Había un Rey que se llamaba Benigno; todo el
mundo le quería porque era bueno y justo. Su esposa la Reina Dulcita era
tan buena como él. Tenían una hija, la Princesita Blondina ,
que era tan buena como ellos dos. Por desgracia, la Reina murió pocos meses
después del nacimiento de Blondina y el Rey la lloró mucho tiempo. El Rey
quería tiernamente a Blondina y Blondina quería al Rey más que a nadie en el
mundo. El Rey le daba los mejores bombones, los juguetes más hermosos y las
frutas más deliciosas. Y Blondina era muy feliz.
Un día dijeron al Rey Benigno que todos sus
súbditos deseaban que se casase nuevamente a fin de que tuviese un hijo que le
sucediese en el trono. El Rey rehusó primero, pero acabó por ceder a las
instancias y deseos de sus vasallos. Llamó a su ministro Ligero y le dijo:
-Amigo mío, estoy aún tan triste por la
muerte de mi pobre esposa Dulcita que no quiero encargarme yo mismo de buscarme
otra. Encárgate tú de hallar una Princesa que se comprometa a hacer feliz a mi
hija Blondina. No pido otra condición a mi futura esposa.
El ministro partió en seguida; visitó a
todos los Reyes con hijas casaderas y vió muchas Princesas que por una causa u
otra no le gustaron. Al fin llegó a la corte del Rey Turbulento, que tenía una
hija guapa, espiritual, amable y que parecía buena. Ligero la encontró tan
encantadora que la pidió en seguida en matrimonio en nombre del Rey Benigno,
sin informarse antes de si realmente era buena o sólo lo parecía. Turbulento,
encantado de desembarazarse de aquel modo de su hija, que en realidad tenía un
mal carácter, accedió en seguida y la entregó a Ligero para que la condujese al
reino del Rey Benigno.
El ministro, pues, llevó consigo a la Princesa Bribona ,
y el Rey Benigno, que había sido advertido de su llegada por un propio, les
salió al encuentro. Encontró bella a la Princesa , pero ¡qué lejos estaba de tener el
aspecto dulce y bueno de la pobre Dulcita!
Cuando Bribona vió a Blondina la miró de tan
mala manera que la
Princesita , que tenía ya tres años, tuvo miedo y se puso a
llorar.
-¡Papá, querido papá! ¡Tengo miedo!...
El Rey, sorprendido, miró a la Princesa Bribona
y ésta no pudo componer con tanta rapidez el rostro que el Rey no viese la
mirada terrible que asustaba a Blondina. Inmediatamente decidió que Blondina
viviría separada de la nueva Reina, bajo la vigilancia exclusiva de la nodriza
y de la doncella que la habían criado y que la querían tiernamente. De este
modo la Reina
veía raramente a Blondina, pero aun así, cuando por casualidad la encontraba,
no podía disimular por completo el odio que la tenía.
Al cabo de cierto tiempo, Bribona tuvo una
hija, a la que llamaron Morenita a causa de sus cabellos, que eran negros como el
carbón. Morenita era hermosa, pero bastante menos que Blondina; además era tan
mala como su mamá y detestaba a Blondina, a la cual hacía todo el daño posible;
la mordía, la pellizcaba, le tiraba de los cabellos, le rompía los juguetes y
le manchaba sus mejores vestidos. Blondina no se enfadaba nunca y siempre
trataba de excusar a su hermanastra.
-¡Oh papá! -decía al Rey. ¡No la riñas! Es
tan pequeña que no sabe el mal que hace.
El Rey Benigno abrazaba a su hija Blondina y
no decía nada, pero bien veía que Morenita hacía todo aquello por maldad y que
Blondina la excusaba de buena que era. Y cada vez quería más a su hijita mayor.
Blondina tenía ya siete años y Morenita
tres. El Rey había dado a Blondina un hermoso carrito del que tiraban dos
avestruces. Lo conducía un paje de diez años, sobrino de la nodriza de Blondina.
El paje, que se llamaba Glotoncito, tenía un terrible defecto: era tan laminero
y le gustaban tanto los dulces, que hubiera sldo capaz de cometer una mala
acción por un paquete de bombones.
El jardín en que Blondina se paseaba en su
cochecito con el paje estaba separado por una verja de hierro de un magnífico
bosque llamado el bosque de las Lilas porque durante todo el año florecían en
él estas flores. Nadie iba a aquel bosque porque se sabía que el que entraba ya
no volvía a salir nunca más. La Reina Bribona empezó por hacerse amiga de
Glotoncito dándole cada día nuevas golosinas; cuando le hubo vuelto tan
laminero que ya no podía pasarse sin bombones, peladillas y pasteles, le hizo
venir y le dijo:
-¡Glotoncito, de ti depende el que tengas un
baúl lleno de bombo-nes o bien que no puedas comer nunca más!
-¿No comer nunca más? ¡Ay, señora, me
moriría de pena! ¿Qué queréis que haga?
-Quiero -dijo la Reina mirándole fijamente -que
conduzcas a la
Princesa Blondina hasta cerca del bosque de las Lilas.
-¡Imposible, señora, el Rey me lo ha
prohibido!
-¡Ah! ¿Es imposible? Bueno, pues entonces
adiós. No te daré ningún dulce más y prohibiré a los demás que te den.
-¡Ah, señora -dijo Glotoncito llorando:
dadme una orden que yo pueda cumplir!
-Por última vez, ¿quieres llevar a Blondina
cerca del bosque encantado? Escoge: o un cofre lleno de bombones, los cuales
iré renovando cada mes, o nunca más verás un dulce.
-Sí... pero ¿cómo haré para que el Rey no me
castigue?
-No te preocupes por eso. Tan pronto como
hayas hecho entrar a Blondina en el bosque, ven a encontrarme; te daré lo
convenido y me encargaré de tu porvenir.
Glotoncito reflexionó durante unos momentos
y al fin resolvió sacrificar a su buena amita por unos kilos de bombones.
Al día siguiente, a las cuatro, Blondina
pidió su cochecito y, después de abrazar al Rey, subió en él prometiendo estar
de vuelta de su paseo antes de dos horas. El jardín era grande.
Cuando estuvieron tan lejos que ya no podían
verles desde el palacio, Glotoncito cambió de dirección y se encaminó hacia la
verja del bosque. Estaba triste y silencioso, pues el crimen que iba a cometer
pesaba sobre su corazón y su conciencia:
-¿Qué tienes, Glotoncito? ¿Estás enfermo?
-No, Princesa: estoy perfectamente.
-¡Qué pálido estás! ¡Dime lo que te pasa y
haré los posibles para contentarte!
Esta bondad de Blondina estuvo a punto de
salvarla, pero antes de que el paje pudiese responder estaba ya junto a la
verja del bosque encantado.
-¡Oh, qué hermosas lilas! -exclamó
Blondina-. iQué perfume tan delicioso! ¡Quisiera hacer un ramo y llevárselo a
papá! Baja, Glotoncito, y cógeme unas cuantas ramas.
-No puedo, Princesa. Los avestruces podrían
marcharse mientras yo estuviera ausente y el Rey me reñiría.
-Es verdad -dijo Blondina. Me sabría mal que
te riñeran por mi causa.
Y diciendo estas palabras, la Princesa saltó de su
coche, atravesó la verja sin ningún trabajo, pues los barrotes estaban muy
separados unos de otros, y se puso a coger flores.
En aquel momento Glotoncito se arrepintió de
su mala acción y quiso repararla llamando a Blondina; pero aunque Blondina sólo
estaba a diez pasos de distancia y la veía perfectamente, ella no oía sus voces
y se adentraba cada vez más en el bosque encantado. Durante mucho rato la vió
cogiendo flores y al fin desapareció de su vista.
Glotoncito lloró un rato maldiciendo su
glotonería, pero al fin volvió a palacio procurando no ser visto. La Reina le estaba esperando.
Al verle pálido y con los ojos enrojecidos por las lágrimas adivinó que
Blondina estaba perdida.
-¡Ven! -le dijo-. ¡Aquí está tu recompensa!
Y le enseñó un gran cofre lleno de toda
clase de bombones. Llamó a sus criados e hizo que cargasen el cofre sobre un
mulo.
-En marcha, Glotoncito -le dijo-, y vuelve a
buscar otro el mes que viene.
Al mismo tiempo le entregó una bolsa llena
de oro. Glotoncito espoleó a su mulo para alejarse cuanto antes, pero el mulo
era malo y tozudo. Impacientado por el peso del cofre, se encabritó y lo hizo
de tal manera que acabó por tirar al suelo el cofre y a su dueño, quien se
abrió la cabeza contra unas piedras y murio.
De este modo su crimen no le aprovechó,
porque no había tenido tiempo de gustar ni uno solo de los bombones que le
había dado la Reina.
Cuando Blondina entró en el bosque se puso a
coger las hermosas ramas de lilas, alegrándose mucho de ver tantas. A medida
que las iba cogiendo vió otras más hermosas; entonces dejaba caer las que
llevaba en los brazos y empezaba de nuevo.
Hacía ya más de una hora que estaba ocupada
en semejante trabajo y tenía calor; además empezaba a sentirse fatigada y pensó
que ya era hora de volver a palacio. Volvió la cabeza y se vió rodeada de
lilas; llamó a Glotoncito, y no le respondió nadie.
-Me he alejado más de lo que creía -se dijo
Blondina; voy a volver sobre mis pasos, aunque estoy algo cansada. Seguramente
que Glotoncito acabará por oírme y me guiará hasta el coche.
Anduvo durante un buen rato, pero nunca veía
el final del bosque. Muchas veces llamó a su paje, pero nadie le respondía. Al
fin empezó a asustarse.
-¿Qué va a ser de mí en este bosque? .¿Qué
va a pensar mi pobre papá al ver que no vuelvo? Y el pobre Glotoncito ¿cómo va
a atreverse a volver a palacio sin mí? Seguramente le castigarán, y todo por
culpa mía, por haber querido coger lilas. ¡Qué desgraciada soy! Voy a morir de
hambre y de sed en este bosque, suponiendo que los lobos no se me coman esta
noche.
Y Blondina se dejó caer al suelo junto a un
árbol y se puso a llorar amargamente. Lloró mucho; al fin la fatiga la rindió,
recostó su cabeza sobre el montón de lilas que había cogido y se durmió.
Blondina durmió durante toda la noche y no
se despertó hasta muy entrada la mañana. Se frotó los ojos muy sorprendida por
verse rodeada de árboles en vez de encontrarse en su camita. Llamó a su
doncella y le respondió un maullidito cariñoso. Extrañada y asustada, miró al
suelo y vió a sus pies un magnífico gato blanco como la nieve que la miraba con
dulzura.
-¿Ay, Misinito, qué bonito eres! -exclamó
Blondina mientras le acariciaba el lomo. Estoy muy contenta por haberte encontrado,
pues tú me conducirás a casa. Pero antes necesito comer, pues si no, no podría
dar un paso.
Apenas hubo dicho estas palabras cuando
Misino mayó otra vez y, alargando la patita, le enseñó un paquete cerca de
ella. Blondina abrió el paquete y halló dentro bollos de manteca. Mordió uno de
ellos y como lo halló delicioso dió algunos trozos a Misino, que se relamió de
gusto.
Cuando hubieron comido los dos, Blondina
acarició al gato y le dijo:
-Gracias, Misinito, por el suculento
almuerzo que me has traído; pero, ahora, ¿puedes conducirme hasta mi padre, que
debe de estar desolado por mi ausencia?
Misino denegó mientras soltaba maullidos
lastimeros.
-Veo que me comprendes, Misinito -dijo
Blondina. Entonces, ten piedad de mí; llévame hasta una casa cualquiera para
que no me muera de hambre, de frío y de terror en este horrible bosque.
Misino la miró y, dando unos pasos, volvió
la cabeza para ver si Blondina le seguía.
-Sí, sí, ya te sigo -dijo Blondina
levantándose a su vez. Pero ¿cómo podremos guiarnos por entre estos arbustos
tan frondosos, pues no veo ningún camino?
Misino, por toda respuesta, se lanzó a
través de los arbustos, que se abrieron para dejarle pasar a él y a Blondina.
Después de su paso las ramas volvían a juntarse.
Al cabo de una hora de caminar, Blondina vió
un castillo magnífico rodeado de una verja dorada. La Princesa no sabía qué
hacer para entrar, pues Misino había desaparecido.
Misino había entrado por un agujero, tal vez
hecho ex profeso para él, y había probablemente avisado a alguien del castillo,
pues la puerta de la verja se abrió sin que Blondina hubiese llamado. La Princesa entró en el
patio y no vió a nadie. La puerta del castillo se abrió también por sí sola y
Blondina entró en un vestíbulo de mármol blanco. Después recorrió varias
habitaciones suntuosas y al fin percibió en un lindo salón tapizado de oro y
azul una cierva blanca recostada sobre un montón de hierbas finas. Misino estaba
junto a ella.
La cierva vió a Blondina, se levantó, salió
a su encuentro y le dijo:
-Tranquilízate, Blondina, estás entre
amigos. Conozco a tu padre el Rey y le quiero tanto como a ti.
-Oh señora -dijo Blondina, si conocéis a mi
padre, llevadme junto a él, pues debe de estar muy triste por mi ausencia.
-Mi querida Blondina -repuso Buena-Cierva
suspirando. No está en mi poder el devolverte a tu padre, pues estás bajo el
poder del encantador del bosque de las Lilas. Yo misma estoy sometida a su
poder, superior al mío, pero puedo enviar a tu padre sueños que le
tranquilizarán sabiendo que estás conmigo.
-¡De modo -exclamó Blondina horrorizada- que
no veré nunca más a mi padre, a quien tanto quiero!
-Querida Blondina, dejemos en paz el
porvenir. Volverás a ver a tu padre, pero todavía tiene que pasar algún tiempo.
Misinito y yo haremos que, mientras tanto, seas feliz.
Blondina suspiró y lloró un poquito.
Después, pensando en que esto era no agradecer las bondades de Buena-Cierva, se
contuvo e hizo esfuerzos para conversar alegremente.
Buena-Cierva y Misinito la llevaron al
cuarto que se le había destinado. Estaba todo tapizado de seda de color de
rosa, bordada en oro, y los muebles eran de terciopelo blanco, bordados
admirablemente con sedas brillantes. Todos los animales, los pájaros, las
mariposas, los insectos, estaban allí representados. En la pared estaban
colgados dos magníficos retratos representando una mujer joven muy hermosa y un
encantador muchacho. Los trajes que llevaban atestiguaban su origen real.
-¿De quién son estos retratos, señora? -preguntó
Blondina a la cierva.
-Ahora tengo prohibido contestarte, pero lo
sabrás más tarde. Es hora de comer y debes de tener apetito. Ven conmigo,
Blondina.
La comida fué exquisita y de lo mejor.
Blondina tenía hambre; comió de todo y lo halló excelente.
Después de comer bajaron al jardín, donde
Blondina halló los frutos más suculentos y además pudo pasearse, correr y jugar
a su antojo. Cuando estuvo cansada, dos gacelas (que eran las encargadas del
servicio del palacio) la condujeron al castillo, la desnudaron y la acostaron.
Y Blondina no tardó en dormirse, no sin haber antes pensado en su padre y
llorado amargamente su separación.
Blondina durmió profundamente y al despertar
le pareció que no era la misma que cuando se había acostado.
Sin embargo, su cuarto era el mismo que le
había enseñado Buena-Cierva y en el que se había acostado la noche anterior.
Agitada e inquieta, se levantó y acercándose
a un espejo vió que era ya una muchacha mayor y también, necesario es
confesarlo, se halló encantadora, más bonita cien veces que cuando se había
acostado el día anterior. Sus hermosos cabellos rubios caían en cascadas hasta
sus pies, y su tez blanca, sus bonitos ojos azules, su nariz respingona, su
boquita roja, sus mejillas sonrosadas hacían de ella la más hermosa personita
que se hubiera visto nunca.
Emocionada, casi asustada, se vistió a toda
prisa y fué a buscar a Buena-Cierva, a quien halló en el mismo salón en que la
había visto por primera vez.
-¡Buena-Cierva! ¡Buena-Cierva! -exclamó.
Explicadme por favor la metamor-fosis que veo y siento en mí. Me acosté una niña
y me he despertado una persona mayor. ¿Es una ilusión o es que he crecido
verdaderamente durante una noche?
-Es verdad, Blondina, que hoy cumples catorce
años y que tu sueño ha durado siete. Mi hijo Misinito y yo hemos querido
evitarte la pesadez de los primeros estudios y mientras dormías te hemos
instruido.
Blondina, aún incrédula, corrió a la sala de
estudio y allí tocó el piano y el arpa, bailó, cantó maravillosamente, dibujó y
pintó con facilidad. También probó de escribir y se halló tan hábil como en
todo lo demás. Recorrió con la vista los libros y se acordó de haberlos leído
todos. Sorprendida y maravillada, echó los brazos al cuello de Buena-Cierva,
besó tiernamente a Misino y dijo:
-¡Oh, mis buenos, mis queridos, mis
encantadores amigos! ¡Cuánto reconocimiento os debo por haber cuidado de mi
niñez!
Buena-Cierva devolvió sus caricias y Misino
le lamió las manos delicada-mente. Cuando hubieron pasado los primeros
transportes de felicidad, Blon-dina bajó los ojos y dijo tímidamente:
-No me creáis ingrata, mis buenos amigos, si
añado un nuevo favor a los que ya os debo. Decidme, ¿qué hace mi padre? ¿Llora
aún mi ausencia? ¿Es feliz?
-Tu deseo es muy legítimo -dijo BuenaCierva. Mira en este espejo y verás en él a tu padre.
Blondina le vió, pero mucho más viejo. Sus
cabellos habían encanecido, estaba triste y tenía en la mano un retrato de
Blondina que besaba a menudo llorando. Blondina no vió a su hermana ni a la Reina Bribona.
La pobre Blondina lloró amargamente.
-¿Por qué mi padre no tiene a nadie a su
lado? -preguntó. ¿Dónde están mi hermana y la Reina ?
-La
Reina -dijo Buena-Cierva- demostró tan poca pena por tu
desaparición, que el Rey tu padre empezó a aborrecerla y la envió a su padre el
Rey Turbulento, quien la encerró en una torre, en donde murió de rabia y de
fastidio. En cuanto a tu hermana, se volvió tan mala y tan insoportable que el
Rey la prometió en casamiento al Príncipe Violento, quien antes de hacerla su
esposa juró reformarle el carácter a golpes. Y dicen que lo va consiguiendo.
Los días pasaban rápidamente para Blondina,
porque estaba muy ocupada con sus estudios, pero a veces se entristecía, pues
no podía conversar más que con Buena-Cierva, quien sólo estaba con ella en las
comidas y a las horas de estudio. Misino no podía hablar más que por signos y
las gacelas que le servían tampoco tenían el don de la palabra.
A veces Blondina entraba en un pabellón que
estaba en una eminencia junto al bosque y veía en él árboles magníficos, flores
encantadoras y miles de pájaros que parecían revolotear llamándola.
Misino, que era su acompañante habitual,
parecía leer en su pensamiento y, estirándole de la ropa, la forzaba a salir
del pabellón. Blondina sonreía y continuaba su paseo solitario.
Hacía ya cerca de seis meses que Blondina se
había despertado de su sueño de siete años; el tiempo le parecía largo y el recuerdo
de su padre la entristecía. Buena-Cierva le había dicho va tres o cuatro veces:
-¡Blondina, volverás a ver a tu padre cuando
hayas cumplido los quince años!
Una mañana Blondina estaba triste y sola. De
repente dieron tres golpes en el cristal de la ventana. Levantó la cabeza
sorprendida y vió a un papagayo de un color verde precioso, con el cuello y el
pecho de color naranja. Corrió a abrir y su extrañeza no fué poca cuando el
pájaro le dijo con una vocecita agria:
-¡Buenos días, Blondina! Sé que te aburres y
vengo a conversar contigo. Pero no digas a nadie que me has visto, porque Buena-Cierva
me retorcería el cuello.
-¿Y por qué? Buena-Cierva no aborrece más
que a los que son malos.
-Blondina, quiero que me prometas no decir
nada de mi visita a Buena-Cierva y Misino, pues, de lo contrario, me iré para
no volver más.
-Bueno, te lo prometo. Pero hablemos un
poco.
Blondina escuchó los cuentos del papagayo y
quedó encantada de su talento. Al cabo de una hora el pájaro se fué,
prometiendo volver al día siguiente. Estas agradables visitas duraron varios
días. Una mañana el papagayo llamó a la ventana y dijo:
-¡Blondina, Blondina, ábreme! Te traigo
noticias de tu padre. Pero sobre todo no hagas ruido.
Blondina abrió y dijo:
-Habla pronto. ¿Qué hace mi padre? ¿Le
sucede algo?
-A tu padre, Blondina, no le pasa nada, pero
le he prometido emplear todo mi poder para sacarte de esta cárcel. Sólo que me
tienes que ayudar.
-¡Mi cárcel! -exclamó Blondina-. ¡Pero si yo
no estoy en una cárcel y Buena-Cierva y Misinito me quieren mucho! Ven,
papagayo, que te presentaré a Buena-Cierva.
-¡Ay Blondina! -dijo agriamente el pájaro.
No conoces a Buena-Cierva ni a Misino. Me detestan porque he conseguido
arrancarles algunas de sus víctimas. Nunca verás a tu padre, Blondina, ni
saldrás de este bosque si no te apoderas del talismán que aquí te retiene.
-¿Qué talismán? -dijo Blondina.
-Una rosa.
-Pero si en el jardín no hay ninguna rosa,
¿cómo voy a poderla coger?
-Ya te lo diré otro día, Blondina.
Y el papagayo se marchó volando muy contento
por haber hecho germinar en el corazón de Blondina la ingratitud y la desobediencia.
Apenas se había marchado cuando entró Buena-Cierva en el cuarto. Parecía muy
agitada.
-¿Con quién hablabas, Blondina? -dijo
mirando con desconfianza a la ventana abierta.
-Con nadie, señora -respondió Blondina.
Buena-Cierva ni replicó; estaba triste y
algunas lágrimas brotaron de sus ojos. Blondina también estaba preocupada. En
vez de decirse que una cierva que habla y que tiene el poder de hacer
inteligentes a las bestias, que consagra siete años a la fastidiosa tarea de
educar a una jovencita ignorante, no es una cierva ordinaria; en vez de
reconocer todo lo que había hecho por ella; Blondina creyó ciegamente al
papagayo, a quien no conocía, y resolvió seguir sus consejos.
-¿Por qué, Buena-Cierva -preguntó, no veo
entre todas vuestras flores a la más bella de todas, la rosa?
-Blondina, no me pidas esa flor pérfida que
pica a los que la tocan. Tú no sabes lo que te amenaza en esa flor.
Al día siguiente Blondina corrió a su
ventana y el papagayo entró al momento.
-¡Ya has visto cómo se ha turbado
Buena-Cierva cuando le has nombrado la rosa! Sal del parque del castillo y vete
al bosque. Una vez allí, yo te llevaré a un jardín en donde se halla la más
hermosa rosa del mundo.
Después del almuerzo, Blondina bajó al
jardín según su costumbre. Mismo la siguió a pesar de la mala cara que le ponía
Blondina.
-Quiero estar sola -dijo la muchacha.
¡Vete, Misinito!
Pero el gato hizo como que no la oía y
Blondina, impacientada, perdió la calma hasta el punto de golpearle con el pie.
El pobre Misino huyó hacia el palacio mayando lúgubremente.
Blondina, al oír este grito, se detuvo y
estuvo a punto de llamar a Misino y contar a Buena-Cierva lo que le sucedía.
Pero no acabó de decidirse y, abriendo la puerta del parque, se halló en el
bosque.
El papagayo apareció en seguida.
-¡Valor, Blondina! Dentro de una hora verás
a tu padre.
Estas palabras devolvieron a Blondina la
resolución que empezaba a faltarle. Anduvo, pues, tras el papagayo, que iba
volando de rama en rama ante ella. El bosque que le había parecido tan hermoso
desde el palacio de Buena-Cierva era cada vez más enmarañado. No se oía cantar
a ningún pájaro y las flores habían desaparecido. Blondina sintió que poco a
poco le invadía un malestar inexplicable. El pájaro la instaba ahora vivamente:
-¡De prisa, de prisa, o me retorcerán el
cuello y no verás nunca más a tu padre!
Blondina, fatigada, jadeante, con los brazos
llenos de arañazos y los zapatos destrozados, iba a renunciar a ir más lejos
cuando el papagayo gritó:
-¡Ya hemos llegado, Blondina! ¡Aquí está la
rosa!
Y Blondina vió a la vuelta de un sendero un
recinto minúsculo cuya puerta le abrió su acompañante. El terreno del interior
era árido y pedregoso, pero en el centro se elevaba un magnífico rosal con una
rosa sola, pero indudablemente la rosa más hermosa del mundo.
-¡Cógela, Blondina, pues te la has ganado
bien! -dijo el papagayo.
Blondina se apoderó de la rama y, a pesar de
las espinas que le picaban cruelmente en los dedos, arrancó la rosa. Apenas la
tuvo en su mano cuando oyó una carcajada y la rosa huyó de ella gritándole :
-Gracias, Blondina, por haberme librado de
la cárcel en donde me retenía Buena-Cierva. Ahora me perteneces.
-¡Ah, ah, ah! -chilló a su vez el papagayo.
Gracias, Blondina, ya puedo ahora tomar mi forma acostumbrada de encantador.
Adulando tu vanidad te he vuelto fácilmente ingrata y mala. Has causado la
pérdida de tus amigos, de los que yo soy su peor enemigo. Adiós, Blondina.
Y dichas estas palabras, el papagayo y la
rosa desaparecieron, dejando a la muchacha sola en medio del bosque.
Blondina estaba estupefacta; claramente veía
el horror de su conducta; había sido ingrata con unos amigos que durante siete
años se habían sacrificado por ella. Quiso ver inmediatamente a Buena-Cierva y
se puso en camino. Las raíces y las espinas le arañaban la cara, brazos y
piernas, y sólo después de tres horas de marcha penosísima llegó ante el
palacio.
Pero el magnífico palacio era ahora un
montón de ruinas y los hermosos árboles que lo rodeaban se habían convertido en
cardos y espinas. Terrible-mente asustada, quiso penetrar en las ruinas para
saber qué había sido de sus amigos. Un enorme sapo salió de debajo de unas
piedras y dijo:
-¿Qué buscas? ¿No eres tú con tu ingratitud
la causante de la muerte de tus amigos? Vete y no insultes su memoria con tu
presencia.
Blondina se dejó caer al suelo sollozando.
Lloró durante mucho rato; al fin se levantó y miró en torno para buscar un
abrigo, pero no vió nada.
-¡Bueno! -dijo la muchacha-. ¿Qué me importa
ser despedazada por las fieras o morir de hambre y de dolor? Así expiaré la
muerte de Buena-Cierva y Misinito.
Pero entonces oyó una voz que decía:
-¡El arrepentimiento puede borrar muchas
faltas!
Levantó la cabeza y sólo vió a un cuervo que
revoloteaba por encima de su cabeza.
La pobre Blondina se levantó del suelo para
alejarse de aquel sitio de desolación y llegó hasta una parte del bosque más
despejada. Blondina, que estaba rendida por la fatiga y la pena, cayó al pie de
un árbol y se puso a sollozar.
-¡Valor, Blondina! ¡Ten esperanza! -le gritó
una voz.
La muchacha vió una rana que la estaba
mirando compasivamente.
-¡Pobre rana! -dijo Blondina. ¿ Qué será de
mí ahora que estoy sola en el mundo?
-¡Valor y esperanza! -dijo la voz.
Blondina suspiró; miró a su alrededor con la
esperanza de descubrir algún fruto silvestre, pues tenía hambre y sed. Pero
como no vió nada se puso a llorar.
Un ruido de cascabeles le hizo volver la
cabeza. Una vaca se aproximaba poco a poco; al llegar junto a ella se detuvo,
inclinó la cabeza y le hizo ver una escudilla que llevaba sujeta al cuello.
Blondina, contentísima por aquel socorro inesperado, se puso a ordeñar la vaca
y bebió con delicia dos escudillas de su leche. Blondina volvió la escudilla a
su sitio, besó a la vaca y le dijo tristemente:
-¡Gracias, Blanquita! Sin duda debo este
caritativo socorro a mis amigos, que puede que estén viendo desde otro mundo mi
sincero arrepentimiento.
La noche se acercaba y Blondina, a pesar de
su pena, empezó a pensar en el modo de evitar a las bestias feroces, de las que
creía ya oír los rugidos. A pocos pasos había una especie de cabaña formada por
ramas caídas y entrelazadas. Entró agachándose un poco y vió que, levantando y
sujetando alguna de ellas, podría hacer una casita. Empleó lo que quedaba de
luz en arreglar su estancia, cubrió el suelo con musgo, encerróse como pudo en
su cabaña y se acostó fatiga-dísima.
Se despertó muy avanzada la mañana y,
reflexionando sobre las desgracias de la víspera, comenzó de nuevo sus lloros.
Sin embargo, el hambre comenzaba a hacerse sentir y aún no había empezado a
inquietarse por ello cuando oyó el ruido de cascabeles del día anterior. Poco
después Blanquita estaba a su lado. Y desde entonces ya no tuvo que
preocuparse, pues por la mañana, al mediodía y por la tarde, la vaca le traía
invariablemente su frugal comida.
De este modo vivió la joven durante seis
semanas. Y de buena gana hubiera consentido en pasar allí toda su vida si con
ello hubiese podido devolver la vida a Buena-Cierva y a Misino.
Un día que estaba a la puerta de su cabaña pensando
tristemente en sus perdidos amigos y en su padre, vió ante ella una enorme
tortuga.
-¡Blondina -le dijo la tortuga con su voz
cascada, si haces lo que te digo, saldrás de este bosque!
-¿Y para qué -dijo la joven -quiero salir
del bosque? Aquí he causado la muerte de mis amigos y aquí moriré.
-¿Estás segura de que tus amigos han muerto?
-¿Sería posible... ? Pero, no... Yo he visto
su palacio en ruinas y el Papagayo y el Sapo me han dicho que ya no existían.
-Blondina, no me es permitido decirte el estado
de tus amigos, pero si tienes el valor de subirte a mi espalda y no bajas
durante seis meses y además prometes no dirigirme ni una sola pregunta hasta el
fin del viaje, te llevaré a un sitio en que lo sabrás todo.
-¡Acepto, haré lo que sea necesario!
-Mira, Blondina, que son seis meses sin
bajar de mi espalda y sin dirigirme la palabra. Una vez nos hayamos puesto en
marcha, si no te atreves a llegar hasta el fin, estarás ya para siempre en
poder del encantador Papagayo y de su hermana la Rosa , y ya no tendrás el
socorro de Blanquita, la vaca.
s-¡Marchemos! Prefiero morir de cansancio y
de fatiga a morir de pena y de inquietud.
-Sea hecho según tus deseos, Blondina.
Súbete a mi espalda y no temas ni el hambre, ni la sed, ni el sueño durante
nuestro viaje.
Blondina subió a la espalda de la Tortuga.
-¡Y ahora -dijo ésta, silencio! Ni una
palabra hasta que hayamos llegado.
El viaje duró seis meses, tal como había
dicho la Tortuga. Tres
meses necesitaron para salir del bosque y entonces se hallaron en una árida
llanura que les costó seis semanas de atravesar. Al final de la llanura,
Blondina vió un palacio que le recordó el de Buena-Cierva y Misino. Más de un
mes les costó el llegar hasta la avenida principal del parque. Blondina no
podía más de impaciencia. ¿Era allí donde debía saber lo que había sucedido a
sus amigos? Si hubiese podido bajar, hubiera recorrido en diez minutos la
distancia que la separaba del palacio, pero la Tortuga continuaba
caminando y Blondina se acordaba de la prohibición. La Tortuga parecía andar cada
vez más despacio y necesitó quince días, que le parecieron un siglo, para
recorrer esta avenida. Blondina no perdía de vista el palacio y la puerta, pero
no distinguía el menor movimiento ni percibía el más pequeño ruido. Por fin, al
cumplirse los ciento ochenta días de viaje, la Tortuga se detuvo y dijo a
Blondina:
-¡Baja, Blondina! Has ganado, por tu valor y
obediencia, la recompensa que te había prometido. Entra en el palacio por la
puerta que está delante de ti y pregunta a la primera persona que veas por el
Hada Afectuosa.
Blondina saltó rápidamente al suelo y,
después de dar las gracias a la
Tortuga , abrió precipitadamente la puerta que le habían
indicado y se halló ante una joven que le preguntó qué deseaba.
-¡Quisiera ver al Hada Afectuosa! Dígale que
la Princesa Blondina
desea verla.
-Seguidme, Princesa -dijo la joven.
Blondina la siguió temblando. De este modo
atravesó varios salones en los que encontró a otras jóvenes que la miraban como
si la conociesen de antiguo. Por fin llegó a un salón en todo parecido al que
tenía Buena-Cierva en el palacio del bosque. Sólo había un mueble que allí no
estaba, y era un armario de oro y de marfil de un trabajo exquisito. En aquel
momento se abrió una puerta y una dama joven, bella y magníficamente vestida,
se acercó a Blondina.
-¿Qué quieres, hija mía? -le dijo con voz
acariciadora.
-Señora -exclamó Blondina arrojándose a sus
pies, me han dicho que podéis decirme el paradero de mis amigos Buena Cierva y
Misinito. Sin duda sabéis que por desobediencia los perdí, pero la Tortuga que me ha traído a
cuestas me ha dado la esperanza de encontrarles un día. ¿Qué debo hacer para
volverlos a ver de nuevo?
-Blondina -dijo el Hada tristemente-, vas a
conocer el paradero de tus amigos. Pero, veas lo que veas, ten valor y no
pierdas la esperanza.
Diciendo esto, ayudó a levantar a la
temblorosa Blondina y la condujo ante el armario de oro, añadiendo:
-Aquí tienes la llave de este armario.
Ábrelo.
Blondina metió la llave en la cerradura y
abrió. En el armario sólo estaban las pieles de Buena-Cierva y Misino colgadas
en clavos de diamantes. La pobre joven no pudo resistir aquella nueva emoción y
cayó desvanecida en brazos del Hada, dando un grito desgarrador.
Entonces la puerta volvió a abrirse y
apareció un Príncipe tan bello como un sol, que se precipitó hacia Blondina,
diciendo :
-¡Madre mía, la prueba ha sido demasiado
fuerte para nuestra querida Blondina!
-Ya lo sé, hijo mío, y lo siento mucho, pero
ya sabes que este último castigo era necesario para libertarla para siempre del
yugo del genio del bosque de las Lilas.
Mientras decía estas palabras, el Hada tocó
a Blondina con su varita y la joven volvió en sí en el acto, pero para sollozar
desesperadamente:
-¡Dejadme morir! ¡Así me juntaré con mis
pobres amigos!
-Blondina, querida Blondina -dijo el Hada
abrazándola cariñosamente-. Tus amigos viven y te quieren. Yo soy Buena-Cierva
y éste es mi hijo Misinito. El mal Genio del bosque, aprovechando un descuido
de mi hijo, nos había transformado en los animales que conociste. No debíamos
recobrar nuestra primitiva forma más que si cortabas la Rosa que yo había colocado lejos
del palacio a fin de que no la vieras, pues sabíamos lo que sufrirías al
hacerlo. De buena gana hubiéramos continuado siendo Buena-Cierva y Misinito
toda la vida con tal de no dejarte en poder del Genio del bosque. Pero ahora,
por fin, han terminado tus penas.
Blondina no se cansaba de hacer preguntas al
Hada.
-¿Dónde están las gacelas que nos servían?
-Ya las has visto, Blondina. Son las jóvenes
que te han acompa-ñado hasta aquí.
-¿Y la vaca que me traía su leche?
-Nosotros obtuvimos de la Reina de las Hadas ese
favor. También el cuervo lo enviamos nosotros.
-Entonces, ¿también enviasteis la Tortuga ?
-Sí, Blondina. La Reina de las Hadas, conmovida
por tu dolor, retiró al Genio del bosque todo poder sobre ti, a condición, sin
embargo, de una prueba de sumisión de seis meses y castigarte con la visión de
nuestras pieles. Supliqué a la
Reina que te evitase esto último, pero no quiso acceder.
Blondina no se cansaba de escuchar y de
abrazar a sus amigos. El recuerdo de su padre se presentó de pronto en su
pensamiento. El Príncipe Perfecto adivinó su deseo y lo dijo al Hada.
-Prepárate, Blondina -dijo el Hada, pues
vas a verle. Ya le he avisado.
En el mismo momento Blondina se halló en una
carroza de perlas y de oro. A su derecha estaba el Hada y a sus pies el
Príncipe Perfecto, que la miraba con ternura. Del carro tiraban cuatro cisnes
de una blancura inmaculada; volaron con tal rapidez que no tardaron más que
cinco minutos en llegar al palacio del Rey Benigno.
Toda la corte estaba junto al Rey y, al ver
el carro y a la Princesa ,
profirieron tales gritos de alegría que los cisnes estuvieron a punto de
equivocar el camino. Gracias a que el Príncipe vigilaba y los hizo descender
junto a la escalera principal.
El Rey Benigno y Blondina estuvieron largo
rato abrazados. Todo el mundo lloraba de alegría.
Cuando el Rey pudo serenarse se dirigió al
Hada y le besó tiernamente la mano. También abrazó al Príncipe Perfecto, al que
encontró encantador.
Hubo ocho días de fiestas para festejar la
vuelta de Blondina. Al cabo de este tiempo, el Hada quiso volver a su casa,
pero el Príncipe y Blondina estaban tan tristes por tenerse que separar, que el
Rey y el Hada convinieron en que lo mejor sería juntarlos para siempre.
Blondina se casó, pues, con el Príncipe
Perfecto, y el Rey pidió la mano al Hada, quien accedió a ser su esposa.
Y de este modo fueron todos felices.
012. Anonimo (Alemania)
Ésta hermosa historia la tenía en un libro de mi niñez. Con varios cuentos más. Pero le perdí las tapas y no puedo recordar cómo se llamaba.me gustaría saberlo
ResponderEliminarMónica Ruiz, el libro se llama "Había Una Vez..." De editorial Hachette; es raro de conseguir, las tapas son azules, con una imagen (pintura) del Universo y un niño en pañales creo que está leyendo... es hermoso. Saludos desde Córdoba.
EliminarYo lo tengo en un libro que se llama el mundo de los animales encantados 😁
EliminarY donde podría conseguir ese hermoo libro yo lo leí cuando era una niña hoy tengo 50años y por más q lo busco no logró encontrarlo sives q aún existe ayuda plis😢
EliminarYo tengo este cuento en un libro que se llama "cuentos del norte" y trae en la portada tres gigantes. Debe tener por lo menos 50 años ese libro. Es precioso.
ResponderEliminarAlguien más de la usil que tenga que trabajar está lectura???
ResponderEliminaraca:(
EliminarX2
EliminarPa el examen no más xd
EliminarAquí JAJA
EliminarChinge su mae :c
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarYo tenía este cuento en un libro , uno de 10 cuentos no recuerdo el nombre su portada era verde algo así como un bosque ,...me lo robaron lo eh tratado de conseguir tenía 12 años ahora cumpliré 65
ResponderEliminarEste cuento está en "Nuevos cuentos de hadas" de la Condesa de Ségur. La versión original es en francés. Hay muy lindas ediciones con ilustraciones de Gustave Doré, de Virgina Sterret, etc. https://www.artbeadscenestudio.com/wp-content/uploads/2019/02/sterrett_tortoise.jpg
ResponderEliminar