Una Princesa fue liberada de un dragón que la tenía presa, y su padre la
casó con su libertador. Pero ella era tan orgullosa que su marido decidió darle
una lección de humildad.
‑Soy Rey, pero muy pobre ‑le dijo. Así que cuando volvamos a mi Reino, te
pondrás a cuidar, mis cerdos, pues no tengo más que una cabaña por Palacio y
ningún criado.
La Princesa, vestida con harapos, apacentaba los cerdos cada día, y pasó
muchos meses sin ver siquiera a su marido, que sólo aparecía de cuando en
cuando a llevarle algo de pan.
Un día estaba sola en el prado cuando se lamentó así:
‑¡Quién diría que yo, tan soberbia como he sido siempre, estaría cuidando
cerdos! Pues aun hay algo más raro, no echo de menos mis riquezas pasadas, sino
la compañía de mi marido. Su falta es lo que me hace infeliz. Si él estuviera,
me parece que yo llevaría con alegría mi pobreza...
Entonces salió el Rey, su marido, de detrás de un árbol y dijo:
‑¡Así te quería yo ver, buena y enamorada! Vamos a mi verdadero Palacio,
que soy muy rico y vamos a ser muy felices.
¡Y así fue, comieron perdices!
999. Anonimo
No hay comentarios:
Publicar un comentario