Un pobre pescador pescó un día un pez que le dijo:
Suéltame y te concederé lo que quieras, pues soy mago. El pescador le pidió
mucha comida, y al regresar a casa estaba su despensa llena, pero su mujer se
enfadó:
‑¡Qué tonto! ¡Podías haberle pedido una casa mejor también!
El pescador volvió al mar, llamó al pez y se lo pidió.
‑Bien ‑contestó el pez, y al volver el pescador vio una hermosa casa en el
lugar donde había estado su cabaña.
‑Pensándolo mejor ‑dijo la mujer cuando se hartó, vuelve y dile que quiero
ser Reina; si es tan mago, nos lo concederá.
Eso hizo el pescador, y el pez le contestó que así lo haría.
El hombre vio un gran Palacio donde había estado su choza, y dentro estaba
su mujer reinando a su gusto, bien contenta. Pero al poco tiempo, la mujer dio
al pescador:
‑Quiero que me obedezcan las mareas, la luna y el sol.
Ve y pídeselo al pez, pues es lo que me falta para ser feliz.
El pescador, no muy tranquilo, fue al mar, llamó al pez y le dijo lo que su
mujer quería. El mago se enfadó y contestó:
‑¡Ahora veréis a qué conduce el exceso de ambición!
El pescador encontró su vieja choza al regresar, y a su mujer vestida de
nuevo con harapos, llorando amargamente.
‑¡No quiero oír ni una queja más! ‑advirtió el hombre.
¡Y dicen que así fue; su mujer se conformó con su suerte!
999. Anonimo
No hay comentarios:
Publicar un comentario