Hace mucho tiempo, un tigre y un
cordero vivían juntos y eran muy excelentes amigos. Ambos tenían una mujer
hacendosa, y cinco hijos, de edades parecidas.
En cierta ocasión, la persistente
sequía originó una carencia casi absoluta de alimentos. Los dos amigos
acordaron ir al bosque a poner trampas (olam),
con el fin de quitar el hambre a sus respectivas familias. Uno y otro tramparon
lo mejor que supieron y regresaron esperanzados a sus hogares.
A los dos días el tigre invitó a su
amigo a visitar las trampas por si había caído alguna presa. El cordero tuvo la
suerte de atrapar una magnífica rata (kuiñ); el tigre, en cambio, regresó con
las manos en los bolsillos.
Por la tarde, la mujer del cordero
preparó un sabroso guiso de rata y cacahuete. Uno de los corderitos cogió un
cacho y, al estilo de los pequeños, se lo iba comiendo por la calle. Al verlo
el hijo del tigre le arrebató la carne de un zarpazo y se la comió. El
corderito, llorando, fue a contar a su padre lo acaecido. Este, dolorido por el
llanto de su hijo, acudió a casa de su amigo y dijo que la próxima vez que
ocurriese algo semejante se enfadaría y sabría vengarlo.
Al cabo de tres días, ya
reconciliados, volvieron los amigos a trampar en el bosque. Cuando fueron a
reconocer las trampas, la del cordero había apresado un corpulento jabalí;
(Ngüiñ afan), mientras que el tigre no atrapó ni siquiera un ratoncito.
Como de costumbre, la hembra del
cordero preparó sabrosos y variados guisos con el apetitoso jabalí. Otra vez el
corderito, despreocupado y alegre, salió por la calle comiendo un trozo de la
carne guisada por su madre. El tigrito echó a correr detrás de él, y no se
contentó con quitarle y comerle el bocado que llevaba, sino que con sus
afiladas garras le oprimió el cuello y lo estranguló. Cargó el tigrito con su
víctima y la llevó a sus padres quienes asaron al pobre corderito y se lo
comieron en familia.
Indignado el cordero fue de nuevo a
casa del tigre y le dijo:
-Amigo, a pesar de que tenga mucha
paciencia, también sé enfadarme y tomar el desquite por mi cuenta.
Las amenazas del cordero no
impidieron que los otros cuatro hijos corriesen idéntica suerte a la del
benjamín de la casa. Pero la alevosía del tigre culminó el día que su señora
invitó a la mujer del cordero para que le ayudase a sacar cacahuete en la
finca. Esta última llevó de comida una pata cocida de jabalí; la tigresa, en
cambio, no llevó nada. Llegada la hora de comer, la tigresa, a imitación de sus
hijos, arrebató la comida a la cordera y la estranguló después, con sus crueles
zarpas. Como sus hijos, acabó la madre en la mesa de la familia del tigre.
El cordero, al notar la prolongada
ausencia de su esposa, y sospechoso de lo ocurrido, fue a casa del tigre, para
recordarle lo terrible de sus enfados y amenazas. Seguidamente, se fue al
camino que unía las viviendas con el río. En él practicó un hoyo transversal y
profundo que disimuló hábilmente con hojas.
El tigre y los suyos comieron la
carne de la cordera acompañada de plátano machacado. El tigre engulló con tanta
avidez que el bolo alimenticio le oprimía las fauces y sintió necesidad de
beber mucha agua. Envió al menor de sus hijos a buscarla al río; pero, al
llegar al hoyo, se hundió y quedó atrapado. Salió el cordero de su escondrijo y
con un palo lo mató, mientras decía:
-Ya había dicho a tu padre
repetidas veces que mis enfados son terribles.
Uno tras otro, los hijos del tigre
recorrieron el mismo camino y tuvieron fin parecido. Viendo que no volvían, la
propia tigresa tomó un cubo para traer agua a su marido, que se asfixiaba por
el plátano atragantado. Cayó en el hoyo como sus hijos y como ellos escuchó del
cordero las mismas palabras.
Desesperado, el tigre se encaminó a
beber al río. Como más desconfiado y fuerte, saltó el hoyo y persiguió al
cordero que a duras penas pudo llegar al abaá del poblado cercano, en demanda
de socorro. Los que estaban en el abaá les preguntaron qué litigios tenían
entre ellos. Cada cual expuso sus quejas, y echaron la culpa al tigre.
Desde aquel día, el cordero
abandonó su residencia en el bosque por temor del tigre, y se vino a vivir con
los habitantes del poblado: así, de animal salvaje se convirtió en doméstico y
familiar del hombre. Los del poblado se dijeron:
-¿Qué nombre pondremos a este
animal que ha abandonado el bosque para vivir con nosotros?
Todos a una, respondieron:
-Le llamaremos EKELÁ; estará con
nosotros, lo cuidaremos; y, a cambio, nos proporcionará su riquísima carne.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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