Vivía una vez un rey que
tenía un hijo, el cual era muy aficionado a la caza. Un buen día, el muchacho
montó en su caballo y se fue a cazar a un lugar donde había un bosque muy
espeso. Cazó y cazó y luego comenzó a cabalgar de regreso a casa, mas al poco
rato extravió el camino y no sabía hacia qué parte dirigirse. Cabalga que
cabalga, en cierto lugar muy lejano divisó una columna de humo y se dirigió
hacia allí. Cuando llegó a la casa de la que salía el humo, encontró en ella a
tres hombres que eran todos ladrones. Pasó la noche allí, aunque sin decirles
que era el hijo del rey, y por la mañana les pidió que le mostraran el camino
de vuelta.
-Muy bien -le dijeron los
ladrones, nosotros te mostraremos el camino, pero con la condición de que
hagas una cosa para nosotros.
Quisiera o no, el joven
se vio obligado a aceptar la condición:
-¿Qué es lo que tengo que
hacer? -les preguntó.
-Algo bien fácil -le
dijeron los ladrones.
-¿Ves aquella roca allá
en lo alto? Pues en esa peña, en la misma cima, hay montones de gemas. Allí te
vamos a subir. Te cogeremos y te meteremos dentro de una tripa. La tripa la
dejaremos al pie de la roca. Enseguida la verán las águilas, la cogerán y la
llevarán a la cima de la roca. Nosotros te daremos un revólver, un cuchillo y
una cuerda. Con el cuchillo romperás la tripa, con el revólver espantarás las
águilas y con la cuerda bajarás hasta aquí.
Entonces el hijo del rey,
al que llamaban Rashit, les respondió atemorizado:
-Está bien. Estoy
dispuesto.
Y así lo hicieron. Lo
metieron en la tripa y al día siguiente las águilas lo llevaron a lo alto de
la roca. Rajó la tripa Rashit con el cuchillo, disparó el revólver y se puso en
pie. No había quedado ninguna águila. Miró hacia abajo y las personas le
parecieron hormigas. Probó a bajar con la cuerda, pero resultaba imposible: era
demasiado corta. Como no sabía qué hacer, se echó a dormir. Tuvo un sueño en
el que aparecía que cerca de él, con sólo escarbar un poco, había una trampilla
de hierro cuya llave se encontraba justo al lado. Al despertarse, Rashit se
puso a escarbar alrededor del lugar en que había dormido. Tras mucho buscar
encontró la llave y dio también con la puerta. La abrió y vio entonces que
hacia abajo se tendían unas escaleras resplandecientes, tanto que cegaban los
ojos. Echó a andar por las escaleras, que parecían no tener fin, y mucho tiempo
después llegó a una galería repleta de gemas. Permaneció allí un buen rato,
tras el cual, por el fondo del corredor apareció un hombre con una gran barba
que le dijo a Rashit:
-¿Por qué has venido a
este mundo?
-Me han traído el camino
y el destino -le respondió Rashit.
-Bien, no te inquietes
por haber entrado aquí -le dijo el viejo; en este mundo vivirás como un rey.
Todo lo que se te antoje lo tendrás a tu disposición en pocos minutos. Cuando
desees alguna cosa, no tienes más que golpear dos o tres veces este muro y te
será servida al instante. Toma estas llaves ahora. Son cuarenta. Pero
escúchame bien, presta atención: no abras nunca la última puerta.
-De acuerdo -le respondió
Rashit.
Permaneció en aquel mismo
lugar un buen rato, luego golpeó el muro y le trajeron alimentos, con toda
clase de manjares. Continuó allí hasta que empezó a aburrirse, pidió una lahuta [1]
y se la llevaron inmediatamente. Al día siguiente, como no tenía nada que
hacer, comenzó a abrir las estancias. Abrió una, dos, tres y así
sucesivamente. Habitaciones hermosas como nunca había visto, adornadas con
espejos y objetos de oro. Las abrió todas hasta llegar a la número treinta y
nueve. Miró en busca de la llave cuarenta, pero no la tenía. Intentó abrir la
puerta sin ella, mas no lo consiguió. Desistió entonces y regresó a su habitación.
Golpeó dos o tres veces el muro y pidió una lima. Se la proporcionaron también.
Se dirigió a la puerta cuarenta, miró por el ojo de la cerradura y vio al otro
lado un pequeño lago muy hermoso. Eran las doce del mediodía. Cogió la lima y
le dio vueltas y más vueltas en la cerradura hasta dejar la puerta lista para
ser abierta. Se marchó entonces y regresó a las diez de la mañana del día
siguiente. Cuando miró por el orificio vio cómo en ese mismo momento llegaban
tres bellas de la tierra. Las dejó
entrar y desnudarse, después entró él también y se llevó las ropas de la más
pequeña, que ya había elegido mientras espiaba por el ojo de la cerradura. En
poder de las ropas, se fue al corredor y se puso a tocar la lahuta. Llegó la
hora de comer y las bellas de la tierra hubieron de marcharse, pero sólo la
mayor y la mediana, pues la pequeña permaneció allí. Buscaba sus ropas sin
encontrarlas. Salió al umbral de la puerta, vio a Rashit mientras tocaba la
lahuta y le dijo:
-Por favor, muchacho,
devuélveme mis ropas, pues mis hermanas ya se han ido y yo también debo hacerlo
ahora.
-Yo no he cogido nada- le
respondió Rashit.
Sin embargo, en ese
momento, por el fondo del corredor apareció el viejo barbudo. La bella de la tierra le dijo:
-Este joven me ha
arrebatado las ropas y se niega a dármelas. Dile tú que me las devuelva.
-Rashit -le dijo el
viejo, ¿por qué te has comportado de ese modo? Pero está bien, ya que lo has
hecho, ella será tu esposa de hoy en adelante. Pero escucha bien lo que voy a
decirte: deberás tener la precaución de no devolverle nunca las alas, porque si
las recupera te abandonará al instante. Y ahora, si es que lo deseas así, coge
a tu muchacha y regresa a tu reino. Si lo prefieres, quédate aquí.
-No -respondió Rashit,
prefiero irme a casa.
Entonces el viejo le
entregó dos buenos caballos y le acompañó al otro mundo. Luego de mucho
cabalgar, llegaron a la ciudad de Rashit.
El palacio del rey estaba
de luto, pues ya habían dado por muerto al muchacho. Rashit llegó de noche y
los encontró a todos durmiendo; fue directamente a ver a su madre, que había
envejecido mucho y cuando lo vio no pudo reconocerlo. Rashit le mostró también
a la bella de la tierra, su esposa.
Al día siguiente, el palacio entero se transformó con la buena nueva: todo eran
canciones y danzas. El rey organizó grandes esponsales, pues había regresado su
hijo con la bella de la tierra. Rashit le había entregado a su madre las alas
de su esposa y ella las había guardado bajo cuarenta candados. Entretanto ella,
la bella de la tierra, danzaba con tal perfección y gracia que todas le tenían
envidia.
-Es verdad -dijo, que
bailo muy bien, pero ya veis, mi suegra no quiere devolverme las alas.
Fueron todos a rogarle a
la anciana reina que se las diera, pero ella se negó a hacerlo: guardadas bajo
cuarenta llaves las tenía. Mas al fin lograron engañar a la vieja y le arrebataron
las llaves, sacaron las alas y se las entregaron a la bella de la tierra. Todo
esto sucedió sin que Rashit se hubiera enterado de lo que tramaban las
mujeres. La bella de la tierra, en cuanto hubo recuperado sus alas, echó a volar
y ya saliendo por la ventana les dijo:
-Decidle a Rashit que
venga a por mí, si es que se atreve el muy perro, pero no a traición como hizo
entonces.
Cuando se enteró Rashit
les preguntó:
-¿Dónde dijo que debía
buscarla?
-Dijo que fueras a los
caños de las gemas.
Montó a caballo Rashit y
partió en busca de los caños de las gemas. Después de un buen trecho se
encontró en el camino a tres hombres que peleaban entre ellos.
-¿Qué os sucede, por qué
disputáis? -les preguntó.
-Pues verás -le dijeron,
tenemos este fajín que, si te lo pones en la cintura, te permite volar. También
tenemos este fez que, si te lo pones en la cabeza, te vuelve invisible. Pero
resulta que somos tres y no podemos repartírnoslo. Hemos decidido pelearnos
hasta que uno de nosotros muera.
-¿Sabéis lo que podéis
hacer? -les dijo Rashit.
-Coged el fajín y el fez
y dejadlos aquí. Vosotros alejáos unos quinientos metros. Quien llegue el
primero, que se quede con el fajín, el que llegue el segundo que coja el fez,
y el tercero se quedará sin nada.
-Es una buena solución -aceptaron ellos.
Y obraron tal como les
había dicho Rashit: Dejaron sus cosas junto a él y se alejaron. Acto seguido
cogió Rashit el fez y el fajín y echó a volar tornándose invisible. Al llegar
los otros tres y no encontrar nada donde lo habían dejado, comenzaron
nuevamente a pelear entre ellos. Siguió su camino Rashit y llegó a una aldea
muy apartada. Allí encontró a una anciana de más de ochenta años y le dijo:
-Tal vez sepas tú dónde
están los caños de las gemas.
-No -le respondió ella,
yo no me acuerdo de nada, pero sigue caminando y pregúntale a mi hermana; ella
es mayor que yo y puede que lo sepa, pues es la reina de los animales.
Fue Rashit a verla y le
preguntó:
-¿No sabrás tú dónde
están los caños de las gemas?
-Yo no sé nada -le
respondió ella, pero espera que pregunte a mis animales.
Y en efecto les preguntó,
pero tampoco ellos sabían nada.
-Ve a ver a mi otra
hermana -le dijo la anciana, tiene doscientos años y es la reina de los peces.
También fue a verla, pero
tampoco ella sabía nada y le envió a ver a otra hermana suya, que era la reina
de los pájaros y era más vieja que ella, había cumplido ya los trescientos
años. Echó a andar Rashit y llegó al lugar donde vivía. Empezó ella a preguntar
una por una a todas las aves. Por fin apareció una cigüeña. La anciana le
preguntó:
-¿Sabes o no sabes dónde
están los caños de las gemas?
-¡Oh -respondió la
cigüeña, ese lugar se encuentra muy lejos! ¡Aunque viva tanto como he vivido
hasta ahora no me daría tiempo a llegar hasta allí! Además, debes saber que en
aquel lugar hay gente que vuela.
-No te preocupes por eso
-le dijo Rashit, ya sé yo la forma de ir, lo que quiero es que me muestres el
camino.
Cogió Rashit a la
cigüeña, se ciñó el fajín en torno a la cintura y partió.
Cuando la cigüeña
levantaba el pico hacia lo alto, él ascendía todavía más, cuando lo volvía a
la derecha también el giraba a la derecha. De este modo y sin dejar un momento
de volar, llegaron a los confines del reino de la bella de la tierra.
-A partir de aquí yo ya
no puedo continuar -le dijo la cigüeña, pues allí me comerían.
Prosiguió su camino
Rashit, ahora solo. Al llegar junto al caño encontró a un criado que estaba
llenando tres botellas de agua.
-Dame un poco de agua -le
pidió Rashit.
-No -le dijo el criado-
pues si bebes agua tu cara quedará grabada en la botella y me causarás
problemas con las bellas de la tierra. Cada una de ellas bebe el agua de su
propia botella.
Que si me das, que si no
te doy, Rashit acabó bebiendo a escondidas y su cara apareció grabada en la
botella. Se marchó el criado y fue entregando a sus dueñas cada una de las botellas
de agua. Cuando cogió la suya la menor, al instante se dio cuenta de que su
esposo había llegado. Su padre se irritaba muy a menudo con ella y no cesaba de
repetirle:
-¿Por qué abandonaste a
tu esposo? ¿Qué es lo que querías al venir aquí?
Fue ella y le dijo
entonces a su padre:
-Si viniera mi marido,
¿te lo comerías?
-No, no me lo comería,
pero él nunca vendrá aquí, no se atreverá.
-Pues bien -le dijo su
hija, ya ha llegado.
Y acto seguido fue en
busca de Rashit y lo condujo dentro. Perma-necieron juntos cuanto quisieron y
después Rashit se dispuso a partir. El padre de la bella de la tierra le dijo:
-Antes de irte, ¿qué es
lo que quieres de mí?
-No quiero nada -le
respondió Rashit.
-Está bien -intervino la
joven, nos llevaremos tan sólo esta botella, no queremos nada más.
Cogieron la botella y
marcharon rumbo a los dominios de Rashit. Ahora bien, el reino del que Rashit
procedía había entrado en guerra con otro vecino. Todo el territorio había
sido ocupado, excepto la capital que aún continuaba resistiendo. En aquel
preciso momento, ya todos estaban pensando en rendirse. Al llegar Rashit a la
ciudad se dirigió directamente a palacio. Todos dormían. Fue a la cámara de su
padre y también allí encontró que todos se habían quedado dormidos mientras
hacían toda suerte de planes que pudieran proporcionales la victoria.
-No tengas cuidado -le
dijo la bella de la tierra, mañana yo lo arreglaré todo.
Al día siguiente, la
bella de la tierra movió un pequeño resorte en la botella y en seguida apareció
un gran ejército, que empujó a todas las tropas enemigas hasta la frontera.
Otro pequeño movimiento del resorte y el ejército volvió a introducirse en la
botella. El rey organizó después una gran fiesta en honor de la victoria.
Y Rashit y la bella de la
tierra tuvieron descendencia y envejecieron juntos.
110. anonimo (albania)
[1] Lahuta, especie de laúd de una sola cuerda con que se acompañan en Albania
los juglares y rapsodas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario