Era una vez una niña completamente sola en
el mundo. Sus padres habían muerto y no le quedaba ninguna persona querida que
se apiadara de ella. No tuvo más remedio que ir de puerta en puerta, por esos
caminos de Dios, mendigando un mendrugo de pan. La niña, que se dejaba llevar
de ilusorias ideas, decía continuamente: "Soy una gran Princesa a quien
una mala Hada arrebató su reino, pero ya llegará el día en que encuentre uno, y
mi cabeza lucirá una corona de oro."
Un día de sol espléndido, la niña emprendió
un largo camino que atravesaba un gran bosque. Los rayos del Sol jugueteaban
alegremente por entre el tupido follaje, y los pájaros cantaban gloriosamente
lindas canciones que alegraban el corazón de la infortunada niña.
Una enorme rana apareció arrastrándose por
el camino; se había roto una pata y no podía saltar.
-¿Quieres llevarme a la orilla de un lago
que hay más allá del bosque? A mí me es imposible continuar, pues me duele
horriblemente la pierna rota -dijo la rana a la niña, mirándola tristemente
con sus ojillos verdes.
La niña cogió a la rana, la puso en su
delantal y, con muchísirno cuidado para no hacerle daño, se dirigió al lago.
Allí la depositó sobre la fresca hierba que crecía en la orilla.
La rana, agradecida, le preguntó:
-¿Adónde te diriges, querida niña?
Y ella respondió, dejándose llevar por su
fantasía:
-Soy una gran Princesa y estoy buscando mi
reino.
-¿Y dónde piensas encontrarlo?
La niña dijo:
-No sé.
-Yo sé de un país encantado que está en la
cumbre de las Montañas de Cristal y que no tiene Reina. Muchos han intentado
escalar la lisa Montaña de Cristal y jamás lo han conseguido, y es porque son
ambiciosos que quieren reinar sin ser Reyes o hijos de Reyes.
-¿Pero no ha habido ningún Príncipe o Rey
que la haya escalado? -preguntó, ansiosa, la niña.
-No. Como todos ellos tienen bastante con su
reino, no se preocupan de los otros.
-¡Ah!, pues no tardará mucho en tener Reina
el Reino de Cristal -dijo la niña. Adiós y gracias, no quiero perder tiempo.
-¡Escucha! -le gritó la rana. No te vayas
tan aprisa, que antes tengo que decirte el modo de ir allá.
La rana aclaró un poco la voz y continuó:
-Siete días y siete noches caminarás hacia
el Sur. Al cabo de esos días encontrarás un cruce de caminos. Tú sigues por el
de la derecha. Pronto divisarás las altas Montañas de Cristal. Al pie de ellas
hay varios pantanos en los que han sucumbido millares de ambiciosos. Te será
imposible atrave-sarlos, y entonces debes recurrir a mi hermana Amok, que habita
en los cenagales; le dices que vas de mi parte y te pasará a la otra orilla.
Después de darle las gracias a la rana, la
niña emprendió la marcha, esperanzada de hallar por fin el reino soñado.
Fué un largo y difícil viaje, pero al fin llegó
a los pantanos y llamó a grandes voces:
-¡Amok! ¡Amok! ¡Amok!
Apareció una rana de gran tamaño, y dijo:
-¿Quién me llama?
La niña le contó que iba de parte de su
hermana la rana del lago del bosque, y lo que deseaba. Amok la hizo montar
sobre sí y nadó hasta la otra orilla.
Mirando las altas Montañas de Cristal, la
niña tuvo miedo.
Se perdían entre las nubes y era imposible
ver su cima. En el suelo había montones de esqueletos, pertenecientes a los
ambiciosos que habían intentado escalarla.
La niña, al ver aquel montón de huesos
humanos, se desanimó mucho; pero como estaba resuelta a escalar la lisa
montaña, empezó la ascensión. Agarrándose con las uñas a los pequeños huecos
que habían hecho los otros, logró subir algunos metros; pero pronto las uñas le
sangraron horriblemente, sus dedos no tuvieron fuerza para continuar y, ¡pum!,
cayó al montón de huesos. Quedó tan dolorida por el fuerte golpe, que no tuvo
ánimos para levantarse y permaneció todo el día allí. Al llegar la noche, un
miedo horrible se apoderó de ella. De los pantanos empezaron a salir las almas
de los infortunados muertos, que la miraban con sus cuencas vacías y se
burlaban de ella. Pasó toda la noche temblando de frío y de miedo. Así que
salió el sol, rogó a la rana Amok que la trasladara a la otra orilla;
abandonando aprisa aquellos lugares.
Pero, pasados algunos días, olvidó por
completo el susto y se dijo: "No tuve suerte y, además, no era muy
agradable reinar tan arriba. Buscaré otro reino que no esté tan alto."
Un día encontró un gusano que se debatía
furiosamente con una araña. Ésta, que era mucho más grande que el gusano, le
tenía agarrado entre sus peludas patas y le ahogaba por momentos. La niña
separó el gusano de la araña y aplastó a ésta con el pie.
Cuando el gusano recobró el aliento, le
dijo:
-¿Cómo pagarte tu buena acción?
Y la niña le contestó:
-Podrías indicarme algún reino que esté sin
Reina y que no se halle en las nubes.
El gusano miró a la niña, y respondió:
-Conozco una historia que quizá te interese.
Uno de mis antepasados, que vivía en las orillas de un gran lago, la contó.
Dijo que dentro de aquel gran lago había una pequeña isla poblada de hermosa
vegetación. Las flores eran mucho más grandes que las corrientes, y sus
colores, admirables; pero, entre todas ellas, había un rosal de singular
belleza que solamente daba una flor al año, y era una rosa de color rojo
oscuro, extraordinariamente hermosa. Pues bien, esa rosa tenía su leyenda, pero
mi antepasado no la contó; lo único que se sabía de cierto era que quien alcanzase
la rosa y la separase del rosal, conseguiría el Reino de la Felicidad y podría
reinar en él.
La niña quedó admirada. Decidió ir en pos de
aquel nuevo reino y preguntó al gusano:
-¿Está muy lejos esa pequeña isla?
El gusano, sin responder a la pregunta de la
niña, continuó:
-Muchos han intentado coger la rosa sin
conseguirlo, por que es muy caprichosa, o porque aún no ha encontrado al que tiene
que reinar en el País de la
Felicidad.
-¿Dónde se encuentra ese lago? -repitió la
niña, nerviosa.
-Hacia donde nace el Sol; sigue siempre esa
dirección y lo encontrarás.
Le dió las gracias y se fué en dirección al
Este. Al cabo de algunos días llegó a las orillas de un gran lago. Encontró una
barquita amarrada al tronco de un sauce que crecía en la orilla, subió a ella y
remó hacia la isla de las bellas flores.
Al llegar a la isla, quedó embriagada por el
perfume de miles de flores, y al contemplar la maravillosa rosa, quedó
extasiada ante su belleza y perfume. Jamás, ni en sueños, había visto una rosa
tan hermosa.
-No hay duda -se dijo- de que es la de que
habló el gusano.
Y corrió a alcanzarla, pero cuanto más
estiraba los brazos, más alta parecía la rosa; dió un salto, y otro, y otro.
Todo inútil: la rosa estaba cada vez más alta y era imposible cogerla.
-Tengo los brazos cansados de remar, y los
pies, de andar; esperaré a mañana, ya que por entonces estaré descansada -murmuró
para si.
Se sentó al pie de una acacia en flor, y
pronto el sueño invadió aquella cabecita loca.
A la mañana siguiente se despertó con nuevos
bríos y fué resuelta a apoderarse de la rosa. Pero, al cabo de repetidos
intentos, se convenció de que nunca la alcanzaría. Cansada y malhumorada, se
sentó en el suelo.
Un hermoso pajarito, que había estado viendo
las maniobras de la niña para coger la flor, fué a posarse en una rama del
rosal y dijo:
-Sucia y harapienta Princesa de la
carretera, ¿cómo pretendes alcanzar una rosa tan hermosa como no hay otra en el
mundo?
La niña se miró el trajecito roto y
manchado, los zapatos abiertos y llenos de barro, y sus sucias manos, y pensó,
llena de tristeza, que el pajarito tenía razón. "Una rosa tan hermosa,
solamente una Princesa de veras puede desearla. Debo quitarme de la cabeza
estas ideas de que soy una Princesa desgraciada, y conformarme con mi suerte;
entonces tendré alguna alegría, pues los pobres también las tienen", se
dijo.
Y, avergonzada de su conducta, regresó al
otro lado del lago y emprendió el regreso a través de un inmenso bosque.
Sentóse a descansar a la sombra de un árbol y, al cabo de un rato de estar
allí, una linda mariposa que volaba de flor en flor fué a posarse en las
pequeñas florecillas blancas de una morera, pero con tan mala suerte que una de
sus alas quedó clavada en un pincho.
La niña corrió a libertarla, y entonces la
mariposa dijo, agradecida:
-Estoy al servicio de una poderosa Hada; su
palacio no está muy lejos de aquí. Ven conmigo y te presentaré al Hada, que es
muy generosa.
La niña pensó: "Quizás el Hada pueda
tomarme a su servicio", y siguió a la mariposa.
Llegaron a un palacio muy raro, situado en
medio del bosque. El edificio estaba construído de piedras verdes y adornado
con cobre. Un enorme perrazo les abrió la puerta. Gatitas con delantales
blancos eran las camareras del Hada.
La mariposa condujo a la niña hasta su
reina. El Hada estaba sentada en un trono de terciopelo verde, adornado con
clavos de cobre; vestía un raro traje de color bronceado y llevaba por pulseras
dos serpientes de un verde muy brillante.
-¿Qué buscas aquí, niña humana? -le dijo el
Hada.
-Soy una niña muy desgraciada y busco
trabajo.
-Yo no necesito tus servicios -contestó el
Hada. El trabajo debes buscarlo entre los hombres.
-¡No dejes marchar a la niña con las manos
vacías! -exclamó la mariposa. Ella me libertó cuando quedé prisionera por una
de mis alas en la morera.
-Márchate y ya pensaré el regalo que te voy
a hacer.
La niña, llena de tristeza, se fué.
Sola por los polvorientos caminos, caminaba
con el corazón afligido. Al atardecer llegó a un gran poblado; sus habitantes
estaban tomando el fresco sentados ante las puertas de sus casas. Les fué
pidiendo uno a uno trabajo, pero todos la miraban con repugnancia y contestaban
que no tenían trabajo para una pordiosera. Los chiquillos se mofaban de ella y
le tiraban piedras. No tuvo más remedio que huir de aquel pueblo.
Cansada y apenada, se sentó al amparo de una
roca, y empezó a llorar desconsoladamente, mientras decía: "Todo el mundo
tiene casa y seres queridos. ¿Por qué yo, Dios mío, he de ser diferente? ¡Cuán
feliz sería si tuviera un hogar y alguien que me quisiera!"
Las lágrimas caían abundantes de sus ojos, y
con extrañeza vió la niña que, al tocar su vestido, se convertían en piedras preciosas.
Sorprendida, miró su falda, que ya estaba llena de ellas y lanzaban admirables
destellos. Entonces comprendió que era el regalo del Hada, y pensó con ironía:
"¿Para qué las quiero? Si alguien me las ve, creerá que las he robado y me
llevarán a la cárcel. ¡Oh Hada poderosa! ¿De qué me sirven estas riquezas?
Hubiera preferido un sitio en algún hogar de los hombres. Puedes quedarte con las
piedras, sin valor para mí."
Sin saber lo que hacía, corrió al río, vació
su falda en él y continuó la marcha como si se hubiera quitado de encima algo
molesto.
Al anochecer llegó ante una destartalada
choza. No se atrevía a entrar y pedir albergue por miedo de que la sacaran a
palos, Vió que al lado de la choza había un pequeño cobertizo con mucha paja en
el suelo, destinada al perro, y pensó pasar la noche allí.
Un perrazo negro salió de la choza y, al ver
que la niña usurpaba su cama, empezó a ladrar desesperado. Al oír los ladridos
del perro, salió un hombre de la cabaña y, cuando vió a la pálida y asustada
niña, le dió compasión y la invitó a entrar en la pobre casa.
-No tenemos mucho que ofrecerte; partiremos
nuestro pan seco contigo, pero, a lo menos, tendrás donde cobijarte.
El interior de la choza era extremadamente
pobre; apenas había lo preciso. Allí sentada había una mujer con un niño en
brazos.
-¿Tienes un pedazo de pan para esta niña,
mujer? -le preguntó el hombre.
-Hay uno que yo había guardado para mayñana,
pero dáselo a ella, que de seguro no ha comido en todo el día -repuso la buena
mujer.
La niña sintió que las lágrimas inundaban
sus ojos y pensó, arrepentida: "Si no hubiese sido tan orgullosa, ahora
tendría las piedras preciosas y podría ayudar a esta buena gente."
Sintió que algo pesaba en el roto bolsillo
de su vestido, y vió que era un diamante de gran tamaño que se había quedado en
él. Muy contenta, se lo ofreció a la buena mujer, y le dijo:
-En cambio de tu pan te doy este trozo de
cristal, que aunque para los hombres tiene mucho valor, para mí nada significa.
La mujer abrazó a la niña y le dijo, muy
emocionada:
-¿Quieres quedarte a vivir con nosotros como
si fueras nuestra hija?
La niña aceptó en seguida.
Desde aquel día es muy feliz; ya no tiene
que recorrer los polvorientos caminos en busca de un reino de ilusión. Se ha
hecho una mujercita formal y una buena ama de casa. Sus padres adoptivos
vendieron el diamante por muchas monedas de oro, y con ellas compraron una
casita y tierras, y aún les sobraron para guardarlas. Son muy felices y quieren
mucho a la niña que les trajo la suerte.
132. Anonimo (suecia)
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