Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de julio de 2012

La pavera .120

120. Cuento popular castellano

Era un rey que tenía tres hijas y iba a marchar forastero. Mandó llamar a las tres y las dijo que cuál de ellas le quería más. Dijo la mayor:
-Yo te quiero más que a mi vida.
La segunda:
-Yo más que a mi corazón.
La tercera:
-Yo más que a la sal en el agua. Y la dijo:
-Bueno, pues si tú me quieres más que a la sal en el agua, yo te mandaré matar.
Pues mandó dos guardias de palacio a que la sacaran al campo y que la sacaran los ojos y la lengua y la cortaran el dedito peque­ño de la mano derecha. Y ella era tan buena que todos en palacio la querían mucho, ¡verdad! Y al sacarla al campo se compadecieron de ella y la cortaron el dedito pequeño de la mano derecha y no la sacaron los ojos. Pensaron de sacarlos a una perrita -y la lengua-, porque pensaron que si la sacaban los ojos y la lengua, moriría.
Ella se llevó su ropa y marchó andando a nación extranjera. Encontró a una pobre que iba pidiendo y la dijo que la haría el favor de entregarla sus ropas y ella la daría uno de sus vestidos. Y la pobre la dijo que no podía ser eso, que si ella llevaba uno de sus vestidos, nadie la daría limosna. Y entonces la dijo que si la haría el favor de dárselas, y ella la daría dinero para comprarse otras.
Se las dio la pobre, y, buscando casa donde trabajar, encontró trabajo en casa del rey de aquella nación. Necesitaban una pavera para cuidar de los pavos.
Bien, ya se quedó en la casa. Y un día, estando cuidando a los pavos, vieron que se marchó del sitio donde tenían los pavos -cuando ya ven que sale una dama muy elegante que salía con una varita de oro, bailando. Y en el baile, decía:
-Pavín, pavera, si mi padre me viera, ¿qué me dijera?
Y al terminar de bailar, tiró la vara de oro y mató un pavo.
El hijo del rey la vio desde arriba, desde una galería. Ella se marchó a quitarse los vestidos elegantes y se puso los andrajos que la dio la anciana. Subió arriba, y dice a la reina:
-¡Ay, señora ama! ¡Se ha muerto un pavo! Y la dice la señora:
-Pues, ¿qué hace usted, mujer? ¿Qué, no tiene cuidado de ellos?
Y ella dice:
-¡Ay, mire usted! Yo no sé qué habrá pasado. Estaba bien y de momento ha caído al suelo muerto.
-Pues, tenga gran cuidado de no volver a dejar morir otro. Porque si no, la echaremos.
Ya pasaron ocho días, y se olvidó de que había matao el pavo. Y vuelve a vestirse con un traje mucho más elegante que la vez anterior. Y vuelve a cantar otra vez:
-Pavín, pavera, si mi padre me viera, ¿qué me dijera?
El hijo del rey la estaba viendo desde la galería lo mismo que la vez anterior. Llamó a su madre para que la viera. Y entonces la vieron bailar. Y al terminar de bailar, soltó la varita de oro y mató otro pavo. Se marchó a toda prisa a quitarse los vestidos y a po­nerse los andrajosos. Subió otra vez a decir a la señora que se le ,    había muerto un pavo:
-¡Ay, señora, se me ha muerto otro pavo!
Y la señora la dijo:
-Pues, ¡mire usted! Tenga gran cuidado de que no se le mue­ran más. Porque si no, la echaremos a la calle.
A los ocho días se le volvió a olvidar que había matao el pavo. Y volvió a vestirse con un traje mucho más elegante que el de los días anteriores, mucho más elegante. Vuelve a salir a bailar, y el hijo del rey, que la ve, llama a su madre y la dice:
-Mira, ésta no es una pavera. Ésta es la hija de algún rey. Así que te ruego que no la dejes salir de casa, que he de casarme con ella.
Ella no sabía que la estaban viendo y seguía bailando... Cuan­do tiró la vara y mató a otro pavo. Entonces fue a quitarse las ropas elegantes y se puso las andrajosas. Subió y dice:
-¡Ay, señora ama! ¡Se ha caído un pavo al estanque y se ha ahogado!
-No, señora, no es que se ha caído. Es que usted lo ha matado. Dice ella:
-Sí; él se cayó y se ahogó.
Dice la reina:
-Va a decirnos usted quién es.
-Soy una méndiga que implora la caridad. Pero como encon­tré trabajo en su casa, me quedé.
-Y, ¿esos vestidos tan elegantes que usted tenía cuando bailaba?
-Ah, no, señora. Yo no tengo vestidos elegantes. No tengo más que estos andrajosos que usted me ve.
-Yo la veo los andrajosos y también vi los elegantes. Así que usted tiene que ser hija de un rey.
-Ay, no, mire usted; soy una pobre llena de piojos. Y dice la reina:
-No, señora, no tiene usted piojos. Ha de declararnos usted de quién es hija.
-Ya les he dicho a ustedes que soy una pobre y que tengo mucha miseria. Y si no, pasen ustedes a la cocina y verán qué pu­ñados me saco.
Y ella entró en la cocina, y, disimuladamente, se metió en el pecho puñados de sal sin que los otros la vieran. Y levantó la chapa de la lumbre y echaba los puñados de sal a la lumbre. Y como la sal chirrisquea, ella decía:
-Ven ustedes, cuántos piojos tengo. Y la dice la señora:
-No tiene usted piojos. Usted ha de casarse con mi hijo. Y ella dice:
-No me casaré con su hijo, porque antes me marcharé de esta casa.
La señora mandó cerrar todas las puertas, y no la dejaron salir. Y ella, viendo que era imposible la salida, aceptó casarse con el hijo del rey. Y dijo que tenían que invitar a su padre a la boda. Y ellos dijeron que sí. Invitaron a todos los reyes del mundo.
Hicieron gran convite, y ella dijo que el plato de su padre se pondría completamente sin sal. El primer plato que le sacaron no le apetecía, y los demás reyes decían:
-¿Cómo su majestaz no come? ¿Es que está enfermo?
Y él dijo:
-No, es que no tengo gana.
Sacan el segundo, de la misma. forma, soso, sin sal. Y tampoco le apetece. Y dicen los demás:
-¿Cómo su majestaz no come? ¡Si es una comida tan buena: tan sabrosa!
-No puedo comerlo. No sé lo que me pasa -contestó el rey. Al tercer plato le dicen los demás:
-Pero, ¿ningún plato de los que le han sacado a usted le apetece?
-Ve ahí, yo no sé qué puede ser esto.
Entonces su hija, que le estaba oyendo, le puso la mano dere­cha encima de la mesa donde él estaba comiendo. Y él, que reco­noció que era la mano de su hija, cayó al suelo sin conocimiento. Entonces lo levantaron, y, vuelto en sí, la dice a su hija:
-¡Ay, hija! ¡Ya veo que tú eras la que más me querías, porque no se puede comer nada sin sal!
La dotó en muchos millones, y vivieron felices.

Roa, Burgos. Narrador LI, 14 de julio, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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