Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

El tigre y el cordero (nzée ya ekelá)


Hace mucho tiempo, un tigre y un cordero vivían juntos y eran muy excelentes amigos. Ambos tenían una mujer hacendosa, y cinco hijos, de edades parecidas.
En cierta ocasión, la persistente sequía originó una carencia casi absoluta de alimentos. Los dos amigos acordaron ir al bosque a poner trampas (olam), con el fin de quitar el hambre a sus respectivas familias. Uno y otro tramparon lo mejor que supieron y regresaron esperanzados a sus hogares.
A los dos días el tigre invitó a su amigo a visitar las trampas por si había caído alguna presa. El cordero tuvo la suerte de atrapar una magnífica rata (kuiñ); el tigre, en cambio, regresó con las manos en los bolsillos.
Por la tarde, la mujer del cordero preparó un sabroso guiso de rata y cacahuete. Uno de los corderitos cogió un cacho y, al estilo de los pequeños, se lo iba comiendo por la calle. Al verlo el hijo del tigre le arrebató la carne de un zarpazo y se la comió. El corderito, llorando, fue a contar a su padre lo acaecido. Este, dolorido por el llanto de su hijo, acudió a casa de su amigo y dijo que la próxima vez que ocurriese algo semejante se enfadaría y sabría vengarlo.
Al cabo de tres días, ya reconciliados, volvieron los amigos a trampar en el bosque. Cuando fueron a reconocer las trampas, la del cordero había apresado un corpulento jabalí; (Ngüiñ afan), mientras que el tigre no atrapó ni siquiera un ratoncito.
Como de costumbre, la hembra del cordero preparó sabrosos y variados guisos con el apetitoso jabalí. Otra vez el corderito, despreocupado y alegre, salió por la calle comiendo un trozo de la carne guisada por su madre. El tigrito echó a correr detrás de él, y no se contentó con quitarle y comerle el bocado que llevaba, sino que con sus afiladas garras le oprimió el cuello y lo estranguló. Cargó el tigrito con su víctima y la llevó a sus padres quienes asaron al pobre corderito y se lo comieron en familia.
Indignado el cordero fue de nuevo a casa del tigre y le dijo:
-Amigo, a pesar de que tenga mucha paciencia, también sé enfadarme y tomar el desquite por mi cuenta.
Las amenazas del cordero no impidieron que los otros cuatro hijos corriesen idéntica suerte a la del benjamín de la casa. Pero la alevosía del tigre culminó el día que su señora invitó a la mujer del cordero para que le ayudase a sacar cacahuete en la finca. Esta última llevó de comida una pata cocida de jabalí; la tigresa, en cambio, no llevó nada. Llegada la hora de comer, la tigresa, a imitación de sus hijos, arrebató la comida a la cordera y la estranguló después, con sus crueles zarpas. Como sus hijos, acabó la madre en la mesa de la familia del tigre.
El cordero, al notar la prolongada ausencia de su esposa, y sospechoso de lo ocurrido, fue a casa del tigre, para recordarle lo terrible de sus enfados y amenazas. Seguidamente, se fue al camino que unía las viviendas con el río. En él practicó un hoyo transversal y profundo que disimuló hábilmente con hojas.
El tigre y los suyos comieron la carne de la cordera acompañada de plátano machacado. El tigre engulló con tanta avidez que el bolo alimenticio le oprimía las fauces y sintió necesidad de beber mucha agua. Envió al menor de sus hijos a buscarla al río; pero, al llegar al hoyo, se hundió y quedó atrapado. Salió el cordero de su escondrijo y con un palo lo mató, mientras decía:
-Ya había dicho a tu padre repetidas veces que mis enfados son terribles.
Uno tras otro, los hijos del tigre recorrieron el mismo camino y tuvieron fin parecido. Viendo que no volvían, la propia tigresa tomó un cubo para traer agua a su marido, que se asfixiaba por el plátano atragantado. Cayó en el hoyo como sus hijos y como ellos escuchó del cordero las mismas palabras.
Desesperado, el tigre se encaminó a beber al río. Como más desconfiado y fuerte, saltó el hoyo y persiguió al cordero que a duras penas pudo llegar al abaá del poblado cercano, en demanda de socorro. Los que estaban en el abaá les preguntaron qué litigios tenían entre ellos. Cada cual expuso sus quejas, y echaron la culpa al tigre.
Desde aquel día, el cordero abandonó su residencia en el bosque por temor del tigre, y se vino a vivir con los habitantes del poblado: así, de animal salvaje se convirtió en doméstico y familiar del hombre. Los del poblado se dijeron:
-¿Qué nombre pondremos a este animal que ha abandonado el bosque para vivir con nosotros?
Todos a una, respondieron:
-Le llamaremos EKELÁ; estará con nosotros, lo cuidaremos; y, a cambio, nos proporcionará su riquísima carne.

111. anonimo (guinea ecuatorial)

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