118. Cuento popular castellano
En un rincón de la montaña hay un
sitio donde hay una peña grandísima que por dentro está toda güeca. Y la puerta
para entrar es de forma de arco. Todos cuentan que en esas cuevas hay cosas
encantadas: mujeres, animales y qué sé yo de cosas.
El pueblo más inmediato está muy cerca
de las cuevas, y allí cuentan cosas muy miedosas. Cuando los hombres tienen que
ir a regar los praos cerca de la peña, nunca se atreven a ir solos, ni de
madrugada ni por la noche. Si algún pastor pasa alguna vez por allí para ir al
corral donde dejan dormir el ganao, pues cuenta cosas: que se le aparecen
calaveras, que ve pasar sombras. En fin, que tenían un miedo que nadie quería
pasar por allí.
Un día llegó al pueblo una señora muy
elegante. Tenía el porte de princesa y preguntó que si habría alguna nodriza en
el pueblo para criar un niño recién nacido. La dijeron que sí, que había una
mujer que quería criar. Entonces la señora dijo que ella misma la llevaría el
niño. Se marchó la señora y al poco tiempo volvió con un niño en brazos; se lo
entregó a la nodriza y se marchó.
Se pasó más de un año, y nunca
volvieron a ver a la señora del niño. No sabían si era su madre o quién era
aquella mujer. Después del año, se presentó un día la señora en el pueblecillo
y fue a la casa donde criaban al niño. Dijo a la nodriza que iría con ella para
pagarle las crianzas. La mujer marchó con ella, y llegaron a las cuevas.
Entonces la nodriza cogió un miedo horroroso y se negó a entrar dentro. La
señora, pues, tuvo que entrar sola. Al poco tiempo salió la señora con un
taleguito y le dijo a la nodriza:
-Ponga usted el mandil y mire usted
para otro sitio. No quiero que vea lo que la doy.
La desocupó el talego en el mandil y
la dijo:
-No mire ustez para lo que lleva hasta
que no entre ustez en el pueblo.
La mujer marchó preocupada. ¿Qué sería
lo que la había dao? Y antes de llegar al pueblo abrió el delantal y miró lo
que llevaba. Y resulta que eran carbones. Entonces la mujer, desesperada, dice:
-¡Vaya una cosa que ha dao! ¡Carbones!
Y les tiró en el suelo; pero entre las
tablas del delantal se le habían quedao escondidos tres carbones. Y nada más
entrar en el pueblo fue a sacudir el delantal para que caesen, y se encontró
que eran tres onzas de oro. Entonces la mujer volvió corriendo donde había
tirao el carbón; pero se encontró con que ya lo habían atropao. No encontró ni
un carbón en el suelo.
Y colorín colorao, que este cuento se
ha acabao.
Morgovejo,
Riaño, León. Narrador
LXV, 21 de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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