Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de julio de 2012

La peña encantada


118. Cuento popular castellano

En un rincón de la montaña hay un sitio donde hay una peña grandísima que por dentro está toda güeca. Y la puerta para en­trar es de forma de arco. Todos cuentan que en esas cuevas hay cosas encantadas: mujeres, animales y qué sé yo de cosas.
El pueblo más inmediato está muy cerca de las cuevas, y allí cuentan cosas muy miedosas. Cuando los hombres tienen que ir a regar los praos cerca de la peña, nunca se atreven a ir solos, ni de madrugada ni por la noche. Si algún pastor pasa alguna vez por allí para ir al corral donde dejan dormir el ganao, pues cuen­ta cosas: que se le aparecen calaveras, que ve pasar sombras. En fin, que tenían un miedo que nadie quería pasar por allí.
Un día llegó al pueblo una señora muy elegante. Tenía el porte de princesa y preguntó que si habría alguna nodriza en el pueblo para criar un niño recién nacido. La dijeron que sí, que había una mujer que quería criar. Entonces la señora dijo que ella misma la llevaría el niño. Se marchó la señora y al poco tiempo volvió con un niño en brazos; se lo entregó a la nodriza y se marchó.
Se pasó más de un año, y nunca volvieron a ver a la señora del niño. No sabían si era su madre o quién era aquella mujer. Des­pués del año, se presentó un día la señora en el pueblecillo y fue a la casa donde criaban al niño. Dijo a la nodriza que iría con ella para pagarle las crianzas. La mujer marchó con ella, y llegaron a las cuevas. Entonces la nodriza cogió un miedo horroroso y se negó a entrar dentro. La señora, pues, tuvo que entrar sola. Al poco tiempo salió la señora con un taleguito y le dijo a la nodriza:
-Ponga usted el mandil y mire usted para otro sitio. No quie­ro que vea lo que la doy.
La desocupó el talego en el mandil y la dijo:
-No mire ustez para lo que lleva hasta que no entre ustez en el pueblo.
La mujer marchó preocupada. ¿Qué sería lo que la había dao? Y antes de llegar al pueblo abrió el delantal y miró lo que llevaba. Y resulta que eran carbones. Entonces la mujer, desesperada, dice:
-¡Vaya una cosa que ha dao! ¡Carbones!
Y les tiró en el suelo; pero entre las tablas del delantal se le habían quedao escondidos tres carbones. Y nada más entrar en el pueblo fue a sacudir el delantal para que caesen, y se encontró que eran tres onzas de oro. Entonces la mujer volvió corriendo donde había tirao el carbón; pero se encontró con que ya lo habían atropao. No encontró ni un carbón en el suelo.
Y colorín colorao, que este cuento se ha acabao.

Morgovejo, Riaño, León. Narrador LXV, 21 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)

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