Un cazador tenía un perro a quien quería mucho, pues se trataba del animal
más listo y más fiel que se haya podido ver.
Un día, iban los dos de caza cuando el hombre sintió sed.
Buscó una fuente, pero al acercarse a beber el perro le mordió la pierna, y
volvió a morderle cada vez que el hombre se acercaba a la fuente, hasta que
éste se enfadó.
‑Pero, ¿qué te pasa? ¡Vete de aquí! ‑le gritó, y le dio un golpe que hirió
al pobre animal en el lomo.
Entonces se dispuso a beber tranquilo, pero vio que en la fuente había una
culebra escondida en el agua, esperando que él acercara la boca para picarle.
El cazador comprendió que el perro sólo había intentado protegerle. Le tomó
en brazos, le llevó a su casa y le curó la herida, muy arrepentido de su mal
acto.
Desde aquel día, no hubo amo de perro que cuidase y mimase más a su fiel
amigo. Y le cuidó incluso cuando el perro fue tan viejo que no podía ni
siquiera olfatear la caza.
¡Y es que hay que fiarse del amigo fiel, si se quiere ser agradecido!
999. Anonimo
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