Cierto día el Sr. Tigre convocó a
todos los animales de los contor-nos para celebrar la defunción de una de sus
mujeres. La difunta esposa dejaba huérfana a una hermosa e inteligente
jovencita.
Su padre, el Sr. Tigre, no quiso
que la infortunada pasase hambre y decidió casarla, a pesar de sus pocos años.
La ocasión para buscarle esposo era que ni pintiparada: los más nobles y
famosos animales habían acudido a la ceremonia, y estaban prontos a secundar
las intenciones del Sr. Tigre: Lo difícil sería acertar en la elección.
Por eso al Sr. Tigre, aunque tiene
fama de tonto, se le ocurrió la siguiente idea. En el momento de mayor silencio
de la ceremonia, levantó la voz en estos términos:
-Deseo casar a mi hija Dolores, que
así se llamaba la niña; el que de vosotros pretenda ser su marido tendrá que
referir ante el público, reunido en esta casa de la palabra, una noticia o un
hecho «inaudito».
El primero en responder a la
propuesta fue el Sr. Elefante, que habló así:
-Hace dos años y medio, de un solo
trompazo derribé cinco árboles en el monte Alén. ¿Ha sido visto u oído jamás
hecho semejante?
Un murmullo general de
desaprobación se levantó del público para quien cualquier animal, bruto como el
elefante, podía hacer lo mismo.
-Habló luego el caballo y dijo que
él podía soportar el hambre y la sed durante cuatro días. El camello echó por
tierra la afirmación del caballo, asegurando que él pasaba seis y siete días
sin comer ni beber. Y el público aplaudió al camello.
Uno por uno fueron exponiendo todos
los animales allí presentes lo que ellos creían «inaudito»; pero a ninguno le
concedieron las palmas del triunfo; en este caso, la mano de Dolores.
Mientras todos los concurrentes
eran ojos y oídos para seguir el fallo del singular concurso, el Sr. Tortuga
desapareció, sin ser visto ni oído, y se fue a su poblado.
-Ya que nadie ha logrado contar
algo «inaudito» -vociferó molesto el tigre- mi hija Lola quedará por casar.
Todos los animales, a una,
empezaron a agitar las manos, golpearse la cabeza, y a maldecir su mala fortuna
de no haber conseguido como esposa a la bella niña del Sr. Tigre. Comenzaba ya
el decepcionante desfile, cuando el Sr. Tortuga con sus cinco esposas cruzaron
cachazuda y silenciosamente, llegando al otro extremo del poblado del Sr.
Tigre.
Todos admirados preguntaron, al
unísono, el porqué de la ausencia del Sr. Tortuga y adónde se encaminaba. La
respuesta del taimado animal fue tan astuta como pensada:
-Mi poblado -les dijo- padece una
desgracia enorme. Se me mueren los niños, se me mueren los animales; ya no me
quedan cabras ni gallinas; incluso se me han muerto los gatos que alejaban las
ratas; han aparecido las epidemias; los bosques se han secado y con ellos mis
fincas... ¿Quién de vosotros se atrevería a habitar en estas condiciones un
poblado, aunque fuese el de sus mayores? Creo que nadie. Así, he decidido
mudarme de sitio y buscar otro mejor. Por eso vamos los seis a sacar los hoyos
con los que cazaba muchos animales, para llevárnoslos al nuevo poblado.
Un tumulto de risas, burlas e
ironías se levantó del salón:
-¡Embustero!; ¡farsante!;
¡sinvergüenza!; ¡ignorante!...
El Sr. Tigre calmó al público,
presa de la risa y del sarcasmo, y preguntó al Sr. Tortuga:
-¿Desde cuándo y quién te ha enseñado
que los hoyos pueden cambiarse de lugar? ¿No ves como todos se ríen de ti y te
toman por embustero? El trabajo que pretendes realizar, Sr. Tortuga, no sólo
resulta inútil, sino que es imposible.
Rápido le cortó la palabra el Sr.
Tortuga: Amigo Tigre, tú mismo acabas de dictar la sentencia. Declaras que
resulta imposible mudar los hoyos de sitio; por tanto, mi pretensión es «inaudita»:
jamás se ha visto ni oído cosa parecida. Así, no tendrás más remedio que casar
a tu hija con quien siempre te ha vencido en inteligencia y astucia: Yo, D.
Tortuga. .
El Sr. Tigre, acorralado por las
miradas de los animales allí presentes dio la mano de su hija a su invencible
contrincante, D. Tortuga.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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