Bartahí y Sahín llevaban ya mucho
tiempo de camino y todos los los días el último preguntaba:
-¿Seguro que vamos por el buen
camino?
Y Bartahí, sin asomo de dudas,
afirmaba.
Cada mañana, a la salida del sol,
consultaba su cristal de colores y veía en él la dirección a seguir.
Por fin, llegaron a la ciudad del
príncipe. Los centinelas de palacio quisieron impedir el paso a los humildes
caminantes y entonces Bartahí dirigió el cristal a sus ojos y ellos quedaron
inmóviles.
Atravesaron lujosos salones y
hallaron al rey usurpador, sentado en el trono, rodeado de sus consejeros.
-¿Quiénes son estos osados? -gritó
al ver a los pobres caminantes. ¡Arrojadlos de aquí!
-Soy Bartahí, príncipe del reino y
heredero del trono -exclamó el joven.
-¡Mentira! ¡Que lo demuestre!
-gritó el usurpador.
Bartahí fue poniendo el cristal
ante los ojos de los consejeros y, con toda claridad, uno a uno pudieron ver en
el cristal todo lo ocurrido años antes, cuando su pariente le había alejado de
la corte.
Y todos reconocieron en las
facciones del joven las del niño hijo del verdadero rey y como a tal le
aclamaron, pues estaban hartos del tirano.
En la ciudad todo era regocijo. El
usurpador había sido desterrado y los habitantes del reino tuvieron un soberano
justo y generoso y la prosperidad coronó a Bartahí, que nombró primer ministro
a Sahín.
999. Anonimo
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