Negué Esaboy era un criado joven,
inteligente y astuto. Un día, propuso a su amo:
-Señor, si Vd., quiere, puedo
procurarle una esposa hermosa y joven, sólo por un epkwele.
-No es posible que lo consigas, le
respondió Nsué, que era el nombre de su amo.
Pasaron los días. La promesa de
Negué Esaboy fue trabajando en la mente de Nsue. ¿Y si podía lograr una esposa
por sólo un epkwele? ¿Por qué no intentarlo?
El sol caía vertical sobre el
poblado. Era el momento de la siesta. Nsue llamó a Negue y le dijo:
-Si consigues casarme con una mujer
joven y hermosa por sólo un epkwele, pasarás tú a ser señor y yo seré tu
criado.
Negué pasó una semana rumiando cómo
podría cumplir la promesa que había hecho a su amo. Mientras cultivaba las
calabazas, los cacahuetes y las yucas de su amo, daba vueltas en su cabeza a
planes y más planes. Un día se dijo: Ya lo tengo. Fue ante Nsue, a quien habló
así:
-Ha llegado el momento de que vaya
a buscarte una mujer joven y hermosa. Dame, pues, el epkwele prometido.
Recibida la moneda, prometió
regresar antes de una semana... y emprendió la incierta y temeraria aventura;
pero tenía que ser fiel a su promesa.
La senda semejaba una parda boa,
serpenteante por la selva. Verdes cañaverales de bambúes ocultaban aquí y
acullá los ardorosos rayos del sol.
En un claro, que había sido finca
de comida, encontró un grácil papayo con sabrosas papayas a punto. Le quitó una
y siguió el sendero. Declinaba el sol, cuando llegó a un transparente y lento
río en cuyas aguas lavó sus pies y refrescó su seca garganta. Por lo que
pudiera ocurrir en la oscura noche que avanzaba desde los altos montes, se
llenó los bolsillos con guijarros de la ribera.
Aguas abajo, llegó al lugar donde
una balsa trasbordaba a los pasajeros a la otra orilla. Apenas vieron los
chiquillos a Negué, comenzaron a gritar:
-Mira, Negué Esaboy; Negué
Esaboy... lo pasaremos del otro lado. Y así lo hicieron.
En mitad del río, los chiquillos,
de natural traviesos, comenzaron a remover el cayuco para infundir temor en el
pecho de Negué, poco acostumbrado a estos lances y, por de pronto, incapaz de
salvarse a nado.
A pesar de todo, Negué conservó la
calma. Sacó los guijarros de los bolsillos y los arrojó con violencia al fondo
del río. Inmediata-mente, empezó a gritar con voz lastimera y lágrimas en los
ojos:
-Por la agitación del cayuco todo
el dinero que llevaba de mi amo se me ha caído en el fondo del río. Vosotros
sois los culpables. ¿Qué será de mí ahora? Y seguía llorando amargamente.
Llegado al poblado de los cinco
muchachos del cayuco, convocó a sus padres; les explicó lo ocurrido y les pidió
que fuesen a rescatar de las aguas el dinero perdido; o bien, que cada familia
le abonase cinco mil bipkwele, cantidad que habían engullido las aguas por
culpa de sus atolondrados hijos. Los padres optaron por la segunda solución. Ya
tenemos al astuto Negué con veinticinco mil bipkwele en el bolsillo.
Al siguiente día, Negué, rendido
por la larga caminata, entró, según la costumbre guineana, a descansar en el
abaá; a su lado dejó la madura papaya, cogida el día anterior. Un vigoroso
gallo que vio la papaya a mano comenzó a picotearla y la dejó inservible.
Cuando despertó Negué y se percató
de los estropicios del gallo, comenzó a preguntar a grandes voces por el dueño
del cantor de la mañana. Como es habitual en los poblados pequeños, no tardó en
presentarse el dueño, al que Negué dijo:
-Mi amo, señor de estos lugares, me
envía para que le compre papayas, que le gustan mucho, y mire su gallo lo que
ha hecho. ¿Qué haré ahora?
Temeroso el buen campesino, le
entregó el gallo, pues no tenía otra cosa que ofrecerle.
Serían las tres de la tarde cuando
Negué llegó a las cercanías del tercer poblado de sus andanzas. Un grupo de
personas, silenciosas y tristes semejaban estatuas de sal. ¿De qué se trataba?
Estaban apunto de enterrar a una jovencita y hermosa mujer. Nadie, por miedo y
respeto, se atrevía a tocar el cadáver. Negué Esaboy se les ofreció para
dirigir el entierro; pero tiene que ser, les dijo, durante la noche; no a la
luz del día. Los afligidos parientes y amigos de la hermosa jovencita
convinieron en ello.
En una noche sin luna con las altas
estrellas por testigos, sólo el sepulturero y Negué acompañaron a la hermosa
jovencita hasta la fosa. Allí la depositó el sepulturero, y, a los pocos
instantes, Negué cargó con el ataúd y, al rayar el alba del día siguiente,
llegó al cuarto poblado.
La verde cortina de unos bambúes
dio cobijo y sombra al cadáver de la hermosa joven mientras Negué maquinaba el
remate de su aventura. Este poblado estaba bajo los dominios de otro señor,
amigo del amo de Negué. Este le pidió hospedaje para él y para una de las
mujeres de su dueño a la que acompañaba. Gustoso dio orden el señor de que
hospedasen como reclamaba su amistad a los ilustres viajeros.
Negué advirtió a la gente curiosa
del poblado que su señora no quería dejarse ver, hasta que al día siguiente
estuviese ataviada como correspondía a su dignidad. Respetuosos a este deseo,
cada cual se retiró a su casa, esperando la salida del sol, para conocer y
agasajar a sus huéspedes.
Inmediatamente,. Negué, con la
prontitud y astucia que le caracterizaban, corrió en busca del cádaver de la
hermosa joven. Sin ser visto, lo introdujo en la casa que les dieron para
pernoctar. De una de las paredes pendía un agudo y cortante sable. Negué lo
descolgó y con la rapidez del fulgurante rayo lo envainó en el delicado pecho
de la hermosa joven.
Con simulado horror, saltó a la
calle y al primer hombre que vio pasar lo agarró fuertemente y comenzó a
gritarle:
-¡Asesino, asesino, no te escaparás
asesino!
El inocente lugareño se vio al
instante rodeado de ojos inquisi-dores en la oscuridad. Antes de que el
inculpado pudiese defenderse, ya Negué había dicho a los concurrentes:
-Este caballero quiso solicitar a
la señora que acompaño y ante la negativa de ella, le clavó un penetrante sable
en el pecho. Ahí dentro está, si queréis cercioraros de la verdad.
Todo el poblado se alborotó y apoyó
la petición de Negué que consistía en que el presunto asesino le diese otra
mujer joven y al menos tan hermosa como la asesinada.
La exigencia parecía justa y, así,
el inocente tuvo que entregarle a una de sus sobrinas, joven, doncella y
hermosa.
Ya Negué había logrado sus
objetivos. Regresó a donde su amo con una joven y hermosa doncella; con un
gallo y con veinticinco mil y un epkwele de sobra.
El señor su amo, que fue fiel a su
palabra, se convirtió en su servidor y Negué sigue mandando aquella región,
hasta la fecha.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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