Las ratas de agua, esos animales
peludos, grandes para su especie que se cobijan en las madrigueras cerca de los
ríos, suelen parecernos repugnantes. Más no lo eran para el joven caudillo de
Monfort, prisionero del enemigo.
El joven caudillo las recordaría
siempre con gratitud.
Había caído prisionero y sus horas
estaban contadas. Se le había comunicado que sería ejecutado al amanecer y se
entregaba a tristes reflexiones pensando que ya nunca podría ser útil a su
patria y a su rey.
En tanto, encerrado en su mazmorra
miraba los correteos de las grandes ratas que, nada asustadas por su presencia,
entraban y salían por un húmedo agujero.
-Debe comunicar con el río... -se
dio el joven guerrero.
¡El río!
De pronto, todo él vibró de
esperanza. Si había un agujero para las enormes ratas, él podría agrandarlo
para su cuerpo aunque se destrozara las manos en la tarea. Y así, fue abriendo
un boquete en el pie de la muralla y cuando con gran esfuerzo pudo introducir
su cuerpo, respiró el aire de la noche, que quizás no fuera la última de su
vida. Dejó deslizar suavemente sus brazos y luego su cabeza en las frías aguas
del foso y nadó protegido por la oscuridad.
Así el joven caudillo logró la
libertad, gracias al camino que le habían mostrado los enormes roedores.
999. Anonimo
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