Hace muchos, muchos años, un tigre,
un perro y una oveja trabaron estrecha amistad: comían juntos, conversaban
entre sí y salían a dar frecuentes paseos por el bosque; la falta de preocupación
les causaba hastío y ya no tenían tema de conversación.
Cierto día, el tigre propuso ir de
pesca, no sólo para buscar comidas, sino también para matar el aburrimiento.
Aceptaron los compañeros y con todos los utensilios de pesca al hombro se
encaminaron al cercano río.
Antes de comenzar el duro trabajo
de la pesca, al estilo del país, el rudo tigre dijo a los pacíficos camaradas:
Que matemos o no algún pez, yo tengo que comer.
El perro, temeroso de lo que podría
ocurrir, pensó para su capote: ¡pobre del que no tenga buenos pies para escapar
del bárbaro tigre: morirá en sus garras!
La oveja, que, aunque pacífica, no
es nada tonta, también pensó para sí: «el que no sea astuto morirá víctima de
la fuerza bruta».
Prepararon las consabidas presas
que hacen las mujeres guineanas, cuando pescan en el río; empezaron a achicar
el agua con los típicos platos de pesca; pero como el río era caudaloso no
resistían las presas la presión del agua y nuestros pescadores hubieron de
desistir en su intento pescantil: el fracaso fue total.
Entonces, el tigre quiso cumplir el
deseo manifestado, al llegar al río: que con peces o sin ellos, él tenía qué
comer. El perro y la oveja, que adivinaron sus intenciones, echaron a correr y
detrás de ellos el tigre feroz, que designó al perro como la primera víctima,
creyendo que a la lenta oveja la tenía segura.
A punto estuvo el tigre de dar
alcance al perro, que sacaba fuerzas de flaqueza, ante los amenazadores dientes
del felino. Ya casi alcanzaba la zarpa del tigre la cola de su víctima, cuando
al doblar el recodo de la senda toparon con el abaá de un poblado, donde los
vecinos charlaban animada-mente.
Perro y tigre quedaron clavados
ante la inesperada visión de los hombres a quienes el perro explicó jadeante el
motivo de su apremiante huida.
Bastaron pocas palabras para que
los lugareños descubriesen la inocencia y la culpabilidad de uno y otro.
Reprocharon al tigre su crueldad y le obligaron airados, a regresar a la selva.
El perro, en cambio, agradecido, pidió permiso a sus salvadores para quedarse
en el poblado. A partir de entonces, los perros son los amigos fieles del
hombre al que acompañan y defienden contra sus enemigos.
Entre tanto, la precavida oveja no
echó en olvido la amenaza del tigre y se dijo: «después de devorar al perro,
vendrá por mí; tengo que emplear una estratagema para engañar al bruto tigre».
Aún no había concluído esta
reflexión, cuando oyó a lo lejos el chasquear del ramaje y de las hojas secas
agitadas por la veloz carrera del tigre. La oveja, sin pensarlo dos veces, dio con
la cabeza un terrible golpe contra un árbol, contiguo al río. Inmediatamente se
lanzó al agua fangosa de la ribera, en la que se hundió completamente; sólo
asomaba los ojos, que con el golpe, adquirieron el tamaño de dos cocos
medianos.
Al llegar el tigre enfurecido,
preguntó a los grandes ojos:
-Grandes Ojos, ¿no habréis visto
por aquí una oveja?
-No, le respondieron los grandes
ojos.
Partió el tigre en busca de la
desaparecida oveja. Recorrió, horas y horas, la selva en todas las direcciones:
todo en vano.
Volvió a pasar por donde la oveja
estaba escondida, y nuevamente, preguntó:
-Por favor, Ojos grandes, o grandes
Ojos, ¿no habéis visto pasar por aquí una oveja?
Entonces, Ojos grandes, contestó
enfadado:
-Si me vuelves a preguntar esto
otra vez, tomaré venganza; ¿acaso tengo por misión vigilar una oveja?
Temeroso el tigre, pues no había
conocido el misterio de Ojos grandes, triste y cabizbajo, regresó a su casa,
sin peces, sin perro y sin oveja.
Trascurrido largo rato, segura la
oveja de que el tigre no volvería a pasar por allí, salió de la zambullidura.
Cautelosa, no volvió a donde residía con el perro y el tigre. Se fue al pueblo
de los hombres, a quienes suplicó que la dejasen vivir con ellos y que, a
cambio, les daría su carne sabrosa. Así lo hicieron, y, desde entonces, la
oveja vive pacificamente en los poblados.
Una vez más, la fuerza irreflexiva
del tigre fue burlada por la sagacidad de sus compañeros.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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