En efecto, el gran gigante verde
vociferó:
-¡Lo siento por ti, amiguito! Pero
ahora te reduciré a humo y te encerraré en este mismo frasco.
Tratando de disimular su pánico, el
chico alegó:
-Es que mi padre me está esperando
y me buscará. Además, no te creo tan poderoso como para convertirme en humo. Ni
creo que tú puedas hacerlo.
-¿Cómo que no? -rugió el gigante-
¡Ahora verás!
Sin más, se convirtió en humo y se
introdujo en la botella. Era precisamente lo que estaba esperando el muchacho,
que se apresuró a taparla fuertemente con el tapón, de modo que no pudiera
escapar.
-Voy a dejarte en este mismo lugar
hasta que llegue otro tonto que te libere -le gritó el muchacho.
-¡No, por favor! Te doy mi palabra
de que si vuelves a sacarme te concederé cuanto me pidas.
Tanto lo repitió, que el chico
accedió. Y de nuevo liberado el gigante, anunció:
-Voy a cumplir mi promesa y a
convertirte en un muchacho rico. Toma este trozo de madera seca que tiene unas
propiedades mágicas. Si tocas una herida con él se curará y si tocas un objeto
de metal, se convertirá en plata.
El chico, con su hacha, hizo un
tajo en la encina. Lo tocó después con el trozo de madera mágica y el tajo se
cerró. Lo aplicó luego al hacha y ésta se volvió de plata.
Tras despedirse del duende, regresó
junto a su padre, al que relató lo ocurrido.
En adelante, con la madera mágica,
tuvieron plata en abundancia y el muchacho pudo dedicarse al estudio, que era
su verdadera vocación y se convirtió en un gran médico. Pero como no necesitaba
dinero, asistió únicamente a los pobres y desheredados.
999. Anonimo
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