Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

La madona de la terra de binisafúa


Al oeste de Sant Lluis y a poca distancia del mar, en un paraje lleno de nombres de fuertes resonancias árabes, vi­vió, dos siglos atrás, l'amo'n Bernat d'es Plets. Su sabiduría en historias de la tierra era insondable y gustaba de contar­las a sus hijos, seis hembras y tres varones, cuando lograba reunirlos, al final de cada jornada, ante la tosca mesa de la cocina.
L'amo'n Bernat se ponía particularmente serio cuando, alargando la vista hasta la cercana torre, curiosamente re­donda adiferencia de sus vecinas, relataba la odisea que vi­vió una antigua madona del predio:
«Una mañana, cuando todos los hombres de Binisafúa se hallaban lejos, ocupados en trabajar la tierra, la mujer recibió la inesperada visita de un moro, cuyas intenciones distaban mucho de inspirar confianza.
»La madona, pasado el primer sobresalto, comprendió que haciendo frente a aquel gigantón, lo único que conse­guiría sería poner en peligro su vida y la del pequeño que se agarraba asustado a sus faldas. Comprendía que el moro le ordenaba marchar con él y, como supo, le dio a entender que estaba dispuesta a obedecerle. Preparó en un momento algunas vituallas, lo primero que halló a mano, y, antes de partir, retiró del fuego el caldero en el que hervía la leche recién ordeñada.
»Alargó una escudilla al moro, invitándole a probarla y cuando éste, confiado, se inclinó sobre la olla para llenar el tazón, la madona le echó a los ojos el ardiente contenido del suyo. El pirata lanzó un aullido de dolor y, desenvai­nando su cimitarra, empezó a voltearla a ciegas, cortando el aire de la estancia con estremecedores silbidos.
»La mujer, mientras tanto, tomando al pequeño en bra­zos, se encaramó hasta el piso superior izando tras ella la escala y haciéndola desaparecer por la trampilla, al tiempo que la torre se iba llenando de moros, atraídos por los gri­tos de su compañero.
»Pronto se extendió por los alrededores el lúgubre soni­do del corn que la madona de Binisafúa soplaba, con todas sus fuerzas, desde lo alto de la torre. Los piratas conocían el significado -morus en terra- de aquel gemido monocor­de y prolongado, pero, cegados por la furia, lejos de em­prender la retirada hacia la cercana playa, decidieron amon­tonar cuantos enseres hallaron y, encaramándose por ellos, consiguieron alcanzar el agujero del techo por el que había desapa-recido la madona. Uno tras otro, los que llegaban a asomarse, se desplomaban con la cabeza abierta o una mano cercenada por los seguros golpes del teant que la mujer manejaba con singular destreza.
»Furiosos e impotentes al ver como fracasaban, uno tras otro, sus intentos, llenaron la torre de ramas y arbus­tos, prendíeron fuego y corrieron a reembarcarse, sin ver consumada su fechoría.
»Cuando llegaron los payeses, el sonido de la caracola había cesado y la torre de Binisafúa ardía por los cuatro costados. El primero en llegar a lo alto, sofocado a medias el incendio, no halló, como se temía, a la esforzada madona abrasada por el calor y el fuego. Desnuda de toda su ropa, la había colocado bajo sus pies, evitando así el contacto con el ardiente pavimento y ello le permitió resistir hasta ser rescatada, juntamente con su hijo, por los hombres del predio».
L'amo'n Bernat terminaba una vez más su relato, segui­do con reverente atención por sus vástagos, en especial por las hijas que, algo sofocadas, no podían evitar el verse a sí mismas en el trance vivido por la madona de Binisafúa...
«Deu mus guard de que morus mus treguin de ca nos­tra», sentenciaba l'amo, mientras partía el pan. Era la se­ñal de que la cena podía comenzar.

* * *
El argumento básico de la leyenda de Binisafúa se repi­te en Menorca, principalmente en la zona meridional de su geografía. Desde Cap d'Artrutx o Artruig hasta Punta Pri­ma, todas las torres que existieron o existen aún, a lo largo de la costa, están aureoladas de historias parecidas.
En Son Carabassa, cerca de Cala Fustam, la protagonis­ta no es una madona sino una muchacha, doncella aún. Al verse acosada por los moros, también ella consigue llegar a la azotea, hacer sonar el corn y abrir alguna cabeza de los atrevidos que consiguen ganar la trampilla. La solución fi­nal del fuego es asimismo puesta en práctica, como lo es también la decisión de la muchacha de desnudarse y poner la ropa bajo sus pies. Los labriegos llegarán, sin embargo, demasiado tarde, cuando la doncella haya muerto abrasa­da en el descomunal horno. La leyenda, que se muestra cruel en esta ocasión con su heroína, se cuida mucho de tener en cuenta su condición de virgen y por ello, cuentan, cuando los hombres de Son Carabassa alcanzaron lo alto de la torre, hallaron su cadáver pudorosamente cubierto por sus blanquísimas enaguas, que, incomprensiblemente, habían resultado incombustibles.
Más realista es la versión de lo ocurrido en Torre-Saura. Aquí el fuego se ceba en la maciza torre hasta que su bóve­da se resquebraja y hunde, sepultando entre las brasas y los escombros a la muchacha que se había refugiado en ella. La tradición ha mantenido la creencia de que, mientras se consumaba la tragedia en Torre-Saura, el padre de la joven asistía a misa en la próxima ermita de Sant Joan y fue sa­cado de allí por su caballo que, obligándole a montar, lle­vóle a galope tendido hasta el predio, al que llegó demasia­do tarde.
Y las historias siguen, de torre en torre, con mejor o peor fortuna para sus protagonistas. En algunos casos, como en Binifadet, sin consecuencias que lamentar. Los payeses del término, alertados por el aviso -morus en terra- que esparcía el corn, llegaron a tiempo de evitar que los piratas pusieran en práctica sus pirómanas intenciones y, persi­guiéndoles de cerca, les obligaron a reembarcarse con apu­ros en espera, tal vez, de mejores oportunidades.

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear-menorca)

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