La madre de Juan se puso
muy enfadada cuando vio a su hijo regresar sin la vaca, sin dinero y con unas
pocas semillas en la mano.
-¡Eres bobo! ¡Qué
desgracia! A ti te engaña cualquiera.
Y enfadada, le quitó las
semillas y las tiró por la ventana.
¡Cuál no sería la
sorpresa de Juan cuando, al día siguiente vio que en el lugar donde cayeron,
había crecido un árbol altísimo y frondoso! Trepó hasta su copa y divisó a lo
lejos un castillo.
Llevado de la
curiosidad, se dirigió a él. Ante la puerta encontró a una viejecita que le
dijo:
-No entres, que dentro
hay un gigante que es un maldito ladrón y además muy cruel pues ha matado a
muchos hombres para robarles.
Pero Juan, que tenía
hambre, desoyó el consejo. Despacito, gateó hasta situarse bajo la mesa llena
de manjares suculentos donde comía el gigante, que pidió a sus criados que le
trajeran todo el oro que guardaba en sus arcones pues quería contarlo. Le
llevaron el oro pero el gigante empezó a bostezar, y se quedó dormido,
abotargado por la abundante comida.
Juan cogió un saco, lo
llenó de oro y se marchó.
La madre del muchacho se
puso muy contenta y dijo:
-Con este oro podremos
vivir muchos .años y compraremos otra vaca, y patos y gallinas.
Juan se sintió feliz.
999. Anonimo
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