En una apacible soledad, rodeada de
mangos, naranjos y palmeras, tenía su espaciosa morada la familia Zama ye
Mbegue. Los tres retoños del matrimonio llevaban, respectivamente, el nombre de
Nguema Zama, Ndon Zama y Mbá Zama, el más pequeño. Los tres manifestaron innata
afición y rara habilidad para la caza, de la que vivían los familiares y
vecinos.
El padre, que los había adiestrado
en el arte venatoria, les advirtió que podían trampar en los bosques limítrofes
al poblado; pero no en otro que distaba de allí seis kilómetros.
Las frecuentes batidas que daban
con sus arcos mortíferos y el diario tributo cobrado por las trampas amenazaban
con extinguir los animales de los bosques no vedados.
Por ello, cierto día, Nguema Zama
salió furtivamente, decidido a trampar en el bosque prohibido, que no era otro
que el bosque del brujo. Éste, cuando encontraba a algún cazador en sus
dominios, lo mataba; comía su carne, y con la piel confeccionaba sus extraños
trajes.
Esta primera vez, todo ocurrió
normal en la cacería de Nguema: colocó sus trampas, que, al cabo de dos días,
atraparon numeros animales. La operación se repitió a lo largo de tres meses,
sin que nadie se percatase de la peligrosa cacería.
Pero hete aquí que un día en que
Nguema revisaba sus trampas, avanzó más de lo acostumbrado y se encontró en una
ancha carretera, casi una autopista. En el arcén derecho, había un tambor
automático: una vez golpeado, seguía tocando ininterrumpidamente, hasta que
llegase el brujo. Esta era su trampa qara atrapar las personas. Los continuos
sones repetía:
Kelen, kelen, kelen,
Sinken, kelelen, kelen. (bis)
Nguema, picado por la curiosidad,
cogió los palillos y empezó a golpear el tambor. Su extrañeza se convirtió en
temor; quiso huir; pero, ¿a dónde? Se le ocurrió ocultarse debajo del mismo
tambor.
Llegó el brujo; no vio a nadie;
¿quién lo habría tocado?... pero su fino olfato, acostumbrado a la carne
humana, descubrió al culpable, y comenzó a cantar y bailar, acompañado del
tambor:
Beñ, beñ, beñ
Puab, puab, puabla (bis)
-¿Por qué te escondes?; -dijo a
Nguema. ¿No sabes que llevo un año sin comer y que tengo mucha hambre?
-Dicho
esto, le dio un terrible golpe y lo mató.
Pasaron diez, quince días; nadie
daba razón del paradero de Nguema. ¿Lo habría devorado una fiera? ¿Habría sido
raptado por gentes sin ley? Ndong Zama, su hermano, partió en su busca;
atravesó el bosque prohibido; y llegó al lugar del nefasto tambor. Como Nguema,
quiso satisfacer la curiosidad, y corrió la misma suerte que él.
Eran dos los hermanos
desaparecidos. Entonces, Mbá Zama, el menor, pretendió descifrar la misteriosa
desaparición o dar con el desconocido lugar en que se hallaban. La fatalidad le
hizo seguir el camino de sus hermanos y encontrarse con el fatídico tambor.
También Mbá cayó en la tentación de tocarlo; pero en vez de esperar, como sus
hermanos, a que viniese el brujo, cogió el tambor con ambas manos y, en loca
carrera, se dirigió al poblado paterno.
Cuando Zama ye Mbegue percibió los
sones del retumbante tambor, cuyo misterio conocía, salió armado del tenso arco
y disparó una alada y mortífera flecha contra el corazón del brujo, que ya se
aprestaba a matar a Mbá Zama. Así fue, como el bosque quedó libre de las malas
artes del brujo.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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