Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de julio de 2012

Las tres naranjas .107

107. Cuento popular castellano

Éste era un príncipe que venía de caza un día de nieve y traía tres perdices. Y se encontró con una viejecita -una bruja- y le pidió una limosna. El príncipe le dijo que con mucho gusto se la daría, si le encontraba una mujer tan blanca como la nieve y en­carnada como las gotitas de la sangre de la perdiz.
Y la viejecita le dijo que sí, que muy fácil se la encontraría, que tenía que ir al Castillo de los Gigantones, que cuando tienen los ojos abiertos están dormidos y cuando los tienen cerrados, están despiertos. Y en una mesita de noche que había allí, en un cajoncito, cogería tres naranjas. Y se fuese a una fuente y abriese una naranja; y de cada naranja saldría una mujer, y que escogie­ se la que le gustase.
Y así lo hizo el príncipe. Fue al Castillo de los Gigantones, y estaban éstos con los ojos abiertos -que era cuando tenía que hacerlo- y cogió las tres naranjitas. Luego fue a una fuente y abrió la primera. Salió una mujer muy hermosa y le dijo:
-¿Tienes peine para peinarme? 
-No.
-¿Tienes palancana para lavarme?
 -No.
-¿Tienes toalla para enjutarme? 
-No.
-Pues, no te quiero.
Y cerró la naranja. El príncipe se fue a otra fuente. Y en ésta sucedió lo mismo que con la otra. Salió otra mujer aun más gua­pa; pero aun no le gustaba. Hizo ella las mismas peticiones:
-¿Tienes peine para peinarme? 
-No.
-¿Tienes palancana para lavarme? 
-No.
-¿Tienes toalla para enjutarme? 
-No.
-Pues, no te quiero.
Y volvió a cerrar la naranja. Se marchó el príncipe a otra fuente y abrió la tercera naranja. Y salió una señorita muy pre­ciosa, preciosísima. Y le dijo:
-¿Tienes peine para peinarme? 
-Sí.
-¿Tienes palancana para lavarme? 
-Sí.
-¿Tienes toalla para enjutarme? 
-Sí.
-Pues, yo te quiero, y has de ser mi prometido.
Y ya, claro, como estaban allí tan retirados, pues la subió a ella en un árbol para irse él a casa por un coche pa llevarla.
Y como estaba allí la fuente, pues, claro, una mora fue a por agua. Y el reflejo de la señorita daba en la fuente y se veía allí. Y pensando que era ella, decía la mora:
-¿Yo tan guapa y venir a por agua? ¡Rompo el cántaro y me voy a casa!
Claro, fue por segunda vez, porque la señora la reprendió mu­cho, y fue por segunda vez por un cántaro de agua. Y volvió otra vez a ver a la señorita allí en la fuente. Y pensando que era ella, volvió otra vez:
-¡Yo tan guapa y venir a por agua! ¡Rompo el cántaro y me voy a casa.
Y la señorita ya soltó una carcajada, de risa, claro. Y miró la mora pa arriba a ver de dónde había salido y vio a la señorita allí en el árbol y la dijo:
-¡Ay, por Dios! ¿Cómo está usted allí tan sola? Voy a subir a hacerla compañía.
Y dijo la señorita:
-No, no. No se moleste.
-¡Sí, sí! Yo subiré y la haré compañía a usted.
Y entonces la dijo la señorita que había ido el príncipe- a pala­cio por un coche para llevarla. Entonces dijo la mora:
-¡Vaya! ¿Quiere usted que la peine? Y la dijo la señorita:
-No, no. Cuando vaya a palacio, ya me peinaré.
-¡Sí, sí! Verá usted qué ricamente la peino.
Insistió tanto que al fin accedió la señorita, y la mora se puso a peinarla. Y estando peinándola, cogió un alfiler negro y se lo clavó por la cabeza. Y en el momento la señorita se volvió palomi­ta y se echó a volar. Y la mora se quedó allí en su lugar.
Cuando llegó el rey -pues entre tanto había muerto el padre del príncipe, la vio que no era la misma, y entonces dijo éllá que sí, que con los aires y el sol se había puesto así; pero que en ilé­gando a palacio ya se pondría como estaba.
Cuando llegaron a palacio, todos quedaron muy desconcerta­dos, pues como él había dicho que era tan guapa, tan guapa, y todos la veían tan fea. Pero se celebró el enlace y tuvieron un hijo.
Y la palomita todos los días iba al jardín del rey y le pregun­taba al jardinero:
-Jardinerito del rey, ¿el rey y la reina mora?
-Buenos están, señora.
-Y el niño; ¿canta o llora?
-Unas veces canta y otras veces llora.
-Y su madrecita, por estos campitos sola.
Y llegó a ir bastantes días, y el jardinero se lo comunicó al rey. Y le mandó que la cogería. Y ya un día, trabajando en el jardín, la pudo coger. La subió cuando estaban comiendo, y el niño se alegró mucho al ver a la palomita y se le antojó cogerla. Y decía la palomita:
-En el plato del rey, comer, comer;
y en el plato de la reina, cagar, cagar.
Y decía la reina:
-¡Uy, por Dios! ¡Qué sucia! ¡Quitar esa asquerosidad de aquí!
¡Quitarla de aquí, porque son muy sucias!
Pero cuando la iban a quitar, el niño lloraba. Y pasándole el niño la mano por la cabeza, empezó a decir:
-¡Ay, que tiene pupa la palomita, que tiene pupa! Y la reina decía:
-¡Por Dios, quitarla de aquí! ¡Quitarla de aquí!
Y el niño vio que tenía un alfilercito en la cabeza y dijo:
-¡Alfiler! ¡Alfiler!
El rey tiró de él, y se volvió la señorita de antes. Y entonces contó lo que la había sucedido con la mora. Entonces el rey mandó que la quitasen de delante y se casó con la señorita. Colorín colorado...

Peñaranda de Duero, Burgos. Narrador LVIII, 18 de julio, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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