En un claro de la selva, la tortuga
y el tigre tenían sus viviendas. En sus frecuentes conversaciones hablaban del
mundo que cada uno personificaba. Ambos llegaron a comprenderse y a ayudarse en
muchas necesidades. En una palabra, eran buenos amigos.
Un día, decidieron emprender un
largo viaje, para conocer tierras y gentes, pues sabían que el viajar instruye
y da discreción.
Dispuesto ya el equipaje y a punto
de tomar el camino entre las patas, dijo la tortuga a su compañero:
-Si te parece, vamos a convenir no
inventar ninguna treta para molestarnos mutuamente, así haremos un viaje feliz.
El tigre, ocupado en los
preparativos, no prestó atención. Ya divisaban el primer poblado, asentado al
borde de un manso río, cuando propuso el tigre:
¿Qué te parece, si, para despistar
a los que encontremos, nos cambiamos de nombre?
Bonita idea -replicó la tortuga;
pero seré yo la primera que elegiré el nombre. Me llamaré KUMA-KUMA; (rico-rico).
-Ni hablar, atajó rápido el tigre
-ese nombre me corresponde a mí, pues soy más grande y majestuoso que tú.
-Tienes razón, repuso la tortuga;
no había reparado en mi pequeñez y pobreza; por eso prefiero llamarme BEYEÑ
(huéspedes).
Al oír estas palabras, el tigre se
frotaba las manos y hacía resonar la selva con gritos de alegría: había
engañado a su amiga la tortuga.
Al llegar al poblado, entraron en
el abaá y saludaron a los allí presentes, quienes les señalaron la casa en que
podían pasar la noche.
Comenzaba a caer la noche de las
altas ceibas. El abaá iba quedando desierto. El jefe del poblado envió a su
pequeño a decir a los forasteros:
-Dice mi padre que vayan los
huéspedes a su casa.
La pícara tortuga, al oírlo, se
apresuró a decir al tigre:
-Me llaman; voy a ver qué me
quieren; te avisaré luego.
Cuando llegó la tortuga a la casa
del jefe, se encontró con la mesa bien abastada de comidas. Abriendo y cerrando
los ojos y dando palmaditas en el suelo demostró al jefe su alegría y gratitud.
-¿Dónde está tu compañero? -le preguntó
el jefe.
-Asuntos de negocios lo retienen en
el abaá.
Y la astuta tortuga después de
comer y beber hasta saciarse, volvió al lado del famélico tigre que le
preguntó:
-¿Cómo has tardado tanto en volver?
¿Se trata de algún negocio importante?
-Oh no, amigo mío, tuve que sacarle
las niguas al jefe del poblado. Mañana te tocará a ti sacárselas.
-De ninguna manera, -respondió
airado el tigre. Esta misma noche nos iremos, sin despedirnos. Y así lo
hicieron.
Una vez más la fina astucia de la
tortuga triunfaba del egoísmo bobalicón del tigre.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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