Una vez en una aldea
habitaba una hidra. Todas las gentes que acudían a aquel lugar eran devoradas
por ella.
Sucedió que cierto día
llegó a la aldea una mujer con tres hijos, hermosos como estrellas los tres.
Pasó el tiempo y un buen día la hidra se comió a los tres hermanos. La pobre
mujer quedó sola, pues también su marido había muerto tiempo atrás, al nacer el
más pequeño de sus hijos, así que ella no paraba de llorar por su gran pérdida
y su soledad. Tanto lloró que llegó a llenar una botella entera con sus
lágrimas. Después se la bebió y al cabo de nueve meses dio a luz un niño. Este
creció y llegó a los dieciocho años y siempre le estaba preguntando a su madre:
-¿Yo no he tenido más
hermanos?
A costa de tanto
insistir, su madre acabó por confesarle que había tenido tres hermanos, pero
que se los había comido la hidra. Una vez que se enteró de la verdad el muchacho,
le dijo a su madre:
-Iré y mataré a la hidra,
cueste lo que cueste.
Su madre lloraba y le
decía:
-Te lo imploro, no vayas,
te comerá también a ti y volveré a quedarme sola como un cuclillo. ¡No me
dejes abandonada!
Pero el muchacho ya no
hacía el menor caso a sus palabras.
Un día cogió tres madejas
de lana y marchó en dirección a la hidra. Cuando el animal abrió las fauces
para devorar al muchacho, éste le metió dentro las tres madejas de lana y la
hidra se ahogó. Cogió el muchacho la navaja, abrió el vientre del monstruo y
de él salieron sanos y salvos sus tres hermanos y muchas otras personas más.
Toda aquella gente surgida del vientre del monstruo no sabía cómo agradecer al
joven que los hubiera salvado y le prometieron que le construirían un palacio
y le llevarían muchos presentes. El muchacho se llevó a sus tres hermanos,
marcharon todos junto a su madre y así vivieron, se casaron, prosperaron y
tuvieron larga descendencia.
110. anonimo (albania)
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