Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

La escopeta mágica

Era media mañana. Hombres y mujeres estaban en sus habituales ocupaciones agrícolas, de pesca o de caza; los niños estaban en la escuela, y pocas personas animaban el poblado. Únicamente Mebegue estaba recostado en su habitual cama de bambú en la casa de la palabra. Como en otras muchas ocasiones, rumiaba ahora la solución de un problema de casamiento.
Mebegue, de sus dos mujeres, contaba con diez hijos; pero se daba la circunstancia de que todos eran varones. ¿Cómo se las arreglaría? La tradición rezaba así: «el hijo varón tiene que casarse con la dote de su hermana». Mebegue no tenía dinero, no poseía fincas... ¿de dónde sacaría, pues, la cantidad, nada despreciable, para casar a sus diez hijos? Este pensamiento le acuciaba de día en día, con más vehemencia, pues sus hijos se iban haciendo mayores.
Esta mañana le pareció dar con la solución; y, hablando para sí en voz alta, se dijo:
-Iré y explicaré el caso a mis tíos maternos; ellos no dejarán de ayudarme.
Dicho y hecho. A los tres días, había informado con todo pormenor de la situación a sus tíos maternos, quienes le dieron esta respuesta:
Como hijo que eres de nuestra difunta hermana, a la que amábamos mucho, queremos ayudarte cuanto podamos. Mira, guardamos esta escopeta, recuerdo de familia. Hasta el presente, ella nos ha sacaso de todos los apuros. Estamos seguros de que también resolverá el casamiento de tus hijos; se la entregarás sucesivamente, comenzando por el primogénito y acabando por el menor. Sólo podrán salir de caza con ella una vez, pase lo que pase. Lo que cacen en esa salida lo emplearán como dote del casamiento.
Mebegue regresó a su pueblo contento con la escopeta, y pensó poner sin demora en práctica lo que los tíos -le dijeron.
A la mañana siguiente, entregó la mágica escopeta al mayor de sus vástagos con las consiguientes recomendaciones.
Después que su madre le preparó las provisiones para ir al bosque, cogió su «ebara» o mochila y se emboscó ávido de misterio-sas aventuras. Al llegar a un traquilo río, cuyas riberas flanqueaban frondosos árboles, preparó con bambúes y nipas una tosca choza para pernoctar y comer las viandas que su madre le había preparado.
Su cena fue frugal: un dedo de plátano maduro, un poco de cacahuete, envuelto de calabaza; el agua clara del río le calmó la sed. El resto de las comidas lo guardó en la choza para su regreso.
Cuando la rosada aurora asomaba su rostro por el oriente, Mebegue con la escopeta en posición de hacer fuego y el ojo avizor comenzó a medir con paso quedo y silencioso los contornos que prometían caza abundante. No pasó mucho rato, y vio una numerosa manada de monos. Entonces se dijo:
-Probaré suerte, si consigo abatirlos a todos cumpliré con mis objetivos.
Antes de disparar la maravillosa escopeta, tenía que proferir estas palabras mágicas: «Escopeta mía, te recibí de mi padre, a quien se la dieron sus tíos, si te reconoces mía, haz que de un solo tiro caigan todos esos monos». A estas palabras siguió un disparo seco y retumbante, cuyos efectos sembraron el suelo de palpitantes víctimas indefensas.
¿Cómo llevar tanto botín a su casa? Pensó en solicitar ayuda del poblado más próximo. Cuando se aproximaba a la choza que había construido, oyó confuso murmullo que fue clarificándose en voces de niños y mujeres. ¿Se habría equivocado de camino? No, era la misma choza por él fabricada.
-¿Quiénes sois?, ¿de dónde venís? -gritó Mebegue desde lejos.
Sus preguntas no obtuvieron respuesta, pero observó que el suelo estaba cubierto con las peladuras de los plátanos, de los cacahuetes y de la yuca que había dejado en la choza.
Entonces, empezó a gritar colérico:
-¿Quiénes han entrado en mi choza? ¿Quiénes han comido mi comida?
Tampoco ahora tuvo respuesta alguna. Ante el silencio, profirió toda clase de improperios:
-Hijos de satanás -decía- devolvedme mis comidas.
El silencio de los que quería convertir en interlocutores lo enardecía más y más. Entonces, levantó la cabeza una mujer que parecía la de más edad, y dijo:
-Chicas, vámonos, pues éste no es el hombre que buscamos; no vale gran cosa.
Y, dicho esto, niños y mujeres desaparecieron en un santiamén, sin saber cómo ni a dónde. Mebegue se quedó solo e indignado por haber perdido las provisiones. Después de suplicar y rogar, consiguió que los del poblado le ayudasen a llevar los monos a su casa. Con el dinero que sacó de la venta de los monos pudo casarse, como era su deseo.
Los demás hermanos repitieron la aventura y corrieron parecida suerte a la de su hermano mayor; únicamente el más pequeño, Ovula, que tal era su nombre, tuvo un desenlace distinto. Helo aquí:
Con las comidas en la «ebara» y la escopeta al hombro llegó al lugar donde sus hermanos levantaban la choza, pasaban la noche y guardaban sus provisiones.
Como ellos se encontró con la consabida manada de monos, como ellos disparó, después de pronunciar las palabras misteriosas y como en ocasiones anteriores todos los monos humedecieron con su roja sangre la parda tierra. Como sus hermanos, oyó el murmullo que animaba los aledaños de la choza y entonces se dijo para sí:
-Seguramente que esta gente quiere comprar carne, así no necesitaré ir al poblado a solicitar ayuda para llevarme los monos.
Cuando llegó a la choza, le extrañó ver niños en corro jugando alegres; mujeres en animada conversación, y el suelo sembrado de peladuras de plátanos, cacahuetes y yuca. Lejos de enfadarse, como hicieron sus hermanos, preguntó con una amable sonrisa:
-¿Quién ha comido mis. provisiones?
Y dirigiendo una mirada bondadosa a los niños, él mismo se respondió:
-Son éstos, sin duda; pero estoy contento de que ellos hayan comido, aunque yo me quede con hambre.
Y habló luego así a las mujeres, en tono suplicante:
-Confío que me ayudaréis a llevar al poblado estas piezas que he matado.
Entonces, la mujer que aparentaba más edad dijo a las otras:
-Este es el hombre que buscábamos, pues no es como los demás.
Para empezar, dadle de comer; luego, cargaremos con los monos, los lleva-remos a su poblado, y nos quedaremos con él.
Cargadas con el apetecido botín, semejaban hacendosas hormigas que caminan afanosas al hormiguero. Cuando los padres, los hermanos y los familiares vieron a Ovula y a su acompañamiento entendieron el secreto de la escopeta mágica.
Únicamente Ovula, por su bondad con los niños y mujeres, pudo dar con el secreto; sólo él fue capaz de enriquecer el poblado con bellas y laboriosas mujeres y con niños, esperanza del futuro. Pero su generosidad no paró aquí: dio una mujer a cada uno de sus hermanos, sin exigirles dote por ella.
De este modo, Ovula, el más despreciable de los hijos de Mebegue, fue el más famoso de la familia, gracias a su amor para con los niños y las mujeres.

111. anonimo (guinea ecuatorial)


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