En una ocasión, cierto granjero
plantó un arbusto junto a su corral. Belinda, su hija menor, extrañada de que
su padre plantara aquello tan lleno de espinas y aparentemente reseco, exclamó:
-¡Qué cosa tan fea! Además, me
impide jugar en la hierba.
-No sabes apreciar el valor de las
cosas, hija mía. Este arbusto reseco y feo, dará con el tiempo unas flores
maravillosas.
El tiempo fue transcurriendo y,
cuando apuntaba la primavera, el arbusto de aspecto miserable se fue cubriendo
de hojas de color verdoso, mientras que unos menudos capullitos comenzaron a
brotar.
Una mañana, Belinda gritó
entusiasmada:
-¡Papá, ven! ¡Ven a ver qué
maravilla!
Acudió el hombre y, al ver una
hermosa rosa abierta, de un color semejante al de las mejillas de su hija,
explicó:
-¿Ves cómo con paciencia podemos
descubrir la belleza de las cosas? A pesar de las feas espinas y de lo reseco
de su aspecto, las rosas han florecido de un modo magnífico y con su aroma nos
alegran. El arbusto, como las personas, ha pasado vicisitudes, pero ahora está
disfrutando de una singular alegría, pues sus rosas son por todos admiradas.
999. Anonimo
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