Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

El astuto negué esaboy


Negué Esaboy era un criado joven, inteligente y astuto. Un día, propuso a su amo:
-Señor, si Vd., quiere, puedo procurarle una esposa hermosa y joven, sólo por un epkwele.
-No es posible que lo consigas, le respondió Nsué, que era el nombre de su amo.
Pasaron los días. La promesa de Negué Esaboy fue trabajando en la mente de Nsue. ¿Y si podía lograr una esposa por sólo un epkwele? ¿Por qué no intentarlo?
El sol caía vertical sobre el poblado. Era el momento de la siesta. Nsue llamó a Negue y le dijo:
-Si consigues casarme con una mujer joven y hermosa por sólo un epkwele, pasarás tú a ser señor y yo seré tu criado.
Negué pasó una semana rumiando cómo podría cumplir la promesa que había hecho a su amo. Mientras cultivaba las calabazas, los cacahuetes y las yucas de su amo, daba vueltas en su cabeza a planes y más planes. Un día se dijo: Ya lo tengo. Fue ante Nsue, a quien habló así:
-Ha llegado el momento de que vaya a buscarte una mujer joven y hermosa. Dame, pues, el epkwele prometido.
Recibida la moneda, prometió regresar antes de una semana... y emprendió la incierta y temeraria aventura; pero tenía que ser fiel a su promesa.
La senda semejaba una parda boa, serpenteante por la selva. Verdes cañaverales de bambúes ocultaban aquí y acullá los ardorosos rayos del sol.
En un claro, que había sido finca de comida, encontró un grácil papayo con sabrosas papayas a punto. Le quitó una y siguió el sendero. Declinaba el sol, cuando llegó a un transparente y lento río en cuyas aguas lavó sus pies y refrescó su seca garganta. Por lo que pudiera ocurrir en la oscura noche que avanzaba desde los altos montes, se llenó los bolsillos con guijarros de la ribera.
Aguas abajo, llegó al lugar donde una balsa trasbordaba a los pasajeros a la otra orilla. Apenas vieron los chiquillos a Negué, comenzaron a gritar:
-Mira, Negué Esaboy; Negué Esaboy... lo pasaremos del otro lado. Y así lo hicieron.
En mitad del río, los chiquillos, de natural traviesos, comenzaron a remover el cayuco para infundir temor en el pecho de Negué, poco acostumbrado a estos lances y, por de pronto, incapaz de salvarse a nado.
A pesar de todo, Negué conservó la calma. Sacó los guijarros de los bolsillos y los arrojó con violencia al fondo del río. Inmediata-mente, empezó a gritar con voz lastimera y lágrimas en los ojos:
-Por la agitación del cayuco todo el dinero que llevaba de mi amo se me ha caído en el fondo del río. Vosotros sois los culpables. ¿Qué será de mí ahora? Y seguía llorando amargamente.
Llegado al poblado de los cinco muchachos del cayuco, convocó a sus padres; les explicó lo ocurrido y les pidió que fuesen a rescatar de las aguas el dinero perdido; o bien, que cada familia le abonase cinco mil bipkwele, cantidad que habían engullido las aguas por culpa de sus atolondrados hijos. Los padres optaron por la segunda solución. Ya tenemos al astuto Negué con veinticinco mil bipkwele en el bolsillo.
Al siguiente día, Negué, rendido por la larga caminata, entró, según la costumbre guineana, a descansar en el abaá; a su lado dejó la madura papaya, cogida el día anterior. Un vigoroso gallo que vio la papaya a mano comenzó a picotearla y la dejó inservible.
Cuando despertó Negué y se percató de los estropicios del gallo, comenzó a preguntar a grandes voces por el dueño del cantor de la mañana. Como es habitual en los poblados pequeños, no tardó en presentarse el dueño, al que Negué dijo:
-Mi amo, señor de estos lugares, me envía para que le compre papayas, que le gustan mucho, y mire su gallo lo que ha hecho. ¿Qué haré ahora?
Temeroso el buen campesino, le entregó el gallo, pues no tenía otra cosa que ofrecerle.
Serían las tres de la tarde cuando Negué llegó a las cercanías del tercer poblado de sus andanzas. Un grupo de personas, silenciosas y tristes semejaban estatuas de sal. ¿De qué se trataba? Estaban apunto de enterrar a una jovencita y hermosa mujer. Nadie, por miedo y respeto, se atrevía a tocar el cadáver. Negué Esaboy se les ofreció para dirigir el entierro; pero tiene que ser, les dijo, durante la noche; no a la luz del día. Los afligidos parientes y amigos de la hermosa jovencita convinieron en ello.
En una noche sin luna con las altas estrellas por testigos, sólo el sepulturero y Negué acompañaron a la hermosa jovencita hasta la fosa. Allí la depositó el sepulturero, y, a los pocos instantes, Negué cargó con el ataúd y, al rayar el alba del día siguiente, llegó al cuarto poblado.
La verde cortina de unos bambúes dio cobijo y sombra al cadáver de la hermosa joven mientras Negué maquinaba el remate de su aventura. Este poblado estaba bajo los dominios de otro señor, amigo del amo de Negué. Este le pidió hospedaje para él y para una de las mujeres de su dueño a la que acompañaba. Gustoso dio orden el señor de que hospedasen como reclamaba su amistad a los ilustres viajeros.
Negué advirtió a la gente curiosa del poblado que su señora no quería dejarse ver, hasta que al día siguiente estuviese ataviada como correspondía a su dignidad. Respetuosos a este deseo, cada cual se retiró a su casa, esperando la salida del sol, para conocer y agasajar a sus huéspedes.
Inmediatamente,. Negué, con la prontitud y astucia que le caracterizaban, corrió en busca del cádaver de la hermosa joven. Sin ser visto, lo introdujo en la casa que les dieron para pernoctar. De una de las paredes pendía un agudo y cortante sable. Negué lo descolgó y con la rapidez del fulgurante rayo lo envainó en el delicado pecho de la hermosa joven.
Con simulado horror, saltó a la calle y al primer hombre que vio pasar lo agarró fuertemente y comenzó a gritarle:
-¡Asesino, asesino, no te escaparás asesino!
El inocente lugareño se vio al instante rodeado de ojos inquisi-dores en la oscuridad. Antes de que el inculpado pudiese defenderse, ya Negué había dicho a los concurrentes:
-Este caballero quiso solicitar a la señora que acompaño y ante la negativa de ella, le clavó un penetrante sable en el pecho. Ahí dentro está, si queréis cercioraros de la verdad.
Todo el poblado se alborotó y apoyó la petición de Negué que consistía en que el presunto asesino le diese otra mujer joven y al menos tan hermosa como la asesinada.
La exigencia parecía justa y, así, el inocente tuvo que entregarle a una de sus sobrinas, joven, doncella y hermosa.
Ya Negué había logrado sus objetivos. Regresó a donde su amo con una joven y hermosa doncella; con un gallo y con veinticinco mil y un epkwele de sobra.
El señor su amo, que fue fiel a su palabra, se convirtió en su servidor y Negué sigue mandando aquella región, hasta la fecha.

111. anonimo (guinea ecuatorial)

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