Éranse dos reyes: uno tenía su
corte en Asia y el otro la tenía en África. El primero tuvo siete hijos varones
y el segundo, siete hijas. Aquél dijo a sus hijos, cuando eran pequeños:
-No os podréis casar sino es con
siete hermanas, hijas de padre y madre.
El mismo precepto había dado el rey
africano a sus hijas. Pasaron los años, y llegó a los hijos e hijas reales el
momento de tomar matrimonio. Los varones se presentaron ante su padre, el rey,
y le dijeron:
-Con tu permiso, queremos irnos a
buscar a las mujeres que, según tus disposiciones, pueden ser nuestras esposas.
Recorrieron provincias, naciones y
continentes, sin encontrar una familia que tuviese siete hijas de padre y
madre. Cansados ya de peregrinar en balde, regresaron a su país de origen;
cuando he aquí que al cruzar un ameno soto, oyeron voces y gritos femeninos:
eran varias jóvenes que alegres se bañaban en un límpido y apacible río. El
número de las chicas era de siete, precisa-mente.
-Buenos días, -dijo, en nombre de
todos, el primogénito.
-Muy buenos, -contestaron todas a
coro.
-¿Sois, acaso, hermanas todas de
padre y madre?
-Así, es, -respondió la más pequeña
y no menos avispada de las hermanas.
-También nosotros somos hermanos de
padre y madre, -replicó el primogénito... Y les contó la orden que tenían de su
padre.
-Idéntico mandato nos ha dado
nuestro padre el rey, repuso ahora la mayor de las hermanas.
Nunca mejor ocasión para que unos y
otros cumpliesen con la voluntad paterna y los deseos personales: acordaron,
pues, que se casarían, siguiendo rigurosamente el orden de edad. Por parejas,
del brazo y con muestras de juvenil alegría, se presentan ante el rey, padre de
las hijas:
-Hoy se ha cumplido el precepto que
nos diste, -le dijeron. Hemos encontrado a estos siete hermanos de padre y
madre. te los presentamos para que nos permitas tomarlos por maridos.
-Bien, -respondió el rey, mañana
es lunes; el primogénito será la primera víctima. El martes, lo será el
segundo, y así sucesivamente... hasta llegar al menor de los hermanos que se
llamaba Mbá.
La voluntad del rey fue cumplida
puntual y rigurosamente. Día a día, iban desapareciendo los hermanos de Mbá. El
sábado llamó a éste el rey y le dijo:
-Prepárate, pues mañana te toca el
turno.
Este mismo día por la tarde, la
novia de Mbá le dijo:
-Ruega a mi padre que ordene llenar
de cubos de agua la habitación donde dormimos.
Así lo hizo y la habitación quedó
repleta de agua. Por la noche, a la hora de dormir, la novia se presentó con un
pico y una pala. Durante toda la noche, ambos practicaron una profunda galería
que comunicaba con la parte exterior del palacio... y por ella se evadieron...
Después de una larga y penosa caminata, por dificiles senderos, llegaron a
orillas de un caudaloso río.
Ya los gallos quebraban albores, y
el rey estaba deseoso de acabar con el séptimo de los hermanos. Envió a su
guardia, tal como hiciera otros días, a la habitación de Mbá. Pero regresó con
la nueva de que ni él ni su hija estaban en la habitación.
Furioso, el rey destacó un batallón
de soldados, para que fuera en persecución de los fugitivos. Por suerte, cuando
los soldados llegaron al río, Mbá y su novia eran conducidos al otro lado por
el tripulante de un cayuco. El jefe del ejército gritaba al tripulante que
regresase a la orilla. El tripulante, que era un poco sordo, preguntó a la
joven:
-¿Qué ordena el jefe?
-Que bogues más rápido, para evitar
el chaparrón que nos amenaza, -replicó la joven.
Así, los soldados tuvieron que
regresar al palacio real y confesar su fracaso.
La joven pareja anduvo aquel día
más de cuarenta kilómetros por lugares enmarañados y no acostumbrados a la
planta humana. Aprestábase el sol a despedirse de los mortales; Mbá ya no podía
más. Durante unos instantes quiso reposar su dolorida cabeza en las rodillas de
la joven princesa, cuando una mortífera serpiente dejó inerte al joven en
brazos de su novia. Esta rompió a llorar y a implorar el auxilio de lo alto.
Inesperadamente, se presentó ante
ella una joven, como de dieciséis años.
-¿Cuál es la causa de tus llantos y
ruegos?
No resulta difícil averiguarla, -le
respondió, mostrándole el cuerpo inerte de Mbá. Y le contó, por menudo, su
odisea.
-La recién llegada sacó de su
cofrecito ungüentos misteriosos que aplicó a Mbá quien repentinamente recobró
la vida.
-¿Qué te debemos, a cambio de este
favor?, -preguntó la novia de Mbá.
-Únicamente que consintáis en que
yo sea la segunda mujer de Mbá.
-Sea así, -respondieron ambos, y
prosiguieron los tres el viaje. Ya llevaban recorridos más de dos mil
kilómetros, cuando llegaron a un país donde el rey había prohibido la
existencia de varones.
Mbá y sus dos mujeres recorrieron
curiosos el extraño país, habitado únicamente por mujeres, gobernadas por un
rey. Mbá, a su vez, era objeto de las inquisidoras miradas femeninas.
El rey fue informado por sus espías
de que en la casa de la palabra de la capital del reino se encontraba un varón
con dos mujeres. No quiso el rey aparentar cruel con los extranjeros; por eso,
envió una embajada para que comunicase a Mbá:
-«Mañana el rey te formulará tres
preguntas; si no las aciertas, perderás la vida. En cambio, si las respondes
correctamente, morirá el rey y tú ocuparás el trono.
Mientras Mbá descansaba, custodiado
por las mujeres soldados, el Hada del rey llamó a la segunda mujer de Mbá y le
entregó las respuestas a las tres preguntas, preparadas por el rey. La joven
sacó del bolsillo tres monedas de oro y se las entregó al Hada, en recompensa.
Antes del amanecer, ya Mbá sabía de memoria lo que tenía que contestar.
Eran las ocho de la mañana, cuando
el rey con su escolta mujeril fue al encuentro de Mbá para formularle las
enigmáticas preguntas:
-¿Qué es lo que hay en la casita
del rey?, -preguntó éste con tranquilidad.
-Allí está su abuela, con la que su
Majestad suele comer personas por la noche, -respondió con seguridad Mbá.
-Bien, -dijo el rey. Vamos por la
segunda: ¿Qué tengo yo en mi habitación?
-Una aguja de cuatro puntas, -se
apresuró a decir Mbá.
El rey turbado ya, casi no acertaba
a expresar la tercera pregunta, pero, albergando aún un rayo de esperanza
interrogó:
-¿Con qué bebo vino y qué colores
tiene?
-Es un vaso de tres colores: rojo,
azul y negro, -concluyó Mbá.
El propio rey había firmado su
sentencia; lo mataron y en su lugar subió Mbá. El Hada del rey se convirtió en
la tercera esposa de Mbá.
Mbá tuvo varios hijos con cada una
de las mujeres. Vivieron felices muchos años, al cabo de los cuales Mbá murió
rodeado del afecto de los suyos. Pero ahora se presenta esta pregunta al
lector: ¿Cuál de los tres primogénitos que tuvo con cada mujer debería
sucederle en el trono?
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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