Al oeste de Sant Lluis y
a poca distancia del mar, en un paraje lleno de nombres de fuertes resonancias
árabes, vivió, dos siglos atrás, l'amo'n
Bernat d'es Plets. Su sabiduría en historias de la tierra era insondable y
gustaba de contarlas a sus hijos, seis hembras y tres varones, cuando lograba
reunirlos, al final de cada jornada, ante la tosca mesa de la cocina.
L'amo'n Bernat se ponía
particularmente serio cuando, alargando la vista hasta la cercana torre,
curiosamente redonda adiferencia de sus vecinas, relataba la odisea que vivió
una antigua madona del predio:
«Una mañana, cuando todos
los hombres de Binisafúa se hallaban lejos, ocupados en trabajar la tierra, la
mujer recibió la inesperada visita de un moro, cuyas intenciones distaban mucho
de inspirar confianza.
»La madona, pasado el primer sobresalto, comprendió que haciendo frente
a aquel gigantón, lo único que conseguiría sería poner en peligro su vida y la
del pequeño que se agarraba asustado a sus faldas. Comprendía que el moro le
ordenaba marchar con él y, como supo, le dio a entender que estaba dispuesta a
obedecerle. Preparó en un momento algunas vituallas, lo primero que halló a
mano, y, antes de partir, retiró del fuego el caldero en el que hervía la leche
recién ordeñada.
»Alargó una escudilla al
moro, invitándole a probarla y cuando éste, confiado, se inclinó sobre la olla
para llenar el tazón, la madona le
echó a los ojos el ardiente contenido del suyo. El pirata lanzó un aullido de
dolor y, desenvainando su cimitarra, empezó a voltearla a ciegas, cortando el
aire de la estancia con estremecedores silbidos.
»La mujer, mientras
tanto, tomando al pequeño en brazos, se encaramó hasta el piso superior izando
tras ella la escala y haciéndola desaparecer por la trampilla, al tiempo que la
torre se iba llenando de moros, atraídos por los gritos de su compañero.
»Pronto se extendió por
los alrededores el lúgubre sonido del corn
que la madona de Binisafúa soplaba,
con todas sus fuerzas, desde lo alto de la torre. Los piratas conocían el
significado -morus en terra- de aquel
gemido monocorde y prolongado, pero, cegados por la furia, lejos de emprender
la retirada hacia la cercana playa, decidieron amontonar cuantos enseres
hallaron y, encaramándose por ellos, consiguieron alcanzar el agujero del techo
por el que había desapa-recido la madona.
Uno tras otro, los que llegaban a asomarse, se desplomaban con la cabeza
abierta o una mano cercenada por los seguros golpes del teant que la mujer manejaba con singular destreza.
»Furiosos e impotentes al
ver como fracasaban, uno tras otro, sus intentos, llenaron la torre de ramas y
arbustos, prendíeron fuego y corrieron a reembarcarse, sin ver consumada su
fechoría.
»Cuando llegaron los
payeses, el sonido de la caracola había cesado y la torre de Binisafúa ardía
por los cuatro costados. El primero en llegar a lo alto, sofocado a medias el
incendio, no halló, como se temía, a la esforzada madona abrasada por el calor y el fuego. Desnuda de toda su ropa,
la había colocado bajo sus pies, evitando así el contacto con el ardiente
pavimento y ello le permitió resistir hasta ser rescatada, juntamente con su
hijo, por los hombres del predio».
L'amo'n Bernat terminaba una
vez más su relato, seguido con reverente atención por sus vástagos, en
especial por las hijas que, algo sofocadas, no podían evitar el verse a sí
mismas en el trance vivido por la madona
de Binisafúa...
«Deu mus guard de que morus mus treguin de ca nostra», sentenciaba l'amo, mientras
partía el pan. Era la señal de que la cena podía comenzar.
* * *
El argumento básico de la
leyenda de Binisafúa se repite en Menorca, principalmente en la zona
meridional de su geografía. Desde Cap
d'Artrutx o Artruig hasta Punta Prima, todas las torres que
existieron o existen aún, a lo largo de la costa, están aureoladas de historias
parecidas.
En Son Carabassa, cerca de Cala
Fustam, la protagonista no es una madona
sino una muchacha, doncella aún. Al verse acosada por los moros, también ella
consigue llegar a la azotea, hacer sonar el corn
y abrir alguna cabeza de los atrevidos que consiguen ganar la trampilla. La
solución final del fuego es asimismo puesta en práctica, como lo es también la
decisión de la muchacha de desnudarse y poner la ropa bajo sus pies. Los
labriegos llegarán, sin embargo, demasiado tarde, cuando la doncella haya
muerto abrasada en el descomunal horno. La leyenda, que se muestra cruel en
esta ocasión con su heroína, se cuida mucho de tener en cuenta su condición de
virgen y por ello, cuentan, cuando los hombres de Son Carabassa alcanzaron lo alto de la torre, hallaron su cadáver
pudorosamente cubierto por sus blanquísimas enaguas, que, incomprensiblemente,
habían resultado incombustibles.
Más realista es la
versión de lo ocurrido en Torre-Saura. Aquí el fuego se ceba en la maciza torre
hasta que su bóveda se resquebraja y hunde, sepultando entre las brasas y los
escombros a la muchacha que se había refugiado en ella. La tradición ha
mantenido la creencia de que, mientras se consumaba la tragedia en Torre-Saura,
el padre de la joven asistía a misa en la próxima ermita de Sant Joan y fue sacado de allí por su
caballo que, obligándole a montar, llevóle a galope tendido hasta el predio,
al que llegó demasiado tarde.
Y las historias siguen,
de torre en torre, con mejor o peor fortuna para sus protagonistas. En algunos
casos, como en Binifadet, sin consecuencias que lamentar. Los payeses del
término, alertados por el aviso -morus en
terra- que esparcía el corn,
llegaron a tiempo de evitar que los piratas pusieran en práctica sus pirómanas
intenciones y, persiguiéndoles de cerca, les obligaron a reembarcarse con apuros
en espera, tal vez, de mejores oportunidades.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-menorca)
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