Érase una vez un diminuto y
zumbador mosquito que tuvo la osadía de meterse en la descomunal oreja del
elefante, para proponerle lo siguiente:
-Me gustaría mucho echar un pulso
con Vd., Señor Elefante.
-Apártate de mi vista, insecto
molesto y despreciable. ¿Cómo te atreves a sugerir tal propuesta al rey de la
selva, que con sólo un pequeño resoplido puede exterminar a miles y miles de
tus congéneres? Si no te apartas, acabo con tu vida con la tranquilidad de
quien se bebe un vaso de agua.
Lejos de desistir, el mosquito
comenzó el plan de ataque improvisado. Fue a posarse en el espinazo de la
mujer del Sr. Elefante. Este quiso castigar el atrevimiento de aquél, y, sin
pensarlo dos veces, descargó con toda la fuerza su pesada trompa, con propósito
de aplastarlo. El liviano violero esquivó el golpe, y fue la esposa del
elefante la que pereció, a consecuencia del terrible trompazo.
La pérdida de su mujer mosqueó al
gigante de los bosques, que juró acabar con el trompetilla y toda su parentela.
El mosquito se fue posando sucesiva-mente en los lomos de todos los miembros
familiares del elefante: padres, hijos, tíos, primos, etc...
La vengadora trompa aporreaba
siempre con fuerza inusitada no sobre el burlador mosquito, sino sobre los
familiares que, uno a uno, iban acrecen-tando el número de víctimas: hasta que
se extinguió toda la familia elefantina.
Entonces, el elefante, fracasado y
avergonzado, se suicidó, porque no solamente no había conseguido vengar a su
burlador, sino que, contra toda ley natural, se había constituido en
exterminador de su familia.
El mosquito de raudo vuelo y sonora
trompetilla divulgó el suceso, entre los suyos, por aquellos contornos. Al oír
la hazaña sus familiares y amigos decían:
¡Cuán verdad es que no hay enemigo
pequeño!
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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