En lo más intrincado de la selva
guineana vivían cuatro jóvenes de edad aproximada y de parecidos gustos: amaban
la aventura. Sus nombres eran significativos de sus futuras andanzas: Ondunduga
(bruto), Akumya (famoso), Nyem Man (inteligente) y Eman Bot (linchador).
Cierta noche Nyem Man (inteligente)
tuvo un sueño en el que vio una vasta y populosa ciudad, que distaba no menos
de cuatrocientos kilómetros de su mísero poblado; pero en la ciudad soñada se
hablaba una lengua distinta del dialecto que ellos usaban. Al despertar de su
agradable y profético sueño, exclamó: ¡Aquié a Zam! (Dios mío).
Le faltó tiempo para comunicar, por
la mañana, a sus amigos lo soñado. ¿Deberían ponerse en camino, en busca de la
ciudad fantástica? Las razones convincentes de Nyem Man disiparon las posibles
dudas. A los cuatro días, los cuatro amigos emprendían el camino con rumbo
desconocido.
Pronto se les agotaron las
provisiones con que salieron de casa; suerte de la hospitalidad de los pueblos
fang y de los frutos que, aquí y allá, encontra-ban en el camino.
Al cabo de dos semanas, después de
recorrer enmarañadas sendas y abandonadas trochas de madereros, de cruzar
rápidos arroyos y ríos caudalosos, de subir y bajar por pendientes escabrosas,
dieron vista a la ciudad, que días pasados fue soñada por Nyem Man, que hacía
honor a su nombre.
A punto estaba el sol de ocultar su
rostro tras las nemorosas montañas, cuando nuestros viajeros llegaron a una de
las puertas de la ciudad: eran seis las que por la noche la protegían de
peligros exteriores. Antess de cruzarla, Nyem Man dijo a sus compañeros:
-Los habitantes de esta ciudad
hablan una lengua desconocida. Tendréis que ir a donde haya gente conversando;
cuando entendáis una palabra o una frase, la anotáis y así podremos encontar
fácilmente trabajo. Por mi parte, no tendré dificultad, pues, como soy
inteligente, a la primera cogeré la conversa-ción.
Les pareció bien el consejo de Nyem
Man, por algo era el sabio del grupo. Se esparcieron por la ciudad y hacia las
ocho de la tarde se encontraron, como habían quedado, en la plaza Mayor de la
ciudad. Estaban satisfechos de su primera experiencia; cada uno sabía ya algo
del enigmático idioma de la ciudad. El que más había entendido, como es
natural, fue Nyem Man. Había presenciado una riña y le quedó grabado lo que uno
de los contendientes dijo al otra «¡Eres un infame, cállate cochino!».
Ondunduga, a su vez, cogió la
palabra «nosotros»; Akumya, descifró: «porque queremos»; y Eman Bot, casi gánó;
a Nyem Man, al descifrar: «Llevános a
donde quieras, somos perdonavidas».
Con tan escasos conocimientos ya se
creían en posesión del desconocido idioma de la ciudad. ¡Tal era su necia
presunción!
Calle Mayor abajo, comenzaron a
echar planes sobre el futuro trabajo. Tan absortos iban en el tema, que Eman
Bot tropezó con el cadáver de una persona recién asesinada. Lo insólito del
caso dejó petrificados por unos instantes a los cuatro jóvenes. Aun no habían
salido de su asombro, cuando se acercó un agente del orden y les interrogó:
-¿Quién ha asesinado a este hombre?
-Nosotros; -respondió Ondunduga.
-¿Y por qué lo habéis hecho?
-preguntó el agente.
-«Porque queremos»; -contestó
Akumya.
-¿Con que sois vosotros los
asesinos que buscamos?; -insistió el policía.
-«Eres un infame; cállate,
cochino»; -le gritó Nyem Man.
Irritado el agente les replicó:
-Si hacéis en la ciudad lo que
queréis y además me estáis insultando, ¿como indemnizaréis la muerte de este
hombre y repararéis mi fama?
-Llévanos a donde quieras, somos
perdonavidas; -le respondió Eman Bot, sin inmutarse.
-Vosotros mismos, como fanfarrones
que sois, os habéis condenado; venid conmigo a la cárcel; -concluyó el agente
del orden. Y los condujo a la prisión, donde pasaron duramente la noche, sin
saber por qué.
Al día siguiente, se reunieron los
jóvenes de la ciudad para juzgar a los cuatro presuntos asesinos. No tenían
abogado defensor; tampoco ellos se podían defender, por desconocer
completamente el idioma de la ciudad. Suerte que las investigaciones realizadas
ya por la policía habían descubierto al verdadero asesino. Los cuatro
«fanfarrones» fueron puestos en libertad, pero con la promesa de ir a la
escuela y empezar, sin jactancia, el estudio de la lengua que no sabían. La
escuela está para enseñar a los que no saben, para que no caigan neciamente en
el error.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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