Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

El hijo menor del rey y la gorgona

Eranse una vez un rey y una reina que tenían tres hijos y dos hijas. Un día le dijo el más pequeño de los varones a la reina:
-¡Madre, me voy al extranjero!
-¿Y qué es lo que buscas tú por ahí?
Aquí tie­nes todo lo que se te antoje.
-No, madre, me marcho, quiero viajar y ver mundo -­respondió el hijo.
Y partió el muchacho. Anda que te andarás, le sorprendió la noche en cierto paraje. Allí se encaramó en lo alto de un álamo a dormir. Al despertar por la mañana, divisó una casa con la forma de un nido. "Iré allí, se dijo, por si encuentro algún pato para comer", pues se había llevado consigo la escopeta. Cuando llegó a la casa se puso a indagar por todos lados... "Qué extra­ño, ¿qué pájaro será el que ha hecho este nido?", se preguntó.
Vio al muchacho la Gorgona y le habló:
-Eh, ¿quieres venir conmigo aquí dentro? -le preguntó.
-Enseguida voy -le respondió él.
Y ella tendió sus cabellos, él se agarró a ellos y de este modo se encaramó y entró.
Le preguntó entonces el muchacho:
-Pero ¿qué clase de ser eres tú para estar encerrada en es­te lugar? ¿Es esta tu casa o la has encontrado y te has queda­do en ella?
-Sí -le respondió ella, esta es mi casa, ¡yo soy la hija de la Stihia[1]
El muchacho se echó a temblar.
-Pero ¿qué es lo que me has hecho?, ¿cómo me has obli­gado a entrar aquí? Ahora me comerán las bestias- le dijo.
-No -le replicó ella, no te asustes, aquí no te comerá nadie.
Ahora -continuó, vendrán mi madre y mis herma­nos a cenar y cuando ellos se hayan ido podremos salir no­sotros, pues también yo quiero ver el mundo; mi madre me tiene encerrada aquí como si fuera una esclava y ya no aguanto más.
Llegó la stihia con sus hijos.
-¡Eeeeh! Me parece que escondes a alguien aquí, ¡siento olor a carne humana!
-Qué va -respondió ella.
-¿A quién voy a meter yo aquí?
Había convertido al muchacho en un tronco de madera, dándole una palmada, y lo había escondido detrás del arma­rio. Cuando la stihia y sus hijos se hubieron marchado, co­gió la Gorgona al muchacho, lo volvió a convertir en persona y se marcharon los dos juntos.
Caminaron y caminaron y dejaron atrás aldeas y lugares. Regresó la stihia a su morada y se puso a gritar:
-¡Gorgona, Gorgona!
Pero no obtuvo ninguna respuesta.
Ah, cómo me ha engañado esa muchacha -dijo.
-Era verdad que tenía un hombre dentro.
Le dijo entonces uno de sus hijos:
-Iré yo en su busca, les daré alcance y los mataré.
Entretanto los dos amigos caminaban y miraban, cami­naban y contemplaban las cosas del mundo.
-Mira hacia atrás- le decía ella con frecuencia.
-¿Se ve a alguien?
-¡No!
-¿Y ahora?
-No, tampoco ahora.
-¿Ni en la tierra ni en el cielo se ve nada? -insistió ella.
-Ni en la tierra ni en el cielo.
Al volverse una de las veces el muchacho, le dijo a la Gorgona:
-He visto una especie de nube grande.
-¿Era muy grande?
-No, tampoco era demasiado grande.
-Ya -respondió, sin duda es mi hermano pequeño que pretende comernos.
Le dio un suave cachete al muchacho y lo convirtió en una rosa y ella misma se transformó en luciérnaga y se posó sobre la flor.
El otro buscó y buscó pero no consiguió encontrar nada.
Así que se fue de regreso.
-¡Ah! -le dijo su madre al llegar.
-¡Si me hubieses dejado que fuera yo! Pero ahora sí que lo haré.
-No, no, espera- insistió el hijo mayor.
-Iré yo. Los en­contraré y me los comeré.
Cuando el hijo menor de la stihia se marchó, la Gorgona y el hijo del rey volvieron a convertirse en personas. Cami­naban y caminaban y no paraban de mirar hacia atrás:
-¿Se ve algo?
-¡No!
-¿Ni en la tierra ni en el cielo?
-¡No!
Y al volverse él una de las veces:
-¡Oh, se acerca una nube más grande que la primera!
-Seguro que es mi hermano mayor -dijo ella.
Se acercó la nube y ya estaba a punto de atraparlos, pero la Gorgona le dio una palmada al muchacho y lo convirtió en monas-terio y ella se transformó en monja. El otro buscó y buscó, pero tampoco consiguió encontrar nada, de modo que regresó junto a su madre.
-¿Qué, los encontraste?
-No -respondió él, pero vi un monasterio.
-¡Pues eso era, pobre tonto! -le dijo la madre.
-Bien -continuó, esta vez iré yo y os aseguro que los encontraré y no permitiré que continúen viviendo.
Y acto seguido se lanzó en su persecución.
Los dos jóvenes proseguían sus andanzas.
-Siento grandes deseos -le dijo la muchacha, de que lle­guemos a tu casa.
-Enseguida, en cuanto remontemos esos dos cerros, en el tercero encontra-remos la casa de mi padre.
-¡Vuélvete y mira hacia atrás!
-No se ve nada.
Y remontaron uno de los cerros.
-¡Vuélvete y mira atrás!
-¡Oh, viene una nube muy grande, más que las dos ante­riores juntas!
-Ah, esa es mi madre; entonces estamos perdidos, no te­nemos escapatoria. Mira a ver, ¿a qué distancia está?
-¡Oh, ya está aquí, nos va a atrapar!
Le dio entonces una palmada, lo convirtió en mar y ella se convirtió en pato, pues la stihia no podía entrar en el mar, aunque si los hubiera alcanzado en tierra los habría de­vorado.
Se puso entonces la madre a llamar a la Gorgona:
-Gorgona, hija, Gorgona, déjate ver.
Ni rastro. No podía hacer nada más, de modo que se fue.
Ense-guida regresaron a su apariencia humana los dos y se dirigieron hacia la villa del muchacho. Una vez allí, le dijo a ella:
-Hoy te dejaré con una mujer que cuidará de ti mientras yo voy a hablar con mi padre y mi madre. Más tarde vendré a recogerte, pues no puedo llevarte conmigo de este modo -­le dijo.
-Yo soy hijo de un rey.
Dejó luego a la muchacha con una anciana y fue a su ca­sa. Grande fue la alegría del rey al verlo, y todo fueron can­ciones y danzas...
Le dijo entonces el muchacho:
-He traído a una muchacha, la tengo alojada en casa de una anciana.
-Oh, bien, hijo -respondió el rey.
-Tú échate a dormir y cuando te levantes iremos juntos a recogerla.
Al despertarse el muchacho reunieron a los músicos y fueron en carrozas a buscarla y la condujeron a casa.
Y eso fue todo.

110. anonimo (albania)


[1] Stihia, figura de las narraciones populares representada habitualmente como un ser alado que arroja fuego por la boca, o como una serpiente que guarda tesoros bajo tierra. Desde el punto de visto etimológico, procede, inequívocamente, de la célebre laguna -o el río- del Averno.

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