Ndon Mba vivía en un pequeño
poblado de la selva. Tenía un vicio inveterado: el de fumar. Fumaba a todas
horas, únicamente cuando comía y bebía dejaba al lado su negra pipa de ébano;
incluso cuando dormía aprisionaba fuertemente la pipa entre sus dientes. Los
vecinos lo conocían únicamente por el nombre de Otum-Taha, que significa
«quemador de tabaco».
Tenía, contigua a su casa, una
plantación de la que sacaba cestos y cestos de tabaco en rama. Vendido, le podría
dar sus buenos bipkwele; pero a Otum-Taha más que el dinero le interesaba el
tabaco.
Los fumadores, aunque fueran sus
vecinos, le resultaban molestos, tanto si le pedían tabaco, como si le rogaban
que se lo vendiese: a tal extremo había llegado su insaciable avidez.
Un día, harto de los vecinos y de
sus molestias, determinó abandonar el poblado para irse a vivir en solitario,
en lo fragoso de la selva, donde ser humano no tuviera acceso. Aprovechando las
altas horas de la noche, cargó con lo más imprescindible, sin olvidar un buen
cargamento de tabaco, y se emboscó, sin más testigos que las estrellas.
Anduvo y anduvo toda la noche, la
mañana, y hasta muy entrada la tarde siguiente. Ya la noche caía de las altas
ceibas, cuando, extenuado, decidió pasar la noche bajo un frondoso okume, a
orillas de un refrescante riachuelo.
Al otro día, tomó de nuevo el
camino entre las manos en busca de la deseada soledad. Tenía buen cuidado de no
dejar trazas de su paso, para evitar que lo encontrasen.
Los mortecinos rayos del sol
poniente iban a poner término a la tercera jornada, sin que Otum-Taha hubiese
encontrado un paraje acorde con su propósito. Entre dos luces y a unos
cincuenta metros divisó la negra boca de una gruta de considerables
dimensiones. La escasez de luz recomendaba dejar su exploración para el
siguiente día.
Apenas la aurora con sus blancos
dedos corrió la negra cortina de la gruta, Otum-Taha la recorrió en sus cuatro
direcciones. En ella encontró vestigios del ogro, del que era propiedad, pero
que la había dejado, por dos o tres años, para visitar a otros ogros.
Tanto la gruta como los aledaños
respondían a los deseos de Otum-Taha. Puso manos a la obra y, a los pocos días,
la codiciada droga empezó a despuntar en la finca que con reconocida pericia
preparó. Por cierto, que desde que salió de casa seguía con su pipa cargada de
tabaco; eso sí, tenía que economizar para poder empal-mar con la nueva cosecha.
Así pasaron dos largos años, y
nuestro «quemador de tabaco» vivía feliz en su buscada soledad, con la única
preocupación de cultivar y fumar tabaco.
Cierto día, ocupado en la
meticulosa limpieza de la gruta, encontró en uno de sus escondrijos una pipa
que por sus respetables proporciones, emplearía el ogro, propietario de la
cueva. Otum-Taha, sin pensarlo dos veces, dejó la que usaba y embocó la que por
el tamaño prometía satisfacer mejor su vicio.
En el poblado de Otum-Taha vivía un
cazador que cierto día se emboscó en persecución de una manada de elefantes.
Fueron varios los días que infructuosamente les quiso dar alcance. Mientras
descansaba a quinientos metros del retiro de Otum-Taha, un fuerte viento
arrastró el penetrante humo de la gran pipa del «quemador de tabaco».
Esono Nguema, que así se llamaba el
cazador, percibió el olor y dedujo que no lejos alguien estaba fumando. Ráfagas
sucesivas lo fueron orientando, hasta encontrarse frente a frente de Otum-Taha.
¿Era cierto lo que veían sus ojos? ¿No se trataba de un fantasma? A Ndon Mba le
daban por muerto ya hacía años...
Sacando fuerzas de flaqueza, Esono
dirigió el saludo a Otum-Taha. Este, contrariado, no le contestó palabra, por
haber alterado su vida tranquila y, además, era Esono de los que más le pedían
de fumar.
Esono, que había pasado todo el día
sin probar el tabaco, no pudo resistir a la tentación, y pidió por favor a
Otum-Taha que le diese un poco de lo que él tan pródigamente consumía. El ruego
del cazador fue desoído por Otum-Taha que, desdeñoso se encaminó a la
plantación de tabaco.
En el sitio donde estaba sentado
Otum-Taha quedó una hoja de tabaco que Esono Nguema cogió para liar un cigarro.
Cuando Otum-Taha le vio, montó en cólera y saltó sobre Esono, con intención de
castigar su osadía. A falta de otro instrumento, Otum-Taha pretendió golpear a
Esono con su gran pipa. Este esquivó el rudo golpe, que fue a dar de lleno en
el muro de la gruta.
Al instante se produjo una tremenda
explosión. El lugar se quedó en tinieblas, nadie sabe cuanto tiempo. Cuando
reinó la claridad los dos protagonistas, asombrados, pudieron contemplar un,
montón de monedas de oro que sumaba miles de millones. Nuevas monedas seguían
lloviendo del cielo y acrecentando la suma... ya les llegaba a las rodillas,
ahora a los muslos...
Entonces se entabló entre ambos una
acolarada disputa sobre a quén de los dos pertenecía el tesoro. Ahí los
dejaremos discutiendo hasta hoy; pero te preguntamos a ti, amable lector, ¿a
cuál de ellos juzgas propietario de tamaña riqueza?
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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