El Rey era tan ambicioso, que
asfixiaba a sus súbditos con impuestos muy fuertes. Cada año, le tocaba a un
pueblo contribuir a los gastos del Rey con todas sus cosechas, de modo que casi
se morían de hambre. Pero los pueblos pagaban porque le tenían mucho miedo,
pues él se preocupaba de hacer correr la voz de que tenía muchísimos soldados,
aunque no era cierto.
Le llegó la vez a un pueblo de valientes, que se reunieron a tratar el
problema. El alcalde habló así:
‑Si pagamos, no comeremos; y si no pagamos, nos atacarán. Sólo veo una
solución: que ataquemos el Palacio antes de que llegue el día del pago. Si les
pillamos por sorpresa, quizá, con suerte, venzamos. Es nuestra única
posibilidad.
Eso decidieron, y todos los hombres se armaron con horcas y palos y
acudieron al Palacio del Rey.
Naturalmente, el Rey estaba desprevenido, pues no sospechaba ese ataque, y
todo el dinero se lo gastaba en sí mismo, por lo cual ni siquiera tenía muchos
soldados.
Así que le vencieron rápidamente, y le echaron del Reino para siempre, con
lo que todo el país se vio libre de él y fue mucho más feliz y próspero.
999. Anonimo
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