Había una vez un rey que quería
saber si existía la suerte y pidió a un oficial suyo, que creía en ella, que se
lo demostrase. Este accedió y propuso al rey un plan que mostraría que la
suerte existe.
Aquella misma noche, colgó el
oficial del techo de una de las habitaciones de palacio un saco cuyo contenido
sólo conocían él y el rey, y encerraron en dicha habitación a dos hombres.
Cuando cerraron la puerta, uno de ellos tumbóse en un rincón, y se dispuso a
dormir; pero el otro paseó la mirada en torno suyo, y sus ojos descubrieron
enseguida el saco que colgaba del techo.
Cogiólo y metió en él la mano, y
sacóla llena de guisantes, y a falta de mejor cena, decidió comérselos.
Al llegar al fondo del saco, sacó
un puñado de brillantes; mas como entre tanto se había apagado la luz, creyó
que eran piedras desprovistas de valor, y arrojóselas a su compañero,
diciéndole:
-Por perezoso, sólo cenarás esas
piedras.
A la mañana siguiente, entró el rey
en la habitación, acompañado del oficial, y dijo a los dos hombres que podían
guardarse cada uno para sí lo que hubiesen encontrado. El uno se quedó con los
guisantes que se había comido y el otro con los diamantes.
-Y ahora ¿qué tiene Vuestra
Majestad que decir? -preguntó el oficial.
-Realmente -contestó el rey- tu
argumento parece decisivo. Es posible que exista eso que llamas suerte, pero es
tan rara como el encontrar un saco lleno de brillantes y guisantes; así que
nadie se forje la ilusión de que ha de vivir de ella.
999. Anonimo,
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