Un día que el Príncipe de la Luna y la Princesa del Sol fueron a
visitar a la Estrella
de la Vida , la Dama Blanca , guardiana
de las almas de los nenes no nacidos aún, les dió un ramo de flores de la Estrella. Eran
preciosas flores de color plateado, con forma de estrella. Cuando los niños
regresaron a sus palacios, no advirtieron que tres flores se habían desprendido
del ramo, perdiéndose en el espacio.
Las tres bellas flores cayeron en la Tierra y echaron raíces.
Sólo abrían sus pétalos en noches de luna, y entonces, ¡oh maravilla!,
brillaban como si fueran rayos de plata. Las demás flores, que las tenían por
orgullosas, les decían continuamente:
-Orgullosas princesas de plata, ¿acaso
teméis que los rayos del Sol marchiten vuestros delicados pétalos, o es que
vuestros ojos solamente miran a las estrellas?
Y ellas respondían:
-No somos orgullosas; si nos escondemos
durante el día es porque el Sol cegaría nuestros ojos y no podríamos ver a
nuestras hermanas, que habitan en las estrellas.
Las flores, al oír esta respuesta, se reían
burlonamente de las presumidas, que creían tener hermanas en las estrellas.
En el mismo bosque había una casita habitada
por una viuda y su hijita. La niña estaba gravemente enferma; cada día estaba
más pálida y su fin parecía próximo. La pobre madre hacía cuanto podía para que
su hijita no se diera cuenta de que la terrible enfermedad se estaba apoderando
de ella.
Una noche que fué al pueblo en busca de una
medicina, vió las tres flores de la
Estrella de la
Vida , que brillaban en la oscuridad, y pensando en la alegría
que daría a su hijita, las cogió y se las llevó a su casa.
-¡Mira, hija mía, qué flores más bellas he
encontrado en el bosque! Cualquiera diría que son rayos de Luna.
La pequeña abrió los ojos y miró las flores.
-¡Oh madre, qué hermosas son para la corona
de un Hada! -dijo con una débil vocecilla.
-Tómalas, hija; para ti las he cogido.
La niña cogió con sus manos febriles las
hermosas flores y volvió a cerrar los ojos.
A medianoche, la niña se despertó de repente
y se encontró como nunca había estado; la fiebre había desaparecido por
completo y sus ojos y oídos percibían el menor movimiento y ruido. Un rayo de
luna se filtró por la ventana y fué a posarse sobre las bellas flores que tenía
en su lecho. Las flores, que parecían marchitas por el calor del cuerpo de la
niña, se revivificaron inmediatamente y sus pétalos lanzaron un brillo
singular. Un murmullo, débil primero, y luego más fuerte, hasta convertirse en palabras
bien claras, salía de las flores.
Y la niñita, entusiasmada de cuanto veía y
oía, escuchó sin respirar apenas.
Las flores contaron cosas maravillosas del
País de los Cuentos. "Allí no existe la enfermedad -decían-. Allí todos
son eternamente jóvenes y felices. ¡Qué maravilloso es el País de los Cuentos,
rodeado de una alta muralla de cristal transparente! Los niños, cuando llega su
alma allí, cambian su trajecito por uno ricamente bordado en oro y piedras
preciosas, y sus cabecitas lucen lindas coronas de oro. En el País de los
Cuentos no hay ricos ni pobres; todos son Príncipes y Princesas. Todo lo que se
puede desear se encuentra allí. Los juguetes tienen vida. Hay caballos de
cartón que saltan y corren; muñecas que hablan, andan y se peinan; trenes que
pitan aguda-mente y echan humo por su pequeña chimenea. Los árboles, las flores
y hasta las piedras saben contar cuentos y leyendas como jamás se han contado
en la Tierra. Hadas
y Sílfides juegan con los niños y les dejan subir en sus carros dorados,
tirados por pájaros y mariposas, y los llevan a visitar las otras
estrellas."
La niña, al oír aquella conversación, sintió
unas ganas terribles de ir a visitar el maravilloso País de los Cuentos.
-¡Oh, hermosas flores plateadas! Si es
verdad todo eso, decidme, por lo que más queráis, cómo se puede ir a ese
maravilloso país.
Las flores se miraron, cambiaron entre sí
una sonrisa y dijeron:
-Tu deseo se cumplirá. El Ángel guardián de la Estrella de los Cuentos
vendrá a buscarte; ten paciencia, que al salir el Sol te hallarás en tan
deseado país.
La niña, satisfecha, besó las tres flores y
sintió que un sueño profundo la invadía.
-¡No nos sueltes! -gritaron las flores.
¡Queremos ir contigo a la estrella maravillosa!
Y la niña, inconscientemente, apretó con fuerza
los tallos de las flores de plata.
A la mañana siguiente, cuando la viuda
despertó y fué a ver a su hijita, encontró a ésta durmiendo dulcemente, con una
suave sonrisa en los labios. Las flores que tenía sujetas entre sus manitas
lanzaban un resplandor extraordinario. Se acercó a la camita, besó las mejillas
de la niña y, horrorizada, vió que estaba muerta.
Pero si la buena madre hubiese mirado al
firmamento, habría visto un hermoso ángel que llevaba en brazos el alma de una
niña hacia el maravilloso País de los Cuentos, y se hubiera sentido feliz.
132. Anonimo (suecia)
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