65. Cuento popular castellano
Este era un padre que tenía tres hijas
y un hijo. El hijo cayó por soldado y se fue al servicio. El padre era muy
pobre y todos los días iba al monte a por cargas de leña para venderlas.
Un día se marchó al monte con un burro
que tenía, y estaba recogiendo leña cuando salió un caballero y le dijo:
-Oiga usted. Me da usted la hija mayor
que tiene usted, y le doy el burro cargado de oro.
-Bueno..., si ella quiere -contestó el
padre. Al llegar a casa se lo diré.
Conque fue a casa muy contento y la
contó a su hija mayor lo que había pasado.
-Mira, hija: ha salido un caballero a
mí cuando he ido a por la leña. Me ha dicho que si te doy a ti al caballero,
que me da el burro cargado de oro. Y yo le he dicho que si tú quieres, que
bueno...
Y ya dijo la chica que sí... Diría
siquiera porque tuvieran pan que comer.
Al otro día el padre volvió al monte a
dar la contestación a aquel caballero -que había dicho su hija que bueno. Vino
el caballero por ella y, después de entregar el oro al padre, se la llevó.
La avaricia rompe el saco, ¿sabe
usted? Al otro día el padre volvió al monte a por otra carga de leña. Y salió
otro caballero y le dijo:
-Si usted me diera la hija mediana que
tiene usted, le daría a usted el burro cargado de plata.
Y el padre le dijo:
-Bueno..., si ella quiere. Al llegar a
casa se lo diré.
Conque se lo dijo a la chica al llegar
a casa. Y dijo ella:
-¡Bueno, bueno, padre!... Siquiera pa
que tengan ustedes pan que comer.
Al otro día el padre va a dar la
contestación al caballero. Le entrega al padre el burro cargado de plata, viene
por la hija y se la lleva.
Luego, otro día, vuelve el padre a por
otra carga de leña, y salió otro caballero:
-Si me diera usted la hija más pequeña,
le daría a usted el burro cargado de cuartos.
Y le dio la misma contestación, que si
ella quería, que bueno.
Fue el padre a casa y se dijo a la
chica. La chica dijo que sí. Y al otro día el caballero le entregó al padre el
burro cargado de cuartos y se llevó a la chica.
El chico cumplió el servicio y vino en
casa de sus padres. Los encontró inmensamente ricos, aunque él los había dejado
en probeza. Y los preguntó que dónde estaban sus hermanas. Y le dijeron que
habían venido tres caballeros a por ellas, y que se las habían llevado. Y que
no sabían dónde estaban ni dónde paraban.
El chico empezó a decir a sus padres
que cómo que no sabían dónde paraban sus hermanas, que con qué objeto que las
habían entregado a esos caballeros sin saber qué personas eran. Entonces el
padre le dijo:
-Mira... Por la hija mayor nos ha dado
un burro cargado de oro, por la hija mediá otro cargado de plata, y por la más
pequeña, otro cargao de calderillas. Así ya puedes ver si estamos como cuando
te fuistes.
-Pues yo me voy en busca de mis
hermanas.
Claro, su padre no quería, pues le
decía que no sabía ánde estaban. Ya él dijo que nada, que iba en busca de
ellas. Y claro, cogió mucho dinero y se fue.
Y ya había andado mucho terreno y
llegó a un barranco (vallejo) y vio que estaban tres pastores pegándosen muy
malamente. Y les dijo:
-Pero chiquitos, ¿por qué sus pegáis
de esa manera?
Los chicos le dijeron que porque se
habían encontrado tres cosas: una servilleta, unas alpargatas y un sombrero.
-Bueno, ¿pero qué contienen esas tres
cosas para pegarsus?
-Pues, mire usted -le dijo uno-. La
servilleta tiene esta virtud, que la tiende usted en el suelo y la dice usted:
«Servilleta, compónte», y se compone de todos los manjares mejores que hay. Y
el sombrero tiene otra virtud, que se le pone usted, y no le ve nadie. Las
alpargatas tienen la virtud que se las pone usted y las dice usted: «Alpargatas
mías, poníme...» donde usted las mande, y le ponen a usted.
-¡Vaya, pues, eso pronto sus lo
arreglo yo! Vais a echar a correr a aquel alto. Y el que antes llegue, para
aquél es una cosa, que se echará suerte pa ver lo que le toca.
Así que los vio un poco retirados de
él, se puso las alpargatas y las dijo:
-¡Alpargatas mías, poníme adonde esté
mi hermana la mayor!
Y ya se pusieron en camino y anduvo
mucho. Ya se paraban orilla de un peñasco. Y el hombre no sabía adónde
dirigirse ni dónde llamar. Él llevaba un báculo en la mano. Implorando la
divina providencia dio un golpe con el báculo que llevaba. Allí le respondió
una voz mu profunda, que dijo:
-¿Quién?
Y él la contestó:
-Servidor.
Y salió su hermana. De que se vieron,
se saludaron, se abrazaron como hermanos y ella le preguntó:
-¿Qué objeto traes por aquí?
-En busca tuya... ¿No me darás razón
de las otras hermanas nuestras?
-Se fueron con un hombre, como yo me
he venido con otro. El que me trajo a mí le dio a mi padre el burro cargado de
oro. Y por la hermana enmediera le dio el burro cargado de plata. Y por la más
pequeña el burro cargado de calderilla. Ya me supongo que habrás visto a padre
y madre inmensamente ricos, y me creo ellos te lo habrán dicho. Pero, ¡mira,
hermano!... Aquí no puedes estar más que hasta cuando venga mi marido.
-Pues, ¿por qué? -la preguntó su
hermano.
-Porque si viene, te come.
-Pues, ¿qué es tu marido? -preguntó el
hermano.
-El Rey de los Carneros, y te come...
-No te apures, que a mí no me hará
nada, porque tengo un sombrero que me le pongo y no me ve. Y la hermana le
contestó:
-Pero te huele, y si no te presento a
él, me mata y me come. Llegó su marido:
-Mujer, a carne Yiumana me huele. ¡Si
no me lo das, te mato!
-Hombre, que es un probecito hermano
mío, que viene en
busca nuestra con deseos grandes de
vernos.
-Pues, ¡que salga, que no le haré
nada! Salió y se saludaron, y le dijo:
-Cuñao, en mala ocasión vienes. Dinero
no hay. Pero toma una vedija de mi cabeza, y cuando te se ofrezga, dices: «¡El
Rey de los Carneros, favorecíme! »
Se salió de allí en busca de la
mediera. Y dijo a las alpargatas que le pusieran ande estaba la hermana
enmediera. Y ya había andado mucho..., mucho..., cuando se pararon las
alpargatas orilla de otro peñasco como el anterior. Y allí ya, como sabía que
antes no había hecho más que dar un palo, hizo lo mismo, y le contestó una voz
mu profunda:
-¿Quién?
Y él la contestó:
-Servidor.
Y salió su hermana, como ya había
salido la otra antes. De que se abrazaron como hermanos, le dijo lo mismo que
la otra, que qué objeto traía por allí.
-En busca vuestra -contestó.
-Pero, ¡mira, hermano!... -le dijo-.
Tienes que marchar antes que venga mi marido, porque si viene y te encuentra
aquí, te matará y te comerá.
-Pues, ¿qué es tu marido? -preguntó el
hermano.
-Pues, el Rey de las Águilas -contestó
la hermana.
-¡Anda! Así me decía también la otra
hermana nuestra, que me mataría su marido. Pero tengo un sombrero que me le
pongo y no me ve.
-Pero te huele, y te tengo que
presentar.
-Pero así me decía la otra hermana, y
no me hizo nada su marido..., antes se alegró el verme.
Bueno, pues llegó su marido.
-A carne humana me huele. ¡Si no me lo
das, te mato! -Hombre, es un probecito hermano mío, que ha venido en busca
nuestra y se ha alegrado tanto el encontrarnos.
-Pues, ¡que salga, que no le haré
nada! Salió, se saludaron, y le dijo:
-Cuñao, en mala ocasión vienes. Dinero
no hay. Pero toma una pluma de mi cabeza, y cuando te se ofrezga algo, dices:
«¡Salga el Rey de las Águilas!»
Ya se marchó de allí en busca de la
pequeña. Se puso las alpargatas y dijo:
-¡Alpargatas mías, poníme ande está mi
hermana la más pequeña!
Anduvo mucho, mucho, mucho, mucho...
Ya tenía mucha hambre y dijo a la servilleta:
-¡Servilleta, compónte!
Se compuso de todos los manjares.
Comió lo que le pareció y arrecogió su servilleta otra vez y la guardó. Echó a
andar otra vez hasta que ya había andado mucho y se pararon las alpargatas a
orilla de un río. De modo que el hombre no sabía adónde llamar. Ya fue y se le
ocurrió dar un golpe en el agua. Y contestó una voz mu profunda:
-¿Quiéeen?
Y él contestó:
-Servidor.
Y salió su hermana a contestarle. Se
saludaron y luego la hermana le preguntó que con qué objeto iba por allí. Y él
la contestó que en busca de ella... Ya después que estuvieron un rato hablando,
le dijo la hermana:
-Pero, ¡mira, hermano!... Tienes que
marchar antes que ven
ga mi marido, porque si viene, te
come.
-Pues, ¿qué es tu marido? -preguntó el
hermano.
-El Rey de los Peces -dice la
hermana, y te come.
-No -dice el hermano, porque tengo un
sombrero que me le pongo y no me ve.
-Pero te huele, y te tengo que
presentar.
-Así han dicho las otras que he estado
con ellas; pero no se han metido los cuñaos conmigo para nada..., antes
alegrándosen el haberme visto.
Ya vino su marido.
-Mujer, a carne humana me huele. ¡Si
no me lo das, te mato!
-Hombre, que es un probecito hermano
mío y viene en busca nuestra.
-¡Vaya, que salga, que no le haré
nada! Salid, se saludaron y le dijo:
-Cuñao, en mala ocasión vienes. Dinero
no hay. Pero toma una escama de mi cabeza, y cuando te se ofrezga, dices: «¡El
Rey de los Peces, favorecíme! »
Bueno... Ya salió de casa de su
hermana. Y dijo a las alpargatas:
-¡Alpargatas mías, poníme donde sea mi
suerte buena o mala!Le metieron por un callejón muy estrecho y muy oscuro. Y ya
después que anduvo mucho..., mucho..., alcanzó a ver una luz. Y él seguía a la
luz, y llegó por fin a un castillo. Entró en el castillo y en una habitación
vio que había un gigante y una señora. A la noche llevó el gigante la cena a la
señora. Entonces él se puso el sombrero y, como no le vía nadie, se puso a
cenar con ella. Comió de su plato y bebió de su copa. Cenó la señora y le llamó
al gigante:
-Gigante, ¡qué poca cena me has
traído!
-Señora, lo mismo que todas las
noches...
-¡No! -le dijo la señora-, porque me
he quedado con mucha hambre.
-Pues, sí, señora. La he traído lo
mismo que todas las noches.
Conque ya se acostaron. Y al
acostarse, el hombre que había allí se fue a meter con ella en la cama. Y la
señora, toda asustada, llamó:
-¡Gigante, que aquí hay gente! Fue el
gigante.
-Señora, que aquí no es posible que
haya gente de carne humana más que nosotros dos.
Y se volvió a marchar el gigante.
Apenas se había acostado el gigante, le volvió a llamar:
-¡Gigante, que aquí hay gente!
Conque fue el gigante otra vez. La
dijo:
-Señora, que no es posible que aquí
haya gente de carne humana más que nosotros dos, la he dicho a usted. Y si me
vuelve usted a llamar, ¡la mato!
De modo es que el señor que estaba
allí, de que se acostó el gigante otra vez, se fue a meter con ella. Y ella,
atemorizada, ya no se atrevió a hablar. Y él la dijo.
-No se asuste usted, señora. Dígame
usted cómo es para estar usted aquí.
Y le dijo la señora:
-Este es un castillo encantado, y no
puedo salir de aquí.
-Pues, ¿cómo usted no ha de poder
salir de aquí?
-Porque hay que matar al gigante, y
eso no puede ser.
-Y ¿cómo no ha de poder ser?
-Pues, mire usted; porque en el mar
hay una peña, y en aquella peña hay una palomita. Y esa peña la tienen que
echar fuera del mar. Y una vez que esté la peña fuera, la hay que deshacer. Y
entonces es cuando sale la paloma, y esa palomita la hay que coger. Y esa
palomita tiene un huevo, y se lo hay que sacar viva la paloma.
Y el caballero dijo:
-Pues, ¡vaya! ¡Eso está concedido!
Verá usted que traeré el huevo, y se hará lo que usted desea. Volvió a decir a
las alpargatas:
-¡Alpargatas mías, poníme en el mar
junto a una peña que tiene el misterio que necesita esta señora!
Y se puso allí. Y dijo entonces:
-¡Rey de los Peces, echarme esa peña
fuera del mar!
Y entonces los peces, ¡ajá...,
hala!..., a la peña hasta que la echaron fuera. Así que una vez fuera la peña,
dijo:
-¡Rey de los Carneros, deshacerme esa
piedra!
Y allí vería usted todos los carneros
hasta que la hicieron pedazos. Y entonces salió la paloma, y él dijo:
-¡Rey de las Águilas, cogerme esa
paloma y traérmela!
Y vinieron todas las águilas, la
cogieron y se la llevaron. Ya se puso las alpargatas otra vez y dijo:
-¡Alpargatas mías, poníme otra vez
donde la señora, de donde he venido!
Y llegó, y sacaron el huevo de la
paloma viva. Y ya el gigante estaba malo. Y la dijo a la señora:
-¡Ay, señora! ¡Bien me decía usted a
mí anoche que aquí había gente!
Y luego, cuando se quedaron solos,
preguntó a la señora el del huevo que cómo había que hacer con el huevo para
matar al gigante. Y le dijo la señora:
-Cuando el gigante esté dormido, le
tiene usted que dar en la frente. Y entonces se le mata, y es cuando
desencantaremos esto y podré salir de aquí. Pero mire usted: el gigante, cuando
tenga los dos ojos cerrados está dormido, y cuando tenga el uno cerrado y el
otro abierto, entonces está despierto.
Y le dijo también la señora:
-Tenga usted buen cuidado de darle con
el huevo bien en medio de la frente, porque si no, no se le mata. Y entonces
sería capaz de devorarnos.
Y el joven se puso el sombrero para
ver cuándo estaba dormido. Tan buen acierto tuvo que le dio en medio de la
frente, y quedó el gigante muerto en la cama.
Ya aquello se volvió un palacio. Y la
señora, y todas sus hermanas, que también estaban encantadas, se
desencantaron. Y se casó el señor con ella, y hicieron una boda muy rumbosa.
Vinieron las hermanas a la boda y colorín, colorete...
Sepúlveda,
Segovia. Narrador
LXXX, 4 de abril, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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