Zamaye-mebege estaba casado con
varias mujeres. De cada una de ellas tuvo unos cuantos hijos, excepto de una de
la que nacieron Akudzama y Mengue que quedaron huérfanos en temprana edad. Los
dos siguieron viviendo en la cocina de su difunta madre.
De los numerosos hijos que tuvo
Zamaye-mebege, únicamente Mengue era mujer, todos los demás eran varones.
¿Dónde encontra-ría el cabeza de familia para casar a tantos hijos? La venta de
cabras, ovejas, gallinas y patos no le solucionaría gran cosa. La única hija
tampoco cubría el costo de tanta dote.
Día tras día, pasaba Zamaye-mebege
las horas muertas, sentado en el abaá, rumiando cómo resolver el problema. Una
tarde se le ocurrió esta idea: acudiría a sus tíos maternos, seguro de que
ellos le solucionarían el caso. Una mañana, cuando las últimas estrellas daban
los buenos días a la aurora, se despidió de los suyos y salió rumbo al lejano
país de su madre.
Después de varios días de
convivencia con sus parientes, los reunió en el abaá y les dijo:
-Mi presencia entre vosotros
responde a la carencia de medios para casar a mis hijos. Bien sabéis que
únicamente tengo una hija y que mis posesiones son escasas.
El más anciano de los parientes le
respondió:
-Mañana te daremos la solución.
Al día siguiente, muy de mañana, ya
estaban los familiares de Zamaye-mebege en el abaá. Uno de ellos le practicó
con una cuchilla leves cortes en el muslo derecho; sobre las heridas colocó
unas hierbas y le dijo, en nombre de los demás:
-Regresarás a tu poblado. Cuando te
saluden tus mujeres e hijos, los sentarás en el muslo izquierdo; pero, cuando
llegue Mengue, lo harás en el derecho, y al poco rato morirá. Luego, la
entierras en las afueras del poblado. Esta escopeta que te entregamos la irás
dejando a cada uno de tus hijos. Al salir de casa por la tarde, una «nsin» les
señalará el camino; que disparen a lo que se les ponga a su alcance.
Zamaye-mebege que había seguido
intrigado el discurso de su pariente, quedó muy triste por el futuro que
esperaba a su única hija.
Cuando llegó al poblado, recibió el
saludo de las mujeres y sus hijos. Tal como le habían ordenado, los sentó en el
muslo izquierdo. Faltaban por saludarlo Mengue y su hermano Akudzama. Era este
un joven de aspecto desagradable y repugnante; olía que apestaba; su cabeza
estaba cubierta de tiña y el cuerpo de sarna; los pies los tenía forrados de
niguas. Era de carácter raro y, desde niño, profesaba a su padre un odio
irreconciliable, pues lo tenía por el más brujo de los brujos. Por eso, cuando
su hermana iba a saludarlo, le dijo:
-No lo saludes; ¿qué habrá tramado
ese hechicero con sus tíos maternos?
Pero Mengue, que amaba mucho a su
padre, fue a saludarlo, mientras dormía su hermano. El padre cumplió lo que:
sus tíos le ordenaron. Al despertar Akudzama, encontró a la hermana presa de
una fiebre muy alta. A las pocas horas, murió, y la enterraron en las afueras
del poblado, como estaba mandado.
Dos días después, Zamaye-mebege
llamó a su primogénito, le entregó la escopeta y le dijo:
-Al anochecer, saldrás de casa. A
la puerta de casa encontrarás una nsin;
la seguirás y dispararás a lo que se te presente. Por la noche, salió de casa,
siguió a la nsin que lo condujo hasta la tumba de Mengue. Estaba ésta más
hermosa que nunca, sentada en preciosa silla. Ndonzama disparó contra ella y
regresó a su casa. A la mañana siguiente, encontró un corpulento elefante
muerto, junto a la tumba de Mengue. Lo vendió y con el importe pudo dotar a
varias mujeres. Sus otros hermanos corrieron la misma aventura y tuvieron
idéntica suerte.
Únicamente Akudzama se negó a
acercarse a su padre, quien hacía todo lo posible por ganar su afecto, a fin de
procurarle un botín como a los demás hijos. Después de no pocas estratagemas,
consiguió que aceptase la escopeta y escuchase las instrucciones que habían
ejecutado sus hermanos.
Durante unos cuantos días, Akudzama
permaneció en casa con la escopeta ociosa, pero, a decir verdad, ardía en
deseos de saber cómo sus hermanos se habían hecho con tantos elefantes, cuando
por las cercanías, años hacía que no se veía ninguno. Así una noche,
sigilosamente salió de casa; siguió los menudos y rápidos pasos de la nsin, y,
a doscientos metros, del poblado, se encontró con su hermana, linda como jamás
la había visto.
En vez de disparar contra ella,
como lo habían hecho sus hermanos, rompió en triste y fraterno llanto. Intentó
asir a Mengue, pero ésta desaparecía de su vista, mientras le decía:
-Dispara contra mí, Akudzama,
dispara contra mí.
-No lo haré; no lo haré, -respondió
el hermano; y añadió:
-Ya me imaginaba, fue padre el
culpable de tu muerte. Y regresó al poblado; y su odio contra el padre iba en
aumento.
A la noche siguiente, volvió a
encontrarse con su hermana; logró agarrarla; pero Mengue, con fuerza misteriosa
lo arrebató y lo llevó a su reino. Allí le curó de cuantas enfermedades
padecía; corrigió cuantos defectos deformaban su cuerpo... en una palabra, lo
transformó en un joven hermosísimo, como no había en todo el contorno.
Al cabo de unos años, regresó al poblado,
donde nadie lloró su desa-parición; pero tampoco ahora lo reconoció nadie, ni su
propio padre. Lo que causó tanta admiración como su belleza fue el que viviese
en la humilde choza del desaparecido Akudzama.
Una tarde, en la reunión del abaá,
declaró a su padre que él era su hijo Akudzama; y le contó cuanto había
sucedido. Todos ponderaban su extra-ordinaria hermosura. Su matrimonio fue más
feliz que el de sus hermanos, y tuvo muchos hijos, de los que vivió rodeado
largos años.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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