107. Cuento popular castellano
Éste era un príncipe que venía de caza
un día de nieve y traía tres perdices. Y se encontró con una viejecita -una
bruja- y le pidió una limosna. El príncipe le dijo que con mucho gusto se la
daría, si le encontraba una mujer tan blanca como la nieve y encarnada como
las gotitas de la sangre de la perdiz.
Y la viejecita le dijo que sí, que muy
fácil se la encontraría, que tenía que ir al Castillo de los Gigantones, que
cuando tienen los ojos abiertos están dormidos y cuando los tienen cerrados,
están despiertos. Y en una mesita de noche que había allí, en un cajoncito,
cogería tres naranjas. Y se fuese a una fuente y abriese una naranja; y de cada
naranja saldría una mujer, y que escogie se la que le gustase.
Y así lo hizo el príncipe. Fue al
Castillo de los Gigantones, y estaban éstos con los ojos abiertos -que era
cuando tenía que hacerlo- y cogió las tres naranjitas. Luego fue a una fuente y
abrió la primera. Salió una mujer muy hermosa y le dijo:
-¿Tienes peine para peinarme?
-No.
-¿Tienes palancana para lavarme?
-No.
-¿Tienes toalla para enjutarme?
-No.
-Pues, no te quiero.
Y cerró la naranja. El príncipe se fue
a otra fuente. Y en ésta sucedió lo mismo que con la otra. Salió otra mujer aun
más guapa; pero aun no le gustaba. Hizo ella las mismas peticiones:
-¿Tienes peine para peinarme?
-No.
-¿Tienes palancana para lavarme?
-No.
-¿Tienes toalla para enjutarme?
-No.
-Pues, no te quiero.
Y volvió a cerrar la naranja. Se
marchó el príncipe a otra fuente y abrió la tercera naranja. Y salió una
señorita muy preciosa, preciosísima. Y le dijo:
-¿Tienes peine para peinarme?
-Sí.
-¿Tienes palancana para lavarme?
-Sí.
-¿Tienes toalla para enjutarme?
-Sí.
-Pues, yo te quiero, y has de ser mi
prometido.
Y ya, claro, como estaban allí tan
retirados, pues la subió a ella en un árbol para irse él a casa por un coche pa
llevarla.
Y como estaba allí la fuente, pues,
claro, una mora fue a por agua. Y el reflejo de la señorita daba en la fuente y
se veía allí. Y pensando que era ella, decía la mora:
-¿Yo tan guapa y venir a por agua?
¡Rompo el cántaro y me voy a casa!
Claro, fue por segunda vez, porque la
señora la reprendió mucho, y fue por segunda vez por un cántaro de agua. Y
volvió otra vez a ver a la señorita allí en la fuente. Y pensando que era ella,
volvió otra vez:
-¡Yo tan guapa y venir a por agua!
¡Rompo el cántaro y me voy a casa.
Y la señorita ya soltó una carcajada,
de risa, claro. Y miró la mora pa arriba a ver de dónde había salido y vio a la
señorita allí en el árbol y la dijo:
-¡Ay, por Dios! ¿Cómo está usted allí
tan sola? Voy a subir a hacerla compañía.
Y dijo la señorita:
-No, no. No se moleste.
-¡Sí, sí! Yo subiré y la haré compañía
a usted.
Y entonces la dijo la señorita que
había ido el príncipe- a palacio por un coche para llevarla. Entonces dijo la
mora:
-¡Vaya! ¿Quiere usted que la peine? Y
la dijo la señorita:
-No, no. Cuando vaya a palacio, ya me
peinaré.
-¡Sí, sí! Verá usted qué ricamente la
peino.
Insistió tanto que al fin accedió la
señorita, y la mora se puso a peinarla. Y estando peinándola, cogió un alfiler
negro y se lo clavó por la cabeza. Y en el momento la señorita se volvió palomita
y se echó a volar. Y la mora se quedó allí en su lugar.
Cuando llegó el rey -pues entre tanto
había muerto el padre del príncipe, la vio que no era la misma, y entonces
dijo éllá que sí, que con los aires y el sol se había puesto así; pero que en
ilégando a palacio ya se pondría como estaba.
Cuando llegaron a palacio, todos
quedaron muy desconcertados, pues como él había dicho que era tan guapa, tan
guapa, y todos la veían tan fea. Pero se celebró el enlace y tuvieron un hijo.
Y la palomita todos los días iba al
jardín del rey y le preguntaba al jardinero:
-Jardinerito del rey, ¿el rey y la reina
mora?
-Buenos están, señora.
-Y el niño; ¿canta o llora?
-Unas veces canta y otras veces llora.
-Y su madrecita, por estos campitos
sola.
Y llegó a ir bastantes días, y el
jardinero se lo comunicó al rey. Y le mandó que la cogería. Y ya un día, trabajando
en el jardín, la pudo coger. La subió cuando estaban comiendo, y el niño se
alegró mucho al ver a la palomita y se le antojó cogerla. Y decía la palomita:
-En el plato del rey, comer, comer;
y en el plato de la reina, cagar,
cagar.
Y decía la reina:
-¡Uy, por Dios! ¡Qué sucia! ¡Quitar
esa asquerosidad de aquí!
¡Quitarla de aquí, porque son muy
sucias!
Pero cuando la iban a quitar, el niño
lloraba. Y pasándole el niño la mano por la cabeza, empezó a decir:
-¡Ay, que tiene pupa la palomita, que
tiene pupa! Y la reina decía:
-¡Por Dios, quitarla de aquí!
¡Quitarla de aquí!
Y el niño vio que tenía un alfilercito
en la cabeza y dijo:
-¡Alfiler! ¡Alfiler!
El rey tiró de él, y se volvió la
señorita de antes. Y entonces contó lo que la había sucedido con la mora.
Entonces el rey mandó que la quitasen de delante y se casó con la señorita.
Colorín colorado...
Peñaranda
de Duero, Burgos. Narrador
LVIII, 18 de julio, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058. Anonimo (Castilla y leon)
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