144. Cuento popular castellano
Este era un padre que tenía una hija.
Enviudó y se casó con otra que tenía dos hijas. Y la madrasta no la quería a la
andada porque era muy guapa, y ella y sus hijas eran muy feas. Y la tenían
mucha envidia.
Ya un día dijo su madrasta que había
que sacarla de casa y matarla, y se lo dijo a su padre. Y su padre -usted verla
cómo se puso de que dijo que habla de echar a su hija fuera de casa y matarla.
Ya el hombre, por tener paz, tuvo que otorgar a ello. Buscaron dos hombres, y
los dijo la madrastra que la tenían que matar y la tenían que traer la lengua y
los ojos.
La sacaron a un monte. Y los hombres
-los daba lástima de matarla. Y llevaban un perrito. Y mataron al perro y la
llevaron a la madrasta la lengua y los ojos del perro, haciéndola ver que eran
de la muchacha. Y la dejaron que fuera por aquel monte.
Y ya la pobre llevaba muchos días por
el monte solita. Y ya, andando, andando, andando, llegó a una cueva donde ella
se refugiaba para dormir, cercas de otra cueva de unos ladrones muy ricos. Y
para entrar o salir los ladrones decían: «¡Ábrete, perejil!»; y para cerrarse:
«¡Ciérrate, hierba-buena!»
Como estaba su cueva tan cerca de la
de los ladrones, observaba lo que decían. Y ya, un día que salieron a robar,
fue ella y dijo:
-¡Abrete, perejil!
Y se abrió la cueva. Entró ella y
dijo:
-¡Ciérrate, hierbabuena!
Y se cerró. Y vio que había allí mucho
que comer y muchas alhajas. Y cada uno tenía una cama. Les guisó la comida y,
de que comió lo que quiso, les hizo las camas, fregó, barrió, y toda la casa la
dejó arreglada. Y se volvió a salir.
Por la tarde vinieron los ladrones y,
de que vieron que todo estaba hecho, dijeron que alguna persona había entrado.
Y dijo el capitán que al otro día había que quedarse uno para ver qué persona
era.
Al otro día volvieron a salir los
ladrones, y se quedó uno. Y se quedó dormido. Pero la niña, desde su cueva, los
vio salir y los contó. Y vio que se había quedado uno. Y ese día no fue a la
cueva. Pero el día anterior un gallego la estuvo observando a la mujer, y
ahora, al ver que no iba ella, claro, fue y dijo:
-¡Abrete, perejil!
Se abrió la cueva y entró.
-¡Ciérrate, hierbabuena!
Y volvió a cerrarse. Y de que comió lo
que le pareció, ya no se acordaba de decir ni perejil y hierbabuena. Se puso a
la puerta de la cueva a decir:
-¡Abrete, berceira! ¡Por vide no
rincordo! Pos, ello cosa de huerta es. ¡Ábrete, patateira! ¡Por vide no
rincordo! Pos, ello cosa de huerta es.
A las voces que el gallego daba,
dispertó el centinela que estaba dormido. Salió y, de que vio que era él, le
dio una paliza de palos y le echó fuera la cueva.
Vinieron los compañeros y los dijo:
-¿A que no sabéis quién era el que ha
entrado en la cueva? Un gallego que le he pillado.
-¿Qué le has hecho? -le dijo el
capitán.
-Pos, darle una pareja de palos que le
he medio matao. Y le he echao fuera de la cueva.
Al otro día siguiente se fueron otra
vez. Y volvió la señora que había entrado allí antes. Y hizo la misma operación
que había hecho antes. Y de que despachó, pues se volvió a marchar.
Y vinieron los ladrones por la noche,
y vieron que todo estaba hecho como el primer día. Y ya dijo el capitán:
-Esto es que entra aquí alguna
persona, que tiene que ser alguna mujer. Hay que quedarse uno pa saber quién es
el que entra.
Y al otro día, al marcharse los
ladrones, se quedó uno de centinela. Y se quedó dormido. Y esta vez la chica
no los vio salir y volvió a la cueva como el día anterior. Y como no metía
voces como el gallego, pues de que hizo la misma operación que había hecho
antes, se volvió a marchar como los días anteriores, y nadie la vio.
Cuando despertó el centinela, ya vio
que estaba hecho todo como antes. Ya vinieron los otros:
-¡Vaya! ¿Ha encontrado usted quién
entra? -preguntó el capitán.
-No, señor.
-Pues, ¿cómo? ¿Usted se ha quedado
dormido?
-No, señor, y no he visto a nadie.
Pues, a mí no me niegue usted que no
se queda usted dormido, porque tenía usted que haber visto quién era. Pues,
mañana -dijo el capitán- me quedaré yo.
Conque, ¡claro!, al otro día la señora
volvió a entrar a hacer la misma operación que había hecho antes. Y el capitán
la estaba viendo, sólo que no la quería decir nada en lo que no terminara de
hacerlo todo. Y cuando ya se iba a salir, la suspendió -hablóla dijo:
-No se asuste usted, señora. ¿Cómo es
para usted haber entrado aquí? Y ¿cómo es para usted haber venido a estos
terrenos?
Ella dijo lo que la había ocurrido con
su madrasta y que, dando vueltas por el monte, había encontrado una cuevecita
donde refugiarse:
-A orilla de esta cueva de ustedes...
Y he visto las operaciones que ustedes hacían para que se abriera y se cerrara
la cueva. Y a mí la necesidad del hambte y de la sed me ha hecho entrar.
Entonces la dijo el capitán:
-Pos, desde ahora no pasará usted hambre
ni sed. Usted se quedará aquí con nosotros, y nadie se meterá con usted. Estará
usted aquí como si fuera usted una hermana nuestra. Ahora vendrán los demás, y
ya los daré yo la orden de que ¡cuidado que sean osados a tocarla a usted sobre
ninguna cosa! Y si a usted la tocaran por casualidad, usted me lo decía a mí, y
luego yo haría lo que me pareciera de ellos. Así es que usted esté tranquila,
que siguiendo a hacer lo que ha hecho usted anteriormente, aquí estará usted
como si fuera hermana nuestra.
Pues ya vinieron los otros a cenar. Y
se reunieron, y los dijo:
-Habéis visto como yo ya he encontrado
quien nos hacía todo lo que nos hacía falta.
Y se la presentó. Y los dijo:
-Mirar. Esta se queda aquí como
hermana nuestra, haciéndonos el servicio como hasta ahora nos le ha hecho. Y
sus advierto una cosa. ¡Cuidado conque ninguno de vosotros sus metáis con
ella esolutamente para nada, ni la miréis mal! La tenemos que mirar todos como
una propia hermana. Porque no creáis que hace poco con que haga las comidas y
limpie la casa y nos barra y nos friegue y nos haga las camas. ¡Eso que si
alguna vez a alguno de vosotros sus da una idea -de metersus con ella para
nada, recibiréis el castigo que yo sus dé.
Ahora vamos a otra cosa. La madrasta
que la mandó matar estaba creída que la habían matao, porque los hombres que
habían buscado pa que la mataran la habían llevado la lengua y los ojos de un
perro, y creía que la niña estaba muerta. Los hombres la sacaron al monte;
pero los dio mucha lástima de matarla. Y llevaban un perrito. Y lo mataron y
la llevaron a la madrasta la lengua y los ojos del perro para hacerla ver que
eran los ojos de ella y la lengua. Y ella estaba creída que ya no existía en el
mundo. Mas tenía un espejo, que le preguntaba:
-Espejito, ¿hay otra más guapa que yo?
El espejito la dijo que sí, que su
andada era más guapa que ella. Se puso furiosa y empezó a buscar a ver si
encontraba una hechicera para que la dijera dónde estaba. Y la encontró. Y ya,
como las hechiceras dicen que todo lo saben, pos fue a dar a la cueva donde
estaba. Y estaba la niña en la puerta tomando el sol, como de costumbre lo
hacía.
Los ladrones, como la tenían ya como
una hermana, la cogieron mucho cariño. Todos la querían mucho. La vestían de
lo mejor que había; la llenaban de aderezos, alfileres, cruces, su cuello. Y en
todos los dedos de las manos -pos los tenían llenos de anillos.
Y la hechicera llevaba un anillo que,
metiéndosele en el dedo del corazón, se quedaba muerta. Y la ofreció la
madrasta que si la podía matar a la andada, la daría lo que la pidiera.
Y ya, pues, empezó a decirla que cómo
era para estar allí. Y la empezó a tentar las manos y a decirla que ella era
una viejecita anciana y que era también sola y que no tenía a quién volver
los ojos. Y ya empezó, pues, a sacar los anillos que tenía la muchacha en el
dedo corazón. Y ella, como muy zalamera, diciéndola que qué bonitos eran, que
cuánto valor tenían. Y estando así, se descuidó la señora y la metió en el
dedo corazón el anillo que ella llevaba, y se quedó muerta instantánea.
Y vinieron los ladrones. Y cuando
vinieron y la vieron muerta, todos lloraban como madalenas. No sabían ni lo
que hacer, de locos que se pusieron al verla muerta. Y ya dispusieron o acordaron
de hacer una caja muy preciosa para meterla en ella. Y en vez de enterrarla,
echarla un río abajo, porque no querían ni que se la comiera la tierra, de lo
mucho que la querían.
La echaron, pues, el río abajo. Y un
día el hijo del rey salió a caza. Y fue a un sitio donde vio la caja. Y fue y
la sacó del río, aunque con mucho trabajo. Y la abrió, y vio que era una joven,
lo más bella que él había visto en la vida. Como pudo, se lo cargó él al hombro
y la llevó al palacio. Y sin verle nadien, la metió en su habitación.
Y el hombre, pues tanta pena cogió de
que la vio muerta, que no salía de casa nada. No le podían hacer salir, ni sus
padres ni nadien. Y ya un día, pues se entretuvo en quitarla los anillos y
enterarse de ellos, porque eran muy buenos. Hasta que llegó al del dedo
corazón... Y se lo sacó y, en el momento en que se le sacó del dedo, pues
volvió en sí y se puso viva como estaba antes. Y empezó:
-¿Ande están mis hermanos? ¡Yo quiero
mis hermanos!
Y, ¡claro! el hijo del rey todo se
suspendió, y la preguntó:
-Señorita, ¿por quién clama usted, que
no la entiendo? Usted explíquese a mí todo lo que le pase.
Empezó a explicarle ende sus
principios, y ya, pos intentó casarse con ella. Entraron en relaciones, y ya le
dijo ella ánde estaba la cueva y que ella quería ver a sus hermanos, que aunque
no eran hermanos, la querían más que si lo hubiesen sido; y que ella deseaba
dirlos a ver pa que supieran que era viva.
Y fueron los dos a verlos. Y los
ladrones, al verla viva, creo que los faltaba el juicio y todo. Y ellos ya
conocían que era el hijo del rey. Y abrazándole y queriéndole mucho... Basta
que había ido a presentársela. Se encontraban llenos de alegría.
Y ya él los dijo que si era gusto de
ellos, que se quería casar con ella. Los ladrones, muy gustosos, le dijeron:
-El gusto de usted es el nuestro.
Ya se marcharon otra vez a palacio. Y
fue cuando se lo dijo a sus padres, antes de presentársela a sus padres: que
diendo él a caza, se había encontrado con esa caja, y que iba el río abajo; y
la pudo sacar del río y la abrió; de que vio que era una dama tan bonita y muy
bien vestida, se la cargó al hombro y la llevó a su habitación, en donde nadien
la vio.
-Y como decían ustedes que estaba muy
triste, que qué me pasaba, yo les decía que nada. Hasta que ya un día empecé a
sacarla los anillos que tenía en los dedos. Y fui a sacarla el anillo que
tenía en el dedo corazón, y se puso viva. Y ya tanto cariño la he tomado que
pienso casarme con ella. Creo no me quitarán ustedes el gusto. Y ahora se la
presentaré a ustedes. Verán qué preciosa es.
Y se la presentó. Y sus padres -muy
contentos. Los gustó mucho la joven. Y ya dijeron hicieran las diligencias pa
casarsen -que se casaran lo antes posible.
Entonces ella empezó a contar lo que
la había ocurrido -desde su madrasta hasta echarla el río abajo.
Dieron parte a los ladrones de que se
iban a casar, y todos fueron como si fueran hermanos propios. Y luego ya el
hijo del rey no consintió de que fueran ladrones ni que estuvieran solos en
esos montes -que a todos los puso con un ascenso mu grande y los llevó a su
palacio. Y en su palacio, sin salir de él, los colocó. Allí estuvieron todos,
en compañía, como si fueran propios hermanos. Y ya no hay más.
Sepúlveda,
Segovia. Narrador
LXXX, 4 de abril, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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