante de un encendedor de butano. Sin embargo, todavía hay quien
mantiene a ultranza viejos rituales, justificándolos con explicaciones que, en
ocasiones, sorprenden en la mentalidad del campesino.
Es el caso -aunque no
venga a cuento- de l'amo'n Nofre, un
anciano payés mallorquín que no consentirá jamás que, en su presencia, ningún
fumador prenda fuego al tabaco con modernos inventos. Salvo que lo nublado del
tiempo lo impide, l'amo'n Nofre
sacará de su bolsillo un pedazo de cristal de aumento y, haciendo pasar a
través la luz del sol, la aplicará a la punta de vuestro cigarrillo o a la
cazoleta de su viejísima pipa, hasta que el tabaco prenda. Según l'amo'n Nofre -que a sus casi noventa
años no concede, y es comprensible, ninguna importancia a la nicotina- los
vapores de las cerillas, del butano o de la gasolina, son altamente nocivos
para el organismo. L'amo'n Nofre está particularmente desasosegado los días grises y plomizos y chupa su apagada
cachimba, mirando hacia el cielo con una mezcla de fastidio e impaciencia.
Tiempo atrás, en Menorca,
cuando un payés se detenía en sus faenas para fumar una pipa, desarrollaba
invariablemente el ritual de una secular liturgia: desprendía la cachimba de
la cinta de su sombrero, abría una bolsa de piel mugrienta y, lentamente, iba
extrayendo pellizcos de tabaco -la clásica pota- que prensaba en el interior de
la cazoleta. Con un pequeño cuerno -sa
banya d'esca- vertía sobre el tabaco un montoncito de yesca y empezaba a
golpear un pedernal sobre ella, hasta conseguir el fuego deseado. Cuestión de
paciencia y buen pulso.
De todo el instrumental,
lo más apreciado por el fumador era sin duda sa banya d'esca. Reluciente, pulido por el uso, el pequeño cuerno
se convertía, casi, en un talismán, si sobre su superficie llevaba grabada la
siguiente inscripción:
/ / / / . . . . . / / . /
/ / . / . . / / . . . / . . / / .
La colocación de los
signos no es caprichosa sino que se explica con la leyenda que cuentan, hoy
todavía, quienes guardan entre sus entrañables reliquias una de aquellas banyes.
En una nave viajaba una
extraña tripulación compuesta por treinta hombres, de los cuales quince eran
moros y quince cristia-nos.La fuerte tormenta que atravesaban hacía temer un
final de catástrofe, de no tomar rápidamente una decisión terminante. El
patrón, que era moro, expuso lo desesperado del caso a su segundo, un menorquín
conocido por la viveza de su ingenio, y le ordenó formar a los hombres y que,
contados de nueve en nueve, fuera echado al mar sin contemplaciones el último
de cada cómputo, hasta reducir la tripulación a la mitad. La cuestión era
perder lastre a todo trance.
Sin pensarlo dos veces,
el segundo de a bordo formó a la marinería de la manera indicada en el
jeroglífico, correspondiendo las rayas a los cristianos y los puntos a los moros.
Al cabo de contar quince veces, siempre de nueve en nueve, los quince moros
-patrón incluido- era pasto de los peces ante el asombro de los cristianos
supervivientes que, es de suponer, se desharían en vítores para el agudo
menorquín.
¿Como pudo éste ordenar,
en tan poco tiempo, la formación de los treinta hombres? Pues bien, los que
entiendan en estas cuestiones, afirman sin dudarlo que el marino recordaría
la frase populeam virgam matrem reginam
tenebat, macarrónica versión de un latinajo (populeam virgam mater regina
tenebat) que, sabe Dios por qué ignoradas motivaciones tenía en Menorca el
valor de una sentencia.
El marino echó mano de la
frase y, en un arrebato de inspiración, asignó un valor de uno a las sílabas
con «a», de dos a las con «e», de tres a las con «i», de cuatro a las con «o» y
de cinco a las con «u». Acto seguido, empezó a contar:
«Po» cuatro cristianos.
«Pu»: cinco moros. «Le»: dos cristianos. «Am»: un moro... y así sucesivamente.
Luego vino el recuento de nueve en nueve y el empezar a echar moros por la
borda.
Y bien: ¿qué significado
tiene la frase? Pues, algo así como «la reina madre tenía una vara de álamo» o,
dicho en menorquín, la reina mare tenía
un verdanc de poll.
Buscar analogías entre el
significado y la trama de la leyenda de ses
banyes d'esca, es ya labor de los investigadores...
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-menorca)
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