Eranse una vez un tucán, un gorrión
y una paloma que vivían en lugares cercanos, pero sin mantener entre sí
relaciones de buenos vecinos, por la sencilla razón de que cada uno pertenecía
a voladores de distinta especie.
Un día, el inquieto y charlatán
gorrión tuvo una idea feliz: propuso a sus compañeros que se reunieran los tres
para realizar en común ciertas actividades: trabajar juntos, comer juntos,
salir de paseo juntos y, cuando fuese necesario, ayudarse entre sí.
La sencilla paloma aceptó la
propuesta del gorrión con quien, a partir de aquel día, compartía las tareas,
la mesa, los ocios y también las preocupaciones. El tucán, en cambio, prefirió
proseguir en su aislamiento egoísta.
Cierta mañana del mes de enero, el
charlatán gorrión tuvo la desgracia de perder a su anciana madre. Faltó tiempo
a la paloma para volar a su lado, darle el pésame y ayudarle en todas las
ceremonias del entierro.
Al poco tiempo, el primogénito de
la dulce paloma pereció víctima de un ave rapaz (Nduiñ). Cuando lo supo el
gorrión, acudió presuroso para acompañar en el dolor a la llorosa madre y
prestarle los auxilios necesarios. Ya el gorrión y la paloma se habían repuesto
de sus desgracias, cuando el egoísta tucán llamó a su puerta, con la siguiente
súplica:
-Acaba de morir mi padre, estoy
solo. No tengo quien me valga y ayude en el entierro. Os ruego, por lo que más
queráis, que vengáis a mi casa y me echéis una mano.
Tanto el saltarín gorrión como la
arulladora paloma le respondieron a una:
-Acuérdate de que preferiste
trabajar solo, comer solo, vivir solo... Cuando murieron nuestra madre y
primogénito, no viniste a darnos el pésame ni a ayudarnos... Ocúpate, pues, tú
solo del entierro de tu padre.
Ante esta respuesta dura, pero
merecida, el tucán regresó triste y pensativo a su casa. Solo y con mucho
trabajo, preparó el ataúd de su padre. Metió en él el cadáver, y solo cargó con
él sobre la cabeza, hacia el cementerio.
Cuando llegó a la sepultura, por
más esfuerzos que hizo, no consiguió despegar el ataúd. Recorrió la selva en
todas direcciones y con sus lastimeros cantos pidió a las demás aves que le
ayudasen para desprender de su cabeza el ataúd de su padre. Ninguna le hizo
caso. Por eso, a partir de entonces, el tucán lleva a todas partes el ataúd y
acompaña su canto con tristes fúnebres notas.
Con la misma medida con que
midiereis seréis medidos.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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