Erase un jardín delicioso que tenía
un rosal y un árbol frondoso, en el que vivían un ruiseñor y un gorrión. En el
rosal sólo quedaba una rosa, pero era tan bella como una princesa.
-Piripí, piripí -le cantaba el ruiseñor.
No puedo dejar de mirar a mi hermosa rosa. La miraré hoy, mañana, al año que
viene, siempre.
-Eres un iluso -le dijo el
gorrión. ¿No sabes que las rosas duran poco? En cuanto llegue el frío se
helará.
-¡No! -gritó el ruiseñor. ¡No lo
consentiré!
Y siguió mirando la hermosa rosa,
con más amor cada día. Una tarde llegó un viento frío y el fiel ruiseñor,
temiendo la muerte de su rosa, se acercó a ella para darle calor y conservarla
con vida, pues la había visto estremecerse y palidecer.
A la mañana siguiente, el gorrión
empezó a buscar a su amigo, el ruiseñor. ¿Qué había ocurrido? Sencillamente,
tanto se apretó contra la rosa para traspasarle su calor, que las espinas del
rosal atravesaron su corazoncito, causándole la muerte. Su sangre generosa tiñó
de rojo los pétalos de la rosa, que se había quedado pálida con el frío.
-¡Tiene el color de la sangre de mi
amigo, el ruiseñor! -se dijo el gorrioncillo, con los ojos empañados de
lágrimas.
999. Anonimo,
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