Era una vez un Hada que vivía con los
hombres bajo la figura de una pobre viejecita. La Reina de las Hadas la había
enviado a la Tierra
hacía más de cien años, ordenándole que hiciera todo el bien que pudiese.
Y así, año tras año, el Hada pasaba el
tiempo en ayudar a los hombres, pero raras veces encontró gratitud por sus
desvelos. Ya empezaba a estar cansada de aquella vida. Una noche cogió un
silbato que llevaba siempre consigo y sopló. Aparecieron dos pavos reales
blancos tirando de una linda carroza de blancas plumas. Entonces el Hada
transformóse en una bella joven de dorados cabellos, y sus viejos vestidos
cambiáronse por suaves sedas y gasas. Se acomodó en la carroza y ordenó a los
pavos reales que la condujeran al País de las Hadas.
Y volaron, volaron hasta una estrella muy
lejana, habitada por las Hadas. Los pavos aterrizaron ante un palacio
fantástico, construído solamente de perlas y nácar. Era el palacio de la Reina de las Hadas. Entró en
el palacio el Hada y se dirigió al salón del trono.
Allí, sentada en un trono de pétalos de
rosa, estaba la Reina ,
rodeada de su corte de honor.
Extrañóse la Reina de ver al Hada que
ella creía entre los hombres y, poniendo cara seria, le dijo:
-¿Cómo es que has dejado tu sitio entre los
humanos?
Y ella, arrodillándose, besó el borde del
vestido de su Reina y respondió:
-¡Oh, hermosa e indulgente Reina mía! ¿No
podrías hacerme relevar de mi misión en la Tierra ? Hace más de cien años que estoy con los
hombres.
-¿Hay alguna de vosotras que quiera ir a
vivir con los hombres?
Todas bajaron la cabeza y no contestaron.
Entonces la Reina dijo, dirigiéndose al Hada:
-Ya ves que ninguna quiere ocupar tu puesto.
Debes volver a la Tierra.
El Hada miró el magnífico salón, que
brillaba como el Sol; a la Reina ,
con su precioso traje tejido con luz de estrellas, y a las otras Hadas, todas
bellas y ricamente vestidas. Comparó tanta magnificencia con su vida sin
alegrías, con los vestidos viejos y feos que le esperaban al volver a la Tierra , y emprendió el
vuelo hacia el planeta terrestre.
Cuando llegaron, ya era de día, y el Hada
ordenó a los pavos reales que parasen en una pradera que había cerca de su
choza. El Hada no se fijó en que, en la pradera, estaba jugando una niña. Ésta
no salía de su asombro, pues nunca había visto una dama tan bella ni una
carroza tan blanca tirada por pavos reales, y, sin darse cuenta, dijo en voz alta:
-¡No puede ser más que un Hada!
Entonces, el Hada vió a la niña y le dijo
con voz muy dulce:
-¡Oh, pequeña! ¿Nunca habías visto un Hada?
Y la niña respondió:
-¡Oh, no, nunca! ¡Jamás pude imaginarme que
fueran tan bellas! ¡Qué felices deben de ser las Hadas!
Al oír las exclamaciones de la niña, el Hada
dijo con amargura:
-No tan felices como crees. No todo son
rosas en nuestro camino.
-Si yo fuera Hada, me sentiría muy feliz -respondió
la niña.
Entonces el Hada tuvo una idea, y dijo:
-Puedes serlo si quieres. ¿Ves este anillo?
-Y
al decir esto mostró a la niña una sortija que llevaba en la mano derecha. Si
das una vuelta al anillo y dices en voz alta lo que deseas, en el acto lo verás
realizado.
-¿No podrías prestarme el anillo? -dijo la
niña.
-Sí, te lo dejaré por espacio de un año;
siempre que me prometas hacer buen uso de él.
Y la niña se lo prometió.
El Hada le entregó el anillo, diciéndole:
-Para poder realizar mejor tus deseos, te
convertiré en viejecita.
Apenas acabó de decir estas palabras, la niña
vió arrugarse su piel, se sintió cansada y su vestido blanco volvióse largo y
oscuro.
Miró al Hada para expresarle su sorpresa,
pero había desaparecido.
La niña miró el anillo y pensó:
-Bueno, ahora soy un Hada. ¿Qué puedo
desear?
Una maliciosa carcajada fué la contestación.
Alguien se burlaba de ella. Miró en torno, pero no vió a nadie; acordóse del
anillo y, dándole una vuelta, dijo:
-Me gustaría ver a quien se ríe así.
Apenas hubo pronunciado estas palabras, vió
salir del bosque a una joven muy guapa, con traje verde y una corona de hojas
en la cabeza.
-¿Qué quieres de mí? -preguntó arrogante y
maliciosamente, y fué acercán-dose con las manos a la espalda. Eres vieja y fea
-continuó burlonamente; en cambio, yo soy joven y bonita.
La niña dió vuelta al anillo y deseó ser
como antes de que la transformara el Hada. Y en el acto volvió a serlo.
-¡Ah! ¿Conque sabes transformarte? -dijo la Doncella del Bosque,
acercán-dose más, pero siempre cuidadosa de no enseñar la espalda. Se sentó en
un tronco frente a la niña y empezó a silbar.
Infinidad de pájaros de todas clases
acudieron del bosque y se posaron en torno de ella.
-Mi pequeño pájaro: ¿cómo es que aún no
estás aquí?
-Y volvió a silbar la
Doncella del Bosque.
Un pajarito rojo, que brillaba a la luz del
Sol como un rubí, fué a posarse en la mano de la joven y empezó a cantar.
Cantó tan bonitas canciones, que a la niña
se le llenaron los ojos de lágrimas.
-¿Quieres el pajarito? -dijo la Doncella del Bosque.
-Sí, me gustaría mucho -contestó la niña.
-Cierra los ojos y abre la mano.
La niña cerró los ojos. Entonces, la Doncella del Bosque se
abalanzó sobre ella y le quitó el anillo.
-Pequeña tonta -le dijo, ahora estás en mi
poder.
-Soltó una horrible carcajada y empezó a bailar desenfrenadamente. Ya no
se preocupaba de esconder la espalda. Y con espanto vió la niña que la Doncella del Bosque no
tenía espalda: era completamente hueca.
La niña comprendió que estaba en poder del
Espíritu malo del Bosque y lloró amargamente.
-¡Termina de llorar, pequeña tonta! -le
reconvino la otra. Puedes quedarte conmigo y serás mi camarera; ya verás lo
que nos divertiremos. Ven, coge este peine y péiname bien.
Le dió un peine de oro y se soltó el
cabello.
La niña, temblorosa, empezó a peinarla.
-¡Qué torpe eres! -dijo el Espíritu, y pegó
a la niña. Ven, ahora vamos a columpiarnos.
Y echó a correr bosque adentro, trepando por
los árboles como un gato salvaje. Saltaba de rama en rama, balanceándose con
una agilidad nunca vista.
-Ven tú también a columpiarte.
Pero a la niña le pareció demasiado
peligroso el juego y no quiso ir.
-¡Eres una verdadera tonta! -dijo con
disgusto el Espíritu malo. Ahora iremos a hacer rabiar a los enanos.
Ágil como un pájaro, corría por entre los
árboles. A la pobre niña le era imposible seguirla. Entonces, la Doncella del Bosque, colérica
ante la torpeza de la niña, le pegó tan duramente que la hizo llorar.
-Te pego porque quieres huir de mí -le dijo
con rabia. Estaba tan enfadada que sus ojos se volvieron rojos. Tengo una
idea. ¡Ajajá! Ya no volverás a huir de mí.
El Espíritu silbó y apareció una serpiente;
la cogió y, enro. llándola al cuello de la niña, dijo:
-La primera vez que me desobedezcas o
intentes huir, la serpiente te ahogará.
-Y echó a correr.
La pobre niña no tuvo más remedio que correr
con todas sus fuerzas, si no quería morir estrangulada. Tropezando en las
raíces de los árboles y en los negros pedruscos, con las rodillas ensangrentadas,
jadeante, pudo llegar a una alta cima. La Doncella del Bosque la esperaba sentada en una
roca.
Al otro lado del montecito se divisaba un
arroyuelo de claras aguas. Las orillas estaban pobladas de multitud de
florecillas de vistosos colores. Bañándose en las frescas aguas había una ninfa
que, al divisar a la niña, la saludó afectuosamente con la mano.
-Vas a ver algo más bonito que eso -dijo de
repente el Espíritu malo del Bosque, y lanzó una carcajada. Vamos a saludar a
los enanos de la montaña. Date prisa -dijo cogiendo a la niña de la mano.
Y la condujo ante una roca que tapaba la
entrada de una caverna.
-Yo nunca había podido entrar en la morada
de los enanos de la montaña, pero ahora, con ayuda del anillo, nos será fácil.
Deseo que nos volvamos hormigas -dijo dando vuelta al anillo.
Y, transformadas en pequeñas hormigas, se
metieron por una hendidura de la roca. De momento no pudieron ver nada, pues la
oscuridad era muy intensa; pero cuando sus ojos se acostumbraron a ella,
divisaron unos pequeños puntos luminosos que se movían, y se dirigieron hacia
ellos.
A medida que avanzaban, los puntos luminosos
tomaban forma, hasta convertirse en pequeños enanos con una potente linterna
sobre sus cabezas. Ellos no se fijaron en las insignificantes hormigas, por lo
cual éstas pudieron ir hasta la cámara del tesoro sin ser molestadas. Allí
había inmensos montones de oro, plata y piedras preciosas. El Espíritu se cansó
de ver tantas riquezas, por lo que dijo en voz baja a la niña:
-Vamos a ver al Rey de las Montañas.
Y se dirigieron, por un estrecho pasadizo, a
una sala muy ilumina-da, donde estaba prisionero el Rey de las Montañas, atado
con gruesas cadenas a las rocas.
-Le han hecho prisionero los enanos porque
no les dejaba robar sus tesoros -dijo la Doncella del Bosque dando vuelta al anillo, que
sujetaba entre sus patas. Y volvieron a tomar la forma corriente.
-Te aburres mucho, viejo -dijo el Espíritu
malo tirando de la barba al Rey de las Montañas.
El anciano Rey no se dignó mirarla; sus ojos
se posaron en la niña. Ésta tuvo mucha compasión de él y dijo al Espíritu del
Bosque:
-¿No podríamos libertarlo?
-¡Me guardaré muy bien de hacerlo! Tiene muy
mal genio el viejo. Ahora, vamos a divertirnos.
Y llevó a la niña adonde habían visto a los
enanos.
-Deseo que todas las linternas se apaguen
-dijo, y dio vuelta al anillo.
Grande fué el susto de los enanos al ver apagarse
de repente sus linternas. Temiendo ser robados, empezaron a chillar.
-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Os voy a quitar todo el oro.
-Las carcajadas del Espíritu malo podían oírse desde el otro lado de la
montaña.
-¡El Espíritu malo del Bosque ha penetrado
en nuestro Reino! -gritaron a coro los enanos.
Cuando se hubo divertido así, deseó
encontrarse en el Bosque.
-Ahora vamos a hacer rabiar a los hombres
-dijo a la niña.
Ella quiso protestar, pero un fuerte apretón
en la garganta le dió a entender que no era libre de hacer su voluntad. El
Espíritu echó a correr y fué a esconderse detrás de un corpulento árbol, hasta
que acertó a pasar una tartana. El caballo andaba lentamente; el hombre dormía.
Transformó a la niña y a ella en dos
avispas, y, zumbando con fuerza, picó detrás de la oreja al caballo. El pobre
animal, al sentir la aguijonada, se espantó y echó a correr como alma que lleva
el diablo. Tan ciego iba que se estrelló contra un peñasco.
-¡Vamos a auxiliarles! -dijo la niña,
asustada.
-¡Siempre serás una tonta! -dijo el Espíritu
malo. Ya estoy cansada de ti.
En esto, vieron venir a dos niños. El
Espíritu y la niña se trans-formaron en dos lindas mariposas. Una, azul y
plateada, y otra, roja y amarilla.
Al verlas, los niños no pudieron resistir la
tentación de cogerlas y, sin darse cuenta, los pobres abandonaron la senda y se
internaron bosque adentro. Cuando creían poderlas cazar, las mariposas volaban
un poco más lejos.
El Espíritu malo creyó que a los niños les
sería imposible encontrar el camino, y dijo:
-Dejemos a estos pequeños tontos y vayamos a
la mansión de los duendes negros. De seguro que no has visto nunca ninguno. Yo
te enseñaré al mismo Rey.
La niña lloraba, pues sentía mucha pena por
aquellos niños perdidos en el Bosque.
El loco Espíritu dió vuelta al anillo y
dijo:
-Deseo estar con los duendes negros.
Y se encontraron en un oscuro túnel.
Anduvieron a tientas hasta que el pasadizo se ensanchó, formando una plazoleta.
Echados en el suelo había muchos bultos negros.
-¡Buenos días, gandules! -gritó el Espíritu
del Bosque. ¿Aún estáis durmiendo, cuando el Sol hace ya rato que brilla?
-Y
los fué sacudiendo uno a uno, hasta que se despertaron.
Nunca la niña había visto nada tan feo. Los
gnomos negros iban muy sucios, tenían grandes bocas con dientes amarillos y
todo el cuerpo cubierto de pelo.
-¿A quién traes contigo? -preguntó uno que
parecía ser el Rey, pues llevaba una corona negra en la cabeza.
-¡Es una niña necia! -dijo ella. Ya me
canso de tener que llevarla siempre conmigo. Mira, se me ocurre una idea:
¡quédatela!
-Será necia, pero no es fea del todo -dijo
el Rey de los gnomos. Busco una esposa para mi hijo -continuó. Ninguna de
las damas de mi corte le gusta. Tal vez esta niña necia es la que le conviene.
La niña sintió que el frío invadía su cuerpecito.
-Bueno, ahora a bailar y a divertirnos -dijo
el Rey, y se sentó cómodamente en su trono, construído de trozos de carbón.
Dos grandes sapos se acomodaron en sus
rodillas, y doscientos gatos negros, que hasta entonces habían estado dormidos,
se desperezaron y, abriendo sus relucientes ojos, iluminaron la sala. Con
hierros y maderas improvisaron una música horrible, pero que a los gnomos les
parecía deliciosa, y empezaron a bailar.
-¡Baila con la niña necia! -gritó el Rey a
su hijo.
Éste pasó su negro brazo alrededor de la
niña y le obligó a saltar con él.
-¿Qué, te gusta? -le preguntó el Rey cuando
acabaron de bailar.
-No, no me gusta; es demasiado torpe.
-Pues entonces, llévatela -dijo el Rey a la
maligna Doncella del Bosque.
-¡Qué tonto eres! -dijo ésta. Tú la
necesitas para cuidar de tus gatos y haceros la comida. Las señoritas de tu
corte son demasiado perezosas para eso.
Esto le pareció más aceptable al Rey, y en
seguida ordenó a la asustada niña que desollara y cociera todos los sapos que
había en la cocina.
-Bueno, me voy -dijo el Espíritu malo del
Bosque, satisfecho de dejar tan bien colocada a la niña. Y se marchó silbando
alegremente.
A la niña le pareció más aceptable la vida
entre los negros gnomos que la que llevaba con el Espíritu malo. Su obligación
consistía en hacer la comida para los gnomos e ir a un pantano a buscar el agua
sucia que ellos bebían. Siempre iba acompañada por los doscientos gatos, pero
como era muy cariñosa con ellos, éstos hacían la vista gorda y dejaban a la
niña pasearse por el Bosque.
Un día que la niña fué a beber a un
riachuelo, se encontró con aquella Ninfa que viera unos días antes. Pronto se
hicieron muy amigas y la niña le contó sus penas.
-¿Por qué no huyes? -dijo la Ninfa al saber la desgracia
de su amiguita.
-Porque prometí a los gatos que no huiría y,
si lo hiciera, los gnomos se los comerían para castigarlos. Los gnomos negros
no son malos del todo; pasan el día durmiendo y, mientras yo tenga la comida a
la puesta del Sol, no me molestan.
-Ya que tienes todo el día libre, podríamos
hacer una cosa -dijo la
Ninfa-. ¿Te gustaría ir a saludar a las Ninfas del Mar?
Siguiendo este riachuelo, pronto llegaríamos.
-Mucho me gustaría -dijo la niña, pero no
sé nadar.
-¡Oh, no importa! Si te coges bien fuerte de
mi cuello, yo te llevaré.
Así lo hizo la niña, y, como la Ninfa nadaba ligerísima,
pronto perdieron de vista el Bosque.
El riachuelo habíase transformado en un río
grande que desembocaba en el Mar. Al llegar a éste, la Ninfa dijo a la niña:
-Cógete fuerte y no tengas miedo, que vamos
a hundirnos. Y se hundieron en las profundidades del Mar.
Al principio, la niña tuvo un poco de miedo,
pero al notar que podía respirar dentro del agua, comprendió que tenía poder de
Hada.
Se detuvieron ante un castillo de coral rosa,
donde había Ninfas de largos cabellos jugando a la pelota con perlas del tamaño
de un huevo; otras daban de comer a los peces, de colores variadísimos. Las
Ninfas, al ver llegar a su hermana de agua dulce con una forastera, salieron a
su encuentro, muy amables, y se ofrecieron para enseñarles las maravillas que
encierra el Mar.
La niña quedó asombrada de todo cuanto vio:
peces de todos los colores del iris, plantas y flores rarísimas, perlas, coral,
todo con tal abundancia que parecía increíble. Pero lo que más le maravillaba
era la agilidad con que se movían las Ninfas del Mar. Era imposible seguir sus
movimientos.
Cuando se cansaron de admirar la fauna
marina, subieron en una carroza, que era una enorme concha tirada por peces
azules y rojos con alas plateadas, más veloces que los caballos de la tierra.
Pronto se hallaron en una pradera donde la hierba tenía más de dos metros y
brillaba como si fuera un campo de esmeraldas. Grandes vacas blancas pacían las
olorosas hierbas.
La niña extrañóse de ver vacas en el fondo
del Mar, y su amiguita la Ninfa
de agua dulce le explicó que eran del Rey del Mar. Tenían cuernos y pezuñas de
plata, y eran mucho más grandes que todas las vacas que hasta entonces había
visto la niña. Cuidaba de ellas un venerable anciano de largos cabellos y barba
blanca, que vestía túnica verde y llevaba corona de plata en la cabeza.
Las Ninfas del Mar contaron a la niña que
este anciano había sido Rey de la
Luna , pero que una revolución lo destronó y echó de su Reino.
Y como no podía ir a ningún otro planeta, pues la luz fuerte del Sol le cegaba,
se escondió en las profundidades del Mar. En noches de luna clara salía a la
superficie con una lira y entonaba unas tristes canciones que eran la tragedia
de su vida.
Unas dulces notas dejáronse oír y vieron al
anciano tocando la lira, que siempre llevaba consigo. Cuando acabó, gruesas
lágrimas brotaron de los ojos de las Ninfas y de la niña.
Entonces, la Ninfa de agua dulce dijo que
ya era hora de emprender el regreso. Todas las Ninfas del Mar las acompañaron
hasta la desembocadura del río que debía llevarlas con los gnomos negros, y se
despidieron de ellas entre juegos y risas.
Los últimos rayos del Sol desaparecían en el
firmamento cuando la niña llegó a la morada de los gnomos negros. Éstos aún dormían,
y la niña hizo la comida a toda prisa para que nada notaran al despertarse.
Así fué pasando el tiempo, hasta que un día,
la Ninfa de
agua dulce, que estaba tomando el Sol, vió venir a la maligna Doncella del
Bosque dispuesta a bañarse en el riachuelo. En efecto, se tiró al agua y,
cerrando los ojos, se dejó llevar por la corriente.
Entonces, la Ninfa aprovechó la ocasión y
le quitó el anillo mágico.
No hay que decir la rabia del mal Espíritu
al sentirse arrebatar el anillo, pero fué inútil que chillara y brincara,
porque la Ninfa
ya estaba lejos.
La alegría de la niña fué inmensa al verse
nuevamente en posesión del anillo, y dijo agradecida a su amiga:
-No sé cómo expresarte mi agradecimiento;
pídeme lo que quieras y te lo daré.
-Nunca he tenido ninguna pena; jamás he
deseado algo. ¿Qué quieres que te pida, si todo lo tengo: luz, aire y una
hermosa Naturaleza que contemplar?
La niña lo comprendió, y pensó que era una
lástima no haber nacido Ninfa.
Después de una cariñosa despedida, la niña,
dando una vuelta al anillo, deseó hallarse ante el Rey de las Montañas.
Y al momento se encontró ante el anciano
monarca. Intentó quitarle las cadenas, pero no pudo, y entonces, recurriendo al
anillo, dijo:
-Deseo que quede en libertad el Rey de las
Montañas.
Las cadenas se rompieron como si fueran de
cristal y el Rey quedó libre. Antes de que éste tuviera tiempo de darle las
gracias, la niña deseó encontrarse en la pradera en que vió al Hada.
Aquel día hacía precisamente un año que el
Hada le había dado el anillo, y, cuando se halló en la pradera, ya estaba allí
esperando a la niña.
-Ya ves que de nada te ha servido el ser
Hada -le dijo en cuanto la vió. Ahora reconocerás que nuestro camino no está
sembrado de rosas. ¡Con qué facilidad te dejaste engañar por el Espíritu malo
del Bosque! Si no llego a enviar a la
Ninfa para que te ayudara, aún estarías con los gnomos negros
haciendo de sirvienta. Debes reconocer que no sirves para Hada. De lo único
que puedes enorgullecerte es de tu corazón de oro.
La niña entregó tristemente el anillo al
Hada. Ésta lo rechazó y dijo:
-Guárdalo como recuerdo, pero ahora ya no
tiene poder alguno. Siempre que lo mires recordarás que las apariencias engañan
y te servirá de mucho.
Dichas estas palabras, el Hada desapareció.
La niña, muy pensativa, se dirigió a su casa.
132. Anonimo (suecia)
Hola, cuando niña leí un libro "Cuentos del Norte". Había un cuento "El pàjaro que no sabía cantar". Me gustaría volver a tenerlo, sabes dónde puedo obtener el libro. Venían como 10 o más cuentos entre ellos venía también "El Tesoro de las Montañas Azules". Gracias
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