Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

domingo, 1 de julio de 2012

La hija del carbonero .139

139. Cuento popular castellano

Eran tres hijas de un carbonero y iban de paseo por el monte. Y estaba escondido el rey detrás de un roble. Y ellas iban ha­blando de lo que harían si se casarían con el rey. Y se sentaron para continuar su conversación a orilla de aquel roble.
Y la mayor decía que si se casaba con él, era por comer pas­teles y cosas muy ricas. La segunda decía que ella, si se casaba con él, era porque fuera todos los días en coche y no fregase ni nada de eso. Y la más pequeña decía que ella se quería casar con el rey por tener dos niños que tuvieran una estrellita de oro en la frente cada uno.
Ya se volvieron del paseo sin ver al rey.
-Y al día siguiente las llamaron al palacio; y no se atrevían a ir. Y entonces mandó decir el rey que si no se presentaban, pues las castigaban. Y al decir eso el rey, se presentaron. Y decían que pa qué las llamarla. Y en­tonces fue y las dijo el rey:
-¿Qué ibais hablando el otro día por el monte?
Y ellas no se acordaban de lo que habían estao hablando. Y las dijo el rey qué era lo que habían estao hablando sentadas a la orilla de aquel roble. Y ellas ya se dieron cuenta de lo que habían estao hablando. Y se sonrojaron las tres al oír decir aque­llo al rey. Y las dijo que se lo dijesen. Y entonces, pues, lo empe­zaron a contar: que la mayor quería casarse con él por comer muchos pasteles y cosas muy ricas; y la segunda porque monta­ría todos los días en coche y no tenía que fregar; y la más pe­queña, porque quería dos niños que tuvieran una estrellita de oro en la frente. Dijo el rey a la pequeña:
-Pues, contigo me caso.
Bueno, ya fue la boda. Y se casaron. Y cogieron a los dos her­manas por doncellas. Y entonces al rey le llamaron a una guerra. Y en aquel medio tiempo, tuvo su mujer los dos niños con la estrellita de oro en la frente. Y las hermanas eran muy envidio­sas. Y escribieron al rey diciéndole que en vez de dos niños, la reina había tenido dos perros. Entonces el rey escribió mandan­do que los arrojasen al río y que a ella la metieran en un calabozo.
Y entonces la reina -le daba tanta lástima tirarlos al río que fue y les mandó hacer una urna de cristal, para meterlos allí y echarlos por el río abajo. Y entonces a ella la metieron en un calabozo.
Y una aldeana, que estaba en un pueblo inmediato, vio bajar por la corriente abajo una caja de cristal, y la cogió al verla tan bonita. Y al abrirla, ¡cuál fue su sorpresa al ver que había en ella dos niñitos muy guapos! Y fue corriendo a llamar a su marido para que viese a aquellos dos niñitos tan guapos y tan originales con la estrellita en la frente.
Entonces los cogieron por hijos. Y ya, cuando fueron mayores, los mandaron a la escuela. Y un día estaban en la escuela y riñe­ron con un condiscípulo suyo. Y se pegaron. Entonces el que había reñido con ellos les dijo que no tenían madre, que ésa los había encontrao en un río. Al oír eso los niños, se marcharon a casa llorando y la dijeron a su madre que si era verdad que ella no era su madre. Y dijo la madre que sí, que era verdad que ella no era su madre.
Entonces los niños decidieron ir a correr aventuras. Y la pi­dieron la merienda para ir. Y se marcharon de allí. Y fueron por el campo adelante. Y se les hizo de noche, y se echaron a llorar. Y entonces se les apareció un viejo y les dijo:
-¿Por qué lloráis?
Y dicen los niños:
-Porque no sabemos qué camino llevar, porque hemos sali­do a correr aventuras y hemos perdido el camino. Y entonces les dijo el viejo:
-No os apuréis.
Y desapareció el viejo; y empezó a llover monedas de oro, muchas, muchas. Y se llenaron todos los bolsos. Y entonces vie­ron venir a lo lejos un cacharrero. Y le dijeron:
-Tire usted todos esos cacharros. Y en vez de venderlos, nosotros le pagamos el precio que fuese.
Los rompieron y se montaron en el carro. Y siguieron en el carro hasta que llegaron a un pueblo. Y allí se apearon. Y vieron a una aldeana; la dijeron que si quería hospedarlos en su casa. Entonces dijo la mujer que sin ningún inconveniente, y se que­daron en su casa.
Un día, nada más levantarse, se salieron al corredor. Y tenían costumbre de ponerse siempre una venda en la cabeza para que no se les viese la estrellita. Y aquel día se les olvidó ponérsela. Y ese corredor iba a dar al patio del rey. Las doncellas, que es­taban por el patio, los vieron y dijo una de ellas:
-Oye, hermana. Esos niñitos que están allí deben ser los de nuestra hermana, los hijos del rey.
Dijo la otra:
-Es verdaz, que lo parecen.
Y entonces fue una de ellas a decir a esa aldeana que si hacía el favor de echarlos de allí. Dijo ella que no tenía valor para eso, pero que haría porque desaparecieran.
Y un día se fingió que la dolía una mano y que la habían dicho que con el agua del Castillo de Irás y No Volverás se la quitaba. Y les dio una jarrita para que marchasen al castillo -para que no volviesen. Y se marcharon, y fueron camino adelante, ade­lante... Y al ir por el camino, encontraron a un ermitaño. Y les dijo:
-¿Adónde vais, niñitos?
Dicen:
-Vamos al Castillo de Irás y No Volverás. Dice:
-Pero, ¿quién os ha mandao allí?
-Una señora donde nosotros estamos hospedaos -dijeron.
-¡Mirar! Tenéis que hacer una cosa para ir a ese castillo.
Y es pasar tres ríos: uno de agua, que os llegará por los hom­bros; otro de miel que os llegará por los ojos, y otro de..., agua que os llegará por los hombros [1]. Y después tenéis que entrar en el castillo. Y allí habrá dos caños: uno que echa mucho, mucho, y otro que echa muy poquito, muy poquito.
Dice:
-Y cogéis del que echa menos, y os salís corriendo, corriendo.
Bueno, dijeron que así iban a hacer; pero dice el ermitaño:
-El río de miel no le podéis pasar vosotros, porque os cubrirá.
Y empezó a llamar a los pájaros. Y entre ellos se acercó allí el águila. Y la mandó ir con los niños para que pasaran el río.
Pero durante la travesía del río, en el medio, la tenían que ir dando carne, y ellos sólo tenían la merienda que les había dado la mujer aquella. Y al principio creían que iban a tener para todo el río bastante; pero en medio del río, se les acabó la carne. Y era el río más peligroso. Y entonces uno de los niños decidió cortar­se un cacho de pierna. Pero tanta lástima la dio al águila que le dijo que no la diese más carne.
Y entonces ya llegaron cerca del castillo. Y el águila les dijo que tuvieran mucho cuidado con salir pronto, que si no, se que­darían allí para toda la vida. Ya llegaron al castillo, abrieron la puerta, y vieron los dos caños que les dijo el ermitaño. Y empe­zaron a coger del que echaba menos. Y salieron corriendo. Y al salir, les pegó la puerta en los talones. Y se volvieron a montar en el águila con el agua ya. Y tuvieron que volver a atravesar los ríos, y volvieron a encontrar al ermitaño. Y les dijo el ermitaño que si ya llevaban el agua. Ellos contestaron que sí.
Bueno, ya se marcharon con el agua para curar a la mujer de donde estaban hospedaos. Y llegaron a casa ya y encontraron a la mujer que todavía se estaba quejando. La dieron el agua, y ella dijo que ya se le calmaban los dolores. Y ya, pues, volvieron a vivir con aquella señora.
Pero otro día se les olvidó poner la venda y salieron al corre­dor. Y los volvieron a ver las doncellas aquellas y, al verlos, cre­yeron que la mujer no los había mandao al Castillo de Irás y No Volverás. Y riñeron con aquella señora. Y pensando que se lo dijeran al rey, pues las hermanas volvieron a decirla que los echara de allí. Y la mujer los volvió a mandar al Castillo de Irás y No Volverás, fingiendo otra vez que la dolía la mano.
Y al ir por el camino, volvieron a encontrar al ermitaño, y les dijo que adónde iban. Y dijeron que adonde la otra vez, al Cas­tillo de Irás y No Volve-rás. Y se les volvió a repetir lo que antes les dijo, que tuvieran muchísimo cuidado de coger el agua del caño que menos echaba, y que llamaría al águila para que los pasara por el río.
Y llegaron otra vez al castillo y cogieron el agua del caño que menos echaba. Y volvieron a marchar montaos en el águila. Y al verlos el ermitaño otra vez por allí, les dijo que les daría el águi­la para que vivieran con ella.
Y el águila cogió mucha amistaz con los niños y les fue di­ciendo que cuando llegasen a casa, los mandarían comer en una casa; y que de lo que ella no comiera, no comieran ellos; y que cuando ella no hablara, que ellos tampoco hablasen; y que cuan­do ella callase, ellos también callasen.
Ya por fin llegaron a la casa de esa mujer, donde estaban hos­pedaos, y la dieron el agua. Y salieron otro día al corredor con el águila. Y el rey ya había venido de la guerra. Y al ver a aque­llos dos niños tan hermosos, dijo:
-¡Uy, si esos dos niños fuesen míos, como mi mujer me lo prometió, qué dichoso sería!
Y el rey, de envidia -de creer que no eran sus hijos- les mandó ir a comer con él -para envenenarles. Ya fueron a comer, y estaban sentados a la mesa el águila, los dos niños y el rey. Y les pusieron la sopa envenenada. Y dijo entonces el águila que él no quería de esa sopa. Pero ya lo demás que venía no estaba envenenada, y dijo el águila que él sí tomaría de aquello.
Se pusieron a comer y el águila empezó a contar la historia de aquellos niños: que eran sus hijos y que por envidia de las hermanas los habían arrojado al río; y una aldeana los había en­contrao; pero un día riñeron en la escuela, les dijeron que aque­lla mujer que los encontró que no era su madre, y se fueron a correr aventuras.
-Y al llegar aquí, pues, los han mandao dos veces al Castillo de Irás y No Volverás, y ha sido cuando me han conocido a mí. Y la madre de estos niños es la reina, la hija del carbonero, la que está metida en un calabozo.
Y dijo también que aquello que le escribieron sus hermanas, pues era mentira, que eran dos niños en vez de dos perros.
Entonces el rey la mandó sacar a la reina de donde estaba, llamó a las dos doncellas y las dijo que por qué le habían enga­ñao. Y entonces las mandó castigar severamente. Y la reina, los hijos y el águila vivieron felices y colorín colorete...

Nava del Rey, Valladolid. Narrador V, 5 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon) 


[1] Aquí vaciló la narradora. Es raro que dos de los ríos maravillosos se describan con los mismos términos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario