Geppetto abrigó bien a Pinocho, le
puso una bufanda, le entregó unos libros y le envió a la escuela, para que se
hiciera un hombre de provecho. Y se quedó viéndole ir, con los ojos húmedos de
emoción.
Pero el niño de madera no iba solo,
pues le seguía su conciencia, Pepito Grillo, aunque a causa de su tamaño no se
le viera.
Sucedió que, en el camino, unos
hombres sin escrúpulos que tenían un modesto circo, acertaron a ver al muchacho
y se dijeron:
-¡Mira! Un muñeco que se mueve como
un niño. Con él podríamos ganar mucho dinero.
-Oye, muchacho -dijo el director
del circo a Pinocho. ¿Quieres venir con nosotros? Te divertirás en el circo y
también podrás lucirte con algún número. Tú debes ser muy listo.
A Pinocho la propuesta le pareció
divertidísima, dejó la escuela, a pesar de los gritos que le daba Pepito Grillo
y se marchó con los dos indeseables.
Y sí que se divirtió mucho viendo
los números del circo y bailando él, a su vez en la pista. ¡Y qué de monedas le
arrojaron los espectadores!
Terminado el espectáculo, el chico
pensó en su buen padre y quiso irse, pero entonces los del circo le encerraron
en una jaula. Allí dentro, tuvo tiempo de pensar en su mala acción,
especialmente porque Pepito Grillo le reprochó su conducta.
¿Nunca más vería a su buen padre?
Empezó a llorar y, apiadada se presentó el Hada Azul. Le sacó de la jaula y le
envió a su casa. Pinocho prometió ser obediente.
999. Anonimo
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