87. Cuento popular castellano
Era un pobre jornalero. Tuvo su mujer
un hijo y, como eran tan pobres, no sabían a quién convidar de padrino para
bautizarle.
Un día salió el jornalero a un camino
para ver si encontraba quien fuera padrino de su hijo. Después de mucho esperar
y no pasar nadie, ya se venía para casa muy triste cuando se le apareció la
muerte, y le preguntó que qué andaba haciendo. El pobre jornalero le dijo que
tenía un hijo, pero que, como era tan pobre, nadie quería ser padrino de él, y
que él quería a todo trance acristianarle. Entonces la muerte le dijo que ella
sería madrina de su hijo.
-No me rechaces -le dijo. Mira, que
soy muy buena madrina. Ya tengo cuatro o cinco ahijaos, y todos están muy contentos
de ser ahijaos míos.
Fueron para casa, bautizaron al niño,
y después la muerte le dio una hierba al pobre y le dijo que se la daría al
niño cuando fuera mayor, que con esa hierba se haría médico y podía curar a
todo el que él quisiera. El padre guardó la hierba y no se volvió a acordar de
ella. Pero ya cuando el hijo iba siendo mayor, se presentó la muerte y le dijo:
-Coge esa hierba y cuando veas a
alguno muy enfermo, nada más que le toques en los labios, se pondrá bueno. Pero
sólo lo harás si no me ves a mí allí. Si me ves a mí allí, es que me pertenece.
No intentes salvarle.
El chico, pues, se hizo médico y curó
a tantos que se hizo muy famoso.
Llegó un día la noticia de que se
había puesto muy malo el rey, y le dijeron que ya no tenía salvación, que se moría.
Entonces le dijeron al rey que había un médico que curaba a todos, así
estuvieran muertos. Y fueron a llamar al chico y le dijo el rey que si le
curaba, que le daría una porrada de dinero. Entonces el chico vio a la muerte,
que estaba en la pared de enfrente y que le amenazaba con los puños que no le
curara. Pero el médico no la hacía caso y no miraba. Tenía ganas de hacerse
rico y a todo trance quería cobrar ese dinero. Y entonces la muerte le amenazaba
hasta con la guadaña. Pero él, sin quererla hacer caso, sacó la hierba, le tocó
los labios, y el rey se puso bueno.
Cuando se fue el chico pa su casa, se
le presentó la muerte y le dijo:
-Eres un mal ahijao. Ésta te la
perdono; pero si en otra ocasión me vuelves a hacer esto, no te perdono. Te he
dicho que cuando yo esté, no salves a nadie.
Y luego sucedió que cayó mala la hija
del rey, y como ya conocían al chico, en cuanto dijeron los médicos que se
moría, hizo el rey ir a buscarle y le dijo que si la curaba, se casaba con su
hija.
Nada más que llegó, vio a su madrina
en la pared, que le amenazaba con la guadaña y con los puños, diciéndole que
no la curara. Entonces él no la quiso mirar y volvía la cara como que no la
veía. Su madrina insistía en hacerle miedo con los puños; pero él sacó la hierba,
la tocó en los labios y ella se puso buena. Pero al ponerse buena, le dijo la
princesa que había hecho oferta de no casarse en un año. Dijo él entonces que
al año siguiente volvería.
Al ir para su casa se encontró con su
madrina, y le dijo ésta:
-Eres un mal ahijao. Ésta sí que no te
la perdono.
Empezó él a llorar y a decirle que
siquiera por un año le dejara la vida; pero ella le dijo que no podía ser, que
ya la había faltao dos veces, y ésta no se la perdonaba. Entonces le dijo el
chico que no quería nada más que disfrutar de casarse con la princesa. La
muerte entonces le dijo:
-Vente conmigo.
Y le llevó con ella y le enseñó una
habitación en que había
muchas antorchas: unas se encendían y
otras se apagaban.
-Todas éstas que se encienden -le
dijo- son los niños que nacen; y las que se apagan son todos los que mueren.
Y entonces él, muy asustao, le dijo:
-Y, dígame usted, madrina, ¿cuál es la
mía?
La muerte le dijo que era una
pequeñita que ya estaba casi gastada.
-Ponga usted, madrina, otra de esas nuevas
-le dijo él. Si no, se me acabará la vida muy pronto.
-Cógela tú y ponla -le dijo la muerte.
Y como la antorcha estaba ya muy
gastada, un poco de movimiento que hizo al cogerla, se apagó. Y allí quedó él.
Sieteiglesias,
Valladolid. Narrador
XC, 7 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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