Visitación Avoro vivía con su hija
de seis años, en el interior de la selva. Hacía dos años que su esposo había
muerto, y tenía que trabajar para el sustento de su hija única y el propio.
Una mañana, la mamá, como hacía
todos los días, se despidió de su hijita con un beso, y se dirigió a la
desembocadura de los ríos Campo y Kie, donde abundan los hongos, tan apreciados
de las mujeres guineanas.
Pasaron un día, dos y tres y
Visitación no regresaba a casa; su hijita empezó a sufrir un hambre atroz. La
choza estaba solitaria y no había nadie que pudiese auxiliarla. A pesar de sus
pocos años, se armó de valor y decidió salir en busca de su madre. Pero ¿a
dónde había dirigido sus pasos?; ¿dónde encontrarla?
El hambre, la soledad y la tristeza
pudieron más que el miedo. Se puso en camino sin saber por dónde ni a dónde
encaminarse. Pero antes, en previsión, impropia de su corta edad, tomó unas
tijeras, aguja e hilo, por si la selva le desgarraba su vestido multicolor.
Como provisiones, para el incierto camino, tomó algunos picantes y dos yucas
que aún guardaba en la cocina.
Empezó a andar y andar por medio
del bosque. Pasaron un día, dos y tres días, transcurrieron varias semanas y no
dio con su madre ni con persona alguna. Llevaba ya más de mes y medio perdida
por la selva, cuando divisó una estrecha y umbrosa trocha. Avanzó por ella y
desembocó en el poblado de los «Ogros», denominados «Cabezas». Desde tiempo
inmemorial, habían fijado allí su residen-cia, en número de diez y se conocían
por el número correlativo a su llegada, del uno al diez. Sus alimentos eran los
animales que cazaban y las personas que pasaban extraviadas por sus dominios.
Hoy tocaría el turno a la hija de Visitación Avoro.
Ogro I.- ¿De dónde vienes y qué
buscas por aquí?
Niña.- Vengo de muy lejos y estoy
buscando a mi mamá, pues hace muchos días que salió de casa y no ha vuelto.
Ogro I.- Y, ¿a dónde fue tu madre?
Niña.- Me dijo qué iba a buscar
hongos a los ríos de la selva, para que las dos tuviéramos comida.
Ogro I.- Los hongos están en la
desembocadura de los ríos Campo y Kie; sigue ese camino y no tardarás en
llegar.
La niña empezó a caminar calle
arriba. Cuando pasaba por delante de las casas de los Ogros «Cabezas», uno tras
otro mantenían con ella la misma conversación que el «Cabeza I».
Conmovidos por su inocencia y por
el hambre traducida en su rostro, la animaban, como su compañero, a que fuese
en busca de su madre.
Al llegar a la choza del «Cabeza
X», se repitió la escena; pero el Ogro dijo a la niña:
Ogro X.- Hija mía, no oigo bien lo
que me dices, acércate un poco más.
Obedeció la niña y se acercó, no
sin cierto miedo, casi hasta tocar al Ogro.
Ogro X.- Te he dicho que no te oigo,
acércate más y ponte sobre mis labios, así oiré mejor lo que me dices.
Dócil y sencilla, como una paloma,
dio un salto al labio inferior del Ogro que, en un santiamén, la tragó
enterita, sin darle tiempo a explicación alguna.
La niña se encontró en el vientre
del Ogro con muchas personas que había engullido, durante varios años, y que
aún estaban vivas. Sin perder la serenidad ni el tiempo, la previsora niña sacó
las tijeras y comenzó a cortar los intestinos del Ogro, llegando, incluso,
hasta el hígado. Para acrecentar el dolor, echaba picante, a medida que le sajaba
las entrañas.
El «Cabeza X» no tardó en sentir
malestar general y, a los pocos instantes, tan agudos dolores que no podía
aguantar. Rompió en amargos lloros y con gritos que conmovían la selva exclamó:
-Ninguna de las personas, hasta
ahora tragadas, me ha causado tan terribles dolores; ni las más venenosas
serpientes han alterado mi digestión. Pero ¿qué tiene esta tierna niña que
acabo de engullir?
Mientras así gritaba el Ogro
furioso, la precabida niña seguía su operación salvadora. Las puntiagudas y
cortantes tijeras segaron la aorta del corazón del monstruo, que cayó redondo
con todo su peso de más de setecientos kilos.
La valiente niña se había salvado y
con ella los encerrados, hacía años, en el vientre del «Cabeza X».
-Salgamos -les dijo- de uno en uno,
sin mirar siquiera las danzas de los demás Ogros «Cabezas».
Así lo hicieron y, andando,
andando, tuvieron la suerte de encontrar de regreso a su casa a Visitación
Avoro. Celebraron el encuentro con un banquete de hongos...
La previsión y la valentía salvan,
frecuentemente, de graves peligros.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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