Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

La niña que lloró piedras preciosas

Era una vez una niña completamente sola en el mundo. Sus padres habían muerto y no le quedaba ninguna persona querida que se apiadara de ella. No tuvo más remedio que ir de puerta en puerta, por esos caminos de Dios, mendigando un mendrugo de pan. La niña, que se dejaba llevar de ilusorias ideas, decía continuamente: "Soy una gran Princesa a quien una mala Hada arrebató su reino, pero ya llegará el día en que encuentre uno, y mi cabeza lucirá una corona de oro."
Un día de sol espléndido, la niña emprendió un largo camino que atravesaba un gran bosque. Los rayos del Sol jugueteaban alegremente por entre el tupido follaje, y los pájaros cantaban gloriosamente lindas canciones que alegraban el corazón de la infortunada niña.
Una enorme rana apareció arrastrándose por el camino; se había roto una pata y no podía saltar.
-¿Quieres llevarme a la orilla de un lago que hay más allá del bosque? A mí me es imposible continuar, pues me duele horriblemente la pierna rota -dijo la rana a la niña, mirándola tristemente con sus ojillos verdes.
La niña cogió a la rana, la puso en su delantal y, con muchísirno cuidado para no hacerle daño, se dirigió al lago. Allí la depositó sobre la fresca hierba que crecía en la orilla.
La rana, agradecida, le preguntó:
-¿Adónde te diriges, querida niña?
Y ella respondió, dejándose llevar por su fantasía:
-Soy una gran Princesa y estoy buscando mi reino.
-¿Y dónde piensas encontrarlo?
La niña dijo:
-No sé.
-Yo sé de un país encantado que está en la cumbre de las Montañas de Cristal y que no tiene Reina. Muchos han intentado escalar la lisa Montaña de Cristal y jamás lo han conseguido, y es porque son ambiciosos que quieren reinar sin ser Reyes o hijos de Reyes.
-¿Pero no ha habido ningún Príncipe o Rey que la haya escalado? -preguntó, ansiosa, la niña.
-No. Como todos ellos tienen bastante con su reino, no se preocupan de los otros.
-¡Ah!, pues no tardará mucho en tener Reina el Reino de Cristal -dijo la niña. Adiós y gracias, no quiero perder tiempo.
-¡Escucha! -le gritó la rana. No te vayas tan aprisa, que antes tengo que decirte el modo de ir allá.
La rana aclaró un poco la voz y continuó:
-Siete días y siete noches caminarás hacia el Sur. Al cabo de esos días encontrarás un cruce de caminos. Tú sigues por el de la derecha. Pronto divisarás las altas Montañas de Cristal. Al pie de ellas hay varios pantanos en los que han sucumbido millares de ambiciosos. Te será imposible atrave-sarlos, y entonces debes recurrir a mi hermana Amok, que habita en los cenagales; le dices que vas de mi parte y te pasará a la otra orilla.
Después de darle las gracias a la rana, la niña emprendió la marcha, esperanzada de hallar por fin el reino soñado.
Fué un largo y difícil viaje, pero al fin llegó a los pantanos y llamó a grandes voces:
-¡Amok! ¡Amok! ¡Amok!
Apareció una rana de gran tamaño, y dijo:
-¿Quién me llama?
La niña le contó que iba de parte de su hermana la rana del lago del bosque, y lo que deseaba. Amok la hizo montar sobre sí y nadó hasta la otra orilla.
Mirando las altas Montañas de Cristal, la niña tuvo miedo.
Se perdían entre las nubes y era imposible ver su cima. En el suelo había montones de esqueletos, pertenecientes a los ambiciosos que habían intentado escalarla.
La niña, al ver aquel montón de huesos humanos, se desanimó mucho; pero como estaba resuelta a escalar la lisa montaña, empezó la ascensión. Agarrándose con las uñas a los pequeños huecos que habían hecho los otros, logró subir algunos metros; pero pronto las uñas le sangraron horriblemente, sus dedos no tuvieron fuerza para continuar y, ¡pum!, cayó al montón de huesos. Quedó tan dolorida por el fuerte golpe, que no tuvo ánimos para levantarse y permaneció todo el día allí. Al llegar la noche, un miedo horrible se apoderó de ella. De los pantanos empezaron a salir las almas de los infortunados muertos, que la miraban con sus cuencas vacías y se burlaban de ella. Pasó toda la noche temblando de frío y de miedo. Así que salió el sol, rogó a la rana Amok que la trasladara a la otra orilla; abandonando aprisa aquellos lugares.
Pero, pasados algunos días, olvidó por completo el susto y se dijo: "No tuve suerte y, además, no era muy agradable reinar tan arriba. Buscaré otro reino que no esté tan alto."
Un día encontró un gusano que se debatía furiosamente con una araña. Ésta, que era mucho más grande que el gusano, le tenía agarrado entre sus peludas patas y le ahogaba por momentos. La niña separó el gusano de la araña y aplastó a ésta con el pie.
Cuando el gusano recobró el aliento, le dijo:
-¿Cómo pagarte tu buena acción?
Y la niña le contestó:
-Podrías indicarme algún reino que esté sin Reina y que no se halle en las nubes.
El gusano miró a la niña, y respondió:
-Conozco una historia que quizá te interese. Uno de mis antepasados, que vivía en las orillas de un gran lago, la contó. Dijo que dentro de aquel gran lago había una pequeña isla poblada de hermosa vegetación. Las flores eran mucho más grandes que las corrientes, y sus colores, admirables; pero, entre todas ellas, había un rosal de singular belleza que solamente daba una flor al año, y era una rosa de color rojo oscuro, extraordinariamente hermosa. Pues bien, esa rosa tenía su leyenda, pero mi antepasado no la contó; lo único que se sabía de cierto era que quien alcanzase la rosa y la separase del rosal, conseguiría el Reino de la Felicidad y podría reinar en él.
La niña quedó admirada. Decidió ir en pos de aquel nuevo reino y preguntó al gusano:
-¿Está muy lejos esa pequeña isla?
El gusano, sin responder a la pregunta de la niña, continuó:
-Muchos han intentado coger la rosa sin conseguirlo, por que es muy caprichosa, o porque aún no ha encontrado al que tiene que reinar en el País de la Felicidad.
-¿Dónde se encuentra ese lago? -repitió la niña, nerviosa.
-Hacia donde nace el Sol; sigue siempre esa dirección y lo encontrarás.
Le dió las gracias y se fué en dirección al Este. Al cabo de algunos días llegó a las orillas de un gran lago. Encontró una barquita amarrada al tronco de un sauce que crecía en la orilla, subió a ella y remó hacia la isla de las bellas flores.
Al llegar a la isla, quedó embriagada por el perfume de miles de flores, y al contemplar la maravillosa rosa, quedó extasiada ante su belleza y perfume. Jamás, ni en sueños, había visto una rosa tan hermosa.
-No hay duda -se dijo- de que es la de que habló el gusano.
Y corrió a alcanzarla, pero cuanto más estiraba los brazos, más alta parecía la rosa; dió un salto, y otro, y otro. Todo inútil: la rosa estaba cada vez más alta y era imposible cogerla.
-Tengo los brazos cansados de remar, y los pies, de andar; esperaré a mañana, ya que por entonces estaré descansada -murmuró para si.
Se sentó al pie de una acacia en flor, y pronto el sueño invadió aquella cabecita loca.
A la mañana siguiente se despertó con nuevos bríos y fué resuelta a apoderarse de la rosa. Pero, al cabo de repetidos intentos, se convenció de que nunca la alcanzaría. Cansada y malhumorada, se sentó en el suelo.
Un hermoso pajarito, que había estado viendo las maniobras de la niña para coger la flor, fué a posarse en una rama del rosal y dijo:
-Sucia y harapienta Princesa de la carretera, ¿cómo pretendes alcanzar una rosa tan hermosa como no hay otra en el mundo?
La niña se miró el trajecito roto y manchado, los zapatos abiertos y llenos de barro, y sus sucias manos, y pensó, llena de tristeza, que el pajarito tenía razón. "Una rosa tan hermosa, solamente una Princesa de veras puede desearla. Debo quitarme de la cabeza estas ideas de que soy una Princesa desgraciada, y conformarme con mi suerte; entonces tendré alguna alegría, pues los pobres también las tienen", se dijo.
Y, avergonzada de su conducta, regresó al otro lado del lago y emprendió el regreso a través de un inmenso bosque. Sentóse a descansar a la sombra de un árbol y, al cabo de un rato de estar allí, una linda mariposa que volaba de flor en flor fué a posarse en las pequeñas florecillas blancas de una morera, pero con tan mala suerte que una de sus alas quedó clavada en un pincho.
La niña corrió a libertarla, y entonces la mariposa dijo, agradecida:
-Estoy al servicio de una poderosa Hada; su palacio no está muy lejos de aquí. Ven conmigo y te presentaré al Hada, que es muy generosa.
La niña pensó: "Quizás el Hada pueda tomarme a su servicio", y siguió a la mariposa.
Llegaron a un palacio muy raro, situado en medio del bosque. El edificio estaba construído de piedras verdes y adornado con cobre. Un enorme perrazo les abrió la puerta. Gatitas con delantales blancos eran las camareras del Hada.
La mariposa condujo a la niña hasta su reina. El Hada estaba sentada en un trono de terciopelo verde, adornado con clavos de cobre; vestía un raro traje de color bronceado y llevaba por pulseras dos serpientes de un verde muy brillante.
-¿Qué buscas aquí, niña humana? -le dijo el Hada.
-Soy una niña muy desgraciada y busco trabajo.
-Yo no necesito tus servicios -contestó el Hada. El trabajo debes buscarlo entre los hombres.
-¡No dejes marchar a la niña con las manos vacías! -exclamó la mariposa. Ella me libertó cuando quedé prisionera por una de mis alas en la morera.
-Márchate y ya pensaré el regalo que te voy a hacer.
La niña, llena de tristeza, se fué.
Sola por los polvorientos caminos, caminaba con el corazón afligido. Al atardecer llegó a un gran poblado; sus habitantes estaban tomando el fresco sentados ante las puertas de sus casas. Les fué pidiendo uno a uno trabajo, pero todos la miraban con repugnancia y contestaban que no tenían trabajo para una pordiosera. Los chiquillos se mofaban de ella y le tiraban piedras. No tuvo más remedio que huir de aquel pueblo.
Cansada y apenada, se sentó al amparo de una roca, y empezó a llorar desconsoladamente, mientras decía: "Todo el mundo tiene casa y seres queridos. ¿Por qué yo, Dios mío, he de ser diferente? ¡Cuán feliz sería si tuviera un hogar y alguien que me quisiera!"
Las lágrimas caían abundantes de sus ojos, y con extrañeza vió la niña que, al tocar su vestido, se convertían en piedras preciosas. Sorprendida, miró su falda, que ya estaba llena de ellas y lanzaban admirables destellos. Entonces comprendió que era el regalo del Hada, y pensó con ironía: "¿Para qué las quiero? Si alguien me las ve, creerá que las he robado y me llevarán a la cárcel. ¡Oh Hada poderosa! ¿De qué me sirven estas riquezas? Hubiera preferido un sitio en algún hogar de los hombres. Puedes quedarte con las piedras, sin valor para mí."
Sin saber lo que hacía, corrió al río, vació su falda en él y continuó la marcha como si se hubiera quitado de encima algo molesto.
Al anochecer llegó ante una destartalada choza. No se atrevía a entrar y pedir albergue por miedo de que la sacaran a palos, Vió que al lado de la choza había un pequeño cobertizo con mucha paja en el suelo, destinada al perro, y pensó pasar la noche allí.
Un perrazo negro salió de la choza y, al ver que la niña usurpaba su cama, empezó a ladrar desesperado. Al oír los ladridos del perro, salió un hombre de la cabaña y, cuando vió a la pálida y asustada niña, le dió compasión y la invitó a entrar en la pobre casa.
-No tenemos mucho que ofrecerte; partiremos nuestro pan seco contigo, pero, a lo menos, tendrás donde cobijarte.
El interior de la choza era extremadamente pobre; apenas había lo preciso. Allí sentada había una mujer con un niño en brazos.
-¿Tienes un pedazo de pan para esta niña, mujer? -le preguntó el hombre.
-Hay uno que yo había guardado para mayñana, pero dáselo a ella, que de seguro no ha comido en todo el día -repuso la buena mujer.
La niña sintió que las lágrimas inundaban sus ojos y pensó, arrepentida: "Si no hubiese sido tan orgullosa, ahora tendría las piedras preciosas y podría ayudar a esta buena gente."
Sintió que algo pesaba en el roto bolsillo de su vestido, y vió que era un diamante de gran tamaño que se había quedado en él. Muy contenta, se lo ofreció a la buena mujer, y le dijo:
-En cambio de tu pan te doy este trozo de cristal, que aunque para los hombres tiene mucho valor, para mí nada significa.
La mujer abrazó a la niña y le dijo, muy emocionada:
-¿Quieres quedarte a vivir con nosotros como si fueras nuestra hija?
La niña aceptó en seguida.
Desde aquel día es muy feliz; ya no tiene que recorrer los polvorientos caminos en busca de un reino de ilusión. Se ha hecho una mujercita formal y una buena ama de casa. Sus padres adoptivos vendieron el diamante por muchas monedas de oro, y con ellas compraron una casita y tierras, y aún les sobraron para guardarlas. Son muy felices y quieren mucho a la niña que les trajo la suerte.

132. Anonimo (suecia)

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