Eranse dos jóvenes hermanos que
vivían solos en una granja miserable, casi derruida, y no tenían otro bien que
una vaca que se caía de flaca y de vieja.
Juan, el muchacho, decidió ir al
mercado "a vender la vaca por lo que le dieran. Y, en efecto, la vendió
por unas pocas monedas a condición de que cuando la matasen le darían la piel
que guardaría para proteger a su hermana del frío durante el invierno. Con la
piel de la vaca, podría hacerse un abrigo.
Al regresar del mercado, Juan
encontró un cuervo que tiritaba de frío.
-Únete a mí -le propuso el
muchacho-. Voy a. pedir asilo en aquel molino.
La molinera, que no se atrevía a
negar posada, les destinó a ambos un montón de paja para pasar la noche, pero
dijo que no podía darles de cenar, pues no tenía nada en la casa.
Pero Juan, que estaba despierto,
comprobó que sacaba del horno un pollo y de la alacena un pastel y una botella
de vino. En esto, llamaron a la puerta y la molinera se apresuró a esconderlo
todo, antes de abrir. Era el molinero que barbotó:
-¡Ya era hora de que abrieras! Y
dame la cena, que vengo hambriento.
La mujer, que era una glotona, dijo
que no tenía nada para cenar.
Entonces apareció el pequeño
granjero y dijo:
-Para premiar la hospitalidad que
me habéis dado, voy a hacer hablar a mi cuervo "Diceverdades".
El cuervo, con voz de pito, dijo
que en el horno había un pollo y en la alacena un pastel y una botella de vino.
-Te compro este animal tan listo
-dijo el molinero, por cincuenta monedas de oro.
Juan lo vendió y regresó contento a
su pobre granja, anunciándole a su hermana que con el dinero recibido podrían
comprar algunas vacas y ganarse honradamente la vida.
Años después, era un granjero bien
acomodado.
999. Anonimo
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