En un poblado pequeño, situado en
el corazón de la selva, vivían dos viudas: una de ellas, de carácter apacible y
bondadoso; la otra, en cambio, irascible y desabrida. Ambas tenían una hija ya
mayorcita.
Cierto día, la mamá virtuosa envió
a su pequeña a buscar unas hojas con que preparar la yuca. Pronta y alegre se
internó en la selva la muchacha, canturreando una canción de moda. Descuidada,
deshojaba el okieñ kuiñ, cuando vio una linda mariposa, volando de flor en
flor. Le gustó tanto que quiso atraparla; pero el grácil insecto se escapaba
más lejos, cada vez que las manos de la joven estaban a punto de cogerla.
¿Cuánto tiempo duró la persecución de la belleza alada? No se sabe; pero debió
de ser mucho.
Lo cierto es que, sin saber cómo ni
por dónde, se encontró la adolescente en un claro de la selva, donde no había'
más que una choza. Forzada por el hambre, no tuvo más remedio que llamar y
entrar en ella, aunque no sabía quien la habitaba.
No encontró persona alguna, pero sí
quedó asombrada de la cantidad de comidas que allí había; carne, pescado,
ahumado, plátanos, cacahuetes, yuca, etc... etc... Con presteza preparó mucha
comida; pero no se atrevió a tocarla hasta tanto que regresara el dueño de la casa.
Como estaba también cansada, se quedó profunda-mente dormida. A eso de las tres
de la tarde oyó estrépito de utensilios, y voces inconexas despertaron a la
joven, que despavorida vio entrar por la puerta a un gigantón, el dueño de la
choza, que regresaba de las faenas de la finca. También él quedó sorprendido al
ver allí a la hermosa muchacha.
-¿Quién eres y qué haces aquí?
-preguntó el gigante.
-Soy una desdichada -respondió con
miedo la joven-; he dado en este bello lugar por la ridícula ilusión de capturar
una mariposa. He preparado la comida; ahí la tienes, señor; no he querido
comer, pues esperaba al dueño para servirle.
-No te preocupes, hija mía, -repuso
el gigante-, aunque ardo en deseos de comerte, porque eres tierna y tienes la
carne fresca, te profesaré, en adelante, el cariño de un padre; te consideraré
como a mi hija. Anda, trae la comida y comamos.
Corrían los días y los meses, y el
gigante y la afortunada joven vivían felices, como buenos amigos; él buscaba
apetitosas comidas y ella las preparaba con arte culinario. Pero un día, la
adolescente dijo al padre adoptivo:
-Tengo mucha pena por mi mamá; es
viuda; no tiene a nadie más que a mí, y, cuando no me ve, se muere de pena; ¿me
dejas ir a donde ella?
-Mañana te daré la respuesta, -dijo
el bosquero.
Efectivamente, al otro día, después
de sus quehaceres matinales, habló así el gigante:
-Hija, si tal es tu deseo, vuelve
al lado de tu querida madre. En premio de tus virtudes, llevarás lo siguiente:
un cestón de calabaza, otro de cacahuete, otro de chocolate del país, carne
fresca, joyas y otras muchas cosas. Con todo, te advierto que no vuelvas más
por aquí, pues no lo contarías más.
La dócil joven le dio las gracias y
prometió que seguiría puntualmente su consejo.
El gigante colocó a la muchacha en
medio de los regalos; dio a una y a otros un golpecito con una varita mágica y,
en un abrir y cerrar de ojos, se encontró detrás de la cocina de la mamá.
La alegría del poblado por el
regreso de la que daban por muerta fue enorme, sobre todo el de su buena mamá.
La joven explicó durante horas todas sus aventuras y el feliz desenlace de las
mismas.
La madre ambiciosa quiso que su
hija corriese la misma fortuna. La envió con palabras ásperas en busca de hojas
para la yuca. La joven salió de mala gana.
Persiguió la misma mariposa, y fue
a parar a la choza en que habitaba el gigante del bosque. Como su compañera,
preparó la comida; pero en vez de esperar al dueño de la casa, comió y se quedó
dormida.
A la hora acostumbrada regresó del
bosque el gigante quien con el cortante machete, sin más explicación, cortó el
delicado cuello de la dormida niña.
Así con la muerte de su hija expió
la viuda su maldad y avaricia.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
No hay comentarios:
Publicar un comentario