120. Cuento popular castellano
Era un rey que tenía tres hijas y iba
a marchar forastero. Mandó llamar a las tres y las dijo que cuál de ellas le
quería más. Dijo la mayor:
-Yo te quiero más que a mi vida.
La segunda:
-Yo más que a mi corazón.
La tercera:
-Yo más que a la sal en el agua. Y la
dijo:
-Bueno, pues si tú me quieres más que
a la sal en el agua, yo te mandaré matar.
Pues mandó dos guardias de palacio a
que la sacaran al campo y que la sacaran los ojos y la lengua y la cortaran el
dedito pequeño de la mano derecha. Y ella era tan buena que todos en palacio
la querían mucho, ¡verdad! Y al sacarla al campo se compadecieron de ella y la
cortaron el dedito pequeño de la mano derecha y no la sacaron los ojos.
Pensaron de sacarlos a una perrita -y la lengua-, porque pensaron que si la
sacaban los ojos y la lengua, moriría.
Ella se llevó su ropa y marchó andando
a nación extranjera. Encontró a una pobre que iba pidiendo y la dijo que la
haría el favor de entregarla sus ropas y ella la daría uno de sus vestidos. Y
la pobre la dijo que no podía ser eso, que si ella llevaba uno de sus vestidos,
nadie la daría limosna. Y entonces la dijo que si la haría el favor de
dárselas, y ella la daría dinero para comprarse otras.
Se las dio la pobre, y, buscando casa
donde trabajar, encontró trabajo en casa del rey de aquella nación. Necesitaban
una pavera para cuidar de los pavos.
Bien, ya se quedó en la casa. Y un
día, estando cuidando a los pavos, vieron que se marchó del sitio donde tenían
los pavos -cuando ya ven que sale una dama muy elegante que salía con una
varita de oro, bailando. Y en el baile, decía:
-Pavín, pavera, si mi padre me viera,
¿qué me dijera?
Y al terminar de bailar, tiró la vara
de oro y mató un pavo.
El hijo del rey la vio desde arriba,
desde una galería. Ella se marchó a quitarse los vestidos elegantes y se puso
los andrajos que la dio la anciana. Subió arriba, y dice a la reina:
-¡Ay, señora ama! ¡Se ha muerto un
pavo! Y la dice la señora:
-Pues, ¿qué hace usted, mujer? ¿Qué,
no tiene cuidado de ellos?
Y ella dice:
-¡Ay, mire usted! Yo no sé qué habrá
pasado. Estaba bien y de momento ha caído al suelo muerto.
-Pues, tenga gran cuidado de no volver
a dejar morir otro. Porque si no, la echaremos.
Ya pasaron ocho días, y se olvidó de
que había matao el pavo. Y vuelve a vestirse con un traje mucho más elegante
que la vez anterior. Y vuelve a cantar otra vez:
-Pavín, pavera, si mi padre me viera,
¿qué me dijera?
El hijo del rey la estaba viendo desde
la galería lo mismo que la vez anterior. Llamó a su madre para que la viera. Y
entonces la vieron bailar. Y al terminar de bailar, soltó la varita de oro y
mató otro pavo. Se marchó a toda prisa a quitarse los vestidos y a ponerse los
andrajosos. Subió otra vez a decir a la señora que se le , había muerto un pavo:
-¡Ay, señora, se me ha muerto otro
pavo!
Y la señora la dijo:
-Pues, ¡mire usted! Tenga gran cuidado
de que no se le mueran más. Porque si no, la echaremos a la calle.
A los ocho días se le volvió a olvidar
que había matao el pavo. Y volvió a vestirse con un traje mucho más elegante
que el de los días anteriores, mucho más elegante. Vuelve a salir a bailar, y
el hijo del rey, que la ve, llama a su madre y la dice:
-Mira, ésta no es una pavera. Ésta es
la hija de algún rey. Así que te ruego que no la dejes salir de casa, que he de
casarme con ella.
Ella no sabía que la estaban viendo y
seguía bailando... Cuando tiró la vara y mató a otro pavo. Entonces fue a
quitarse las ropas elegantes y se puso las andrajosas. Subió y dice:
-¡Ay, señora ama! ¡Se ha caído un pavo
al estanque y se ha ahogado!
-No, señora, no es que se ha caído. Es
que usted lo ha matado. Dice ella:
-Sí; él se cayó y se ahogó.
Dice la reina:
-Va a decirnos usted quién es.
-Soy una méndiga que implora la
caridad. Pero como encontré trabajo en su casa, me quedé.
-Y, ¿esos vestidos tan elegantes que
usted tenía cuando bailaba?
-Ah, no, señora. Yo no tengo vestidos
elegantes. No tengo más que estos andrajosos que usted me ve.
-Yo la veo los andrajosos y también vi
los elegantes. Así que usted tiene que ser hija de un rey.
-Ay, no, mire usted; soy una pobre
llena de piojos. Y dice la reina:
-No, señora, no tiene usted piojos. Ha
de declararnos usted de quién es hija.
-Ya les he dicho a ustedes que soy una
pobre y que tengo mucha miseria. Y si no, pasen ustedes a la cocina y verán qué
puñados me saco.
Y ella entró en la cocina, y,
disimuladamente, se metió en el pecho puñados de sal sin que los otros la
vieran. Y levantó la chapa de la lumbre y echaba los puñados de sal a la
lumbre. Y como la sal chirrisquea, ella decía:
-Ven ustedes, cuántos piojos tengo. Y
la dice la señora:
-No tiene usted piojos. Usted ha de
casarse con mi hijo. Y ella dice:
-No me casaré con su hijo, porque
antes me marcharé de esta casa.
La señora mandó cerrar todas las
puertas, y no la dejaron salir. Y ella, viendo que era imposible la salida,
aceptó casarse con el hijo del rey. Y dijo que tenían que invitar a su padre a
la boda. Y ellos dijeron que sí. Invitaron a todos los reyes del mundo.
Hicieron gran convite, y ella dijo que
el plato de su padre se pondría completamente sin sal. El primer plato que le
sacaron no le apetecía, y los demás reyes decían:
-¿Cómo su majestaz no come? ¿Es que
está enfermo?
Y él dijo:
-No, es que no tengo gana.
Sacan el segundo, de la misma. forma,
soso, sin sal. Y tampoco le apetece. Y dicen los demás:
-¿Cómo su majestaz no come? ¡Si es una
comida tan buena: tan sabrosa!
-No puedo comerlo. No sé lo que me
pasa -contestó el rey. Al tercer plato le dicen los demás:
-Pero, ¿ningún plato de los que le han
sacado a usted le apetece?
-Ve ahí, yo no sé qué puede ser esto.
Entonces su hija, que le estaba
oyendo, le puso la mano derecha encima de la mesa donde él estaba comiendo. Y
él, que reconoció que era la mano de su hija, cayó al suelo sin conocimiento.
Entonces lo levantaron, y, vuelto en sí, la dice a su hija:
-¡Ay, hija! ¡Ya veo que tú eras la que
más me querías, porque no se puede comer nada sin sal!
La dotó en muchos millones, y vivieron
felices.
Roa,
Burgos. Narrador
LI, 14 de julio, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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